Novela

El ejército iluminado

David Toscana

26 abril, 2007 02:00

Tusquets. Barcelona, 2007. 233 págs, 17 euros

A diferencia de compatriotas suyos como Volpi o Ignacio Padilla que han optado, de modo lícito, por asimilarse en gran medida a Europa en sus temas y formas de narrar, David Toscana escribe sin poner en sordina su mexicanidad, casi se diría que la exhibe con el orgullo de los personajes de su nueva novela, El ejército iluminado. Una obra que en España emparentaría de modo claro con el mejor Luis Landero, puesto que se sustenta en un mismo aliento o eje: el hiato entre rea-lidad e irrealidad y el afán de los hombres por no resignarse a lo que son sin haber, al menos, intentado probar la suerte de lo que podrían ser; en suma: la redención en la búsqueda de lo imposible.

El hallazgo en 1968 de un anciano atropellado por tren, cuyo cuello porta una vieja medalla de los Juegos Olímpicos de París de 1924, será el prometedor arranque de la narración en torno a la vida de Ignacio Matus, un corredor de maratón al que el Estado mexicano no pagó entonces el pasaje para participar en aquel acontecimiento. Circunstancia que no lo amilanó para correr en su ciudad, en solitario, un maratón paralelo siguiendo las vías del tren, cuyo resultado fue una marca que mejoraba en veinticuatro segundos el bronce que, muy lejos de allí, en París, se le estaba concediendo oficialmente a un corredor norteamericano -perdón: gringo-: Clarence DeMar. Matus vivirá en adelante obsesionado por la medalla que cree merecer y transcurre sus días ejerciendo como profesor de Historia. Se volverá más tarde un quijotesco "general" para lanzarse en un carromato con un ejército de niños, tan desfavorecidos por la suerte como iluminados, a la absurda reconquista armada de los territorios de Texas que, una vez más, los gringos les robaron (la otra obsesión vital del personaje). Una nueva similitud con autores españoles la encontramos en el modo de hablar y fantasear bélico de estos niños, ensoñaciones y lenguaje muy cercanos a los de la Aparición del eterno femenino de Pombo. Toscana escribe con una prosa clara y directa, llena de encanto y fuerza descriptiva, con una eficaz alternancia de presente y pasado que en ciertas ocasiones consigue solapar y hacer funcionar en paralelo, produciendo efectos magistrales en los que irrealidad y realidad, querer y poder, parecerán lo mismo. De ahí el asombro que produce en el lector el relato fundido, fantasmal, de ambos maratones y el asesinato imaginado de DeMar en lo alto de su podium. Hay mucha poesía, delicadeza y conmoción en este libro, en figuras como el gordo Comodoro, el accidentado Milagro o el inerme niño Cerillo, de blanco en la guerra, que se queda dormido "soñando con nubes y balones flamantes" (p.61).

Pero más allá de la anécdota de la obra, Toscana ha escrito una hermosa alegoría inconformista que empuja hacia la necesaria rebeldía (personal o nacional) y hacia el afán por no ser en balde, por inventar otras vidas no domesticadas, que trasciendan nuestra contingencia cotidiana, el destino previsible y esperado, la interminable espera ante un semáforo "de eterna luz roja" (p.226). Porque se trata (ahí es nada) de reivindicar y recuperar la dignidad.