Novela

Hoy, Júpiter

Luis Landero

19 abril, 2007 02:00

Luis Landero. Javi Martínez

Tusquets. Barcelona, 2007. 400 páginas. 20 euros

El nombre de Luis Landero es siempre una garantía. El lector sabe que las páginas del escritor extremeño no caerán jamás en el abismo de la literatura facilona, trivial, rápidamente perecedera. Landero apunta siempre hacia aspectos esenciales del ser humano -el fracaso vital, la insatisfacción, la creación de vidas imaginarias para colorear una existencia gris y anodina-, y los motivos que sostienen sus creaciones narrativas son esencialmente los mismos desde su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), convertida en clave ineludible de su obra posterior. En buena medida -y acaso con la excepción de El guitarrista, narración marcadamente autobiográfica-, las novelas de Landero son variaciones sobre el tema dominante en Juegos de la edad tardía. Esta circunstancia acredita la fidelidad del autor a una determinada visión del mundo, pero establece también una dependencia de la que no siempre parece fácil liberarse. Los dos personajes de aquella novela, cuyas vidas acababan convergiendo al escapar del mundo real hacia un orbe imaginado, se reproducen ahora en las vidas de Dámaso Méndez y Tomás Montejo, insatisfactorias también para ambos por distintos motivos, que se desarrollan de manera independiente y convergen igualmente al final. La historia de Bernardo, que inventa durante años una vida de triunfador para corresponder a las esperanzas que su mentor ha puesto en él, es asimismo una rama desgajada de Juegos de la edad tardía. También la madre inventa otra historia para Dámaso, que incluye el matrimonio con una Dorita inexistente. El hecho de que Dámaso sea viajante de comercio durante muchos años también lo vincula a Juegos de la edad tardía. Y existen otras analogías que aquí es imposible detallar.

Landero ha construido la novela con precisión casi geométrica para subrayar las "vidas paralelas" de Dámaso y Tomás y su idéntica jerarquía estética, lo que tiene su explicación, porque entre ambos ha repartido el autor numerosas vivencias personales: en Dámaso, su infancia de niño rural y el recuerdo de un padre exigente; en Tomás, las preocupaciones intelectuales, la actividad docente y el afán de la escritura. La novela está dividida en cuatro partes, cada una de ellas compuesta por ocho capítulos. En las tres primeras, los capítulos impares se dedican a Dámaso y los pares a Tomás. Sólo en la cuarta parte, que corresponde al encuentro y la relación entre ambos personajes, acaban mezclándose. El cuidado puesto en la estructura compositiva se manifiesta en múltiples detalles. Así, cuando, en las últimas líneas de la novela, Tomás Montejo decide escribir el relato de "dos historias entrelazadas, sacadas del barro mismo de la vida, y que eran la de Dámaso y la suya propia, unas cuatrocientas páginas, calculo", la información se halla exactamente en la página 400 del texto impreso. De este modo, la novela que Tomás se propone escribir -que es la que el lector concluye en esos momentos- traslada a la ficción el "barro mismo de la vida", en efecto, pero esa vida incluye tanto las existencias reales como las posibles o imaginadas: la vida brillante y repleta de éxitos de Bernardo, por ejemplo -avalada por fotografías y documentos diversos- o los diversos itinerarios vitales soñados y abortados de Dámaso Méndez y Tomás Montejo. Estos últimos tienen una entidad semejante a la de los "exfuturos" unamunianos -posibilidades de vida no realizadas que subsisten y se integran en el sujeto con su propia realidad-, mientras que la historia de Bernardo, incluso con datos y pruebas fehacientes, responde al modelo de vida inventada que dio lugar a la pseudobiografía Jusep Torres Campalans, de Max Aub, o a la novela urdida con "pruebas" de veracidad Hijas de Eva, de Manuel Talens: dos muestras ejemplares de cómo hacer pasar por realidad histórica una construcción enteramente ficcional.

El haber de Hoy, Júpiter posee muchas cualidades. En el debe hay que anotar cierta prolijidad en la incorporación de informaciones accesorias o sin relieve, así como ciertos recursos que se me antojan errores manifiestos: el énfasis artificioso e inverosímil en muchos parlamentos del padre de Dámaso (págs. 63, 65, 76, etc.) y la creación de esa voz de la conciencia que actúa admonitoriamente sobre Dámaso en estilo directo y cuya personificación insistente no parecía necesaria. Por otra parte, la escritura es sólida -como cabía esperar de Landero-, aunque no dejen de sorprender construcciones como "posiblidad inaudita pero posible" (p. 106), "desconectando con sus alumnos" (p. 227) o la mención de los "ayes inconsolables" (p. 308) de un perro, así como la reducción de la variedad léxica ofrecida por reanudar, recoger, recobrar a un monolítico "retomar".