Novela

La hermana

por Sandor Marai

10 mayo, 2007 02:00

Monumento a Sándor Marai en su Hungría natal

Trad. M. Szijj y J. Glez Trebejo. Salamandra. Barcelona, 2007. 256 páginas, 14,80 euros

Sesenta años separan esta traducción de La hermana de su primera salida cuando Sándor Márai dominaba ya el panorama literario de Hungría, en el interregno abierto entre su exilio antifascista de los años veinte y el que muy pronto precipitaría la llegada de los comunistas al poder. Más de medio siglo que, sin embargo, en nada empaña la pertinencia de una novela aún viva gracias a la maestría narrativa de su autor y la fuerza de la temática abordada. Ante el panorama desolador que nos muestran tantas y tantas novelas fingidas, ligeras hasta la vacuidad y clónicas las unas de las otras, siempre nos quedará la salvación de la verdadera literatura. Del protagonista de La hermana se nos dice que "hablaba sin rodeos, como si diese por sentado que dos personas tienen que hablar sólo de lo esencial" (pág. 50), y este designio es escrupulosamente cumplido aquí.

Acompaña a La hermana desde su aparición la sombra de La montaña mágica de Thomas Mann. Tal vínculo nace de que su comienzo transcurra en un perdido hotel de las montañas rumanas y la acción se traslade luego a un hospital de Florencia donde el protagonista vive una experiencia terrible. Pero se me figura que la novela de Márai tiene mucho más que ver con Muerte en Venecia, e incluso también con su recreación fílmica por Visconti, que es muy posterior. Como se recordará, Visconti transforma al literato Gustav von Aschenbach en un músico en el que funde la figura de Mahler. La hermana se fundamenta precisamente en la narración que un escritor hace de cómo coincidió a lo largo de unas vacaciones navideñas con un famoso concertista del que nada se sabía en los últimos tiempos. En el angosto refugio que comparten, el pianista le confiesa que la enfermedad le ha incapacitado para tocar, pero le hace partícipe también del sentido profundo que aquella crisis tuvo para él, de lo que ha quedado un manuscrito que sólo llegará a las manos de su destinatario meses después, tras la muerte de su autor. Y a través de este segundo texto se plantea el gran drama de la crea-ción que obsesionaba tanto al personaje de Mann como al de Visconti: el arte como disciplina exigente, el arduo camino hacia la perfección, el artista como émulo de Dios.

La narración primera -el aislamiento navideño- nos ofrece unas páginas extraordinarias por la descripción de un ambiente y de unos personajes entre los cuales se trenza también un lance patético: el suicido de una pareja de amantes. Por el contrario, la transcripción del escrito del músico, sólo interrumpido una vez por una breve nota de su editor, aporta en forma introspectiva la vivencia de una enfermedad terrible, la esclerosis amiotrófica, que está a punto de acabar con su vida. El relato de este proceso resulta tan insólito como sobrecogedor: el sufrimiento físico tiene como único paliativo la droga, descrita como una amante "que no pedía nada y lo daba todo". Ello introduce como contrapunto, frente a lo apolíneo de planteamientos anteriores, el erotismo dionisiaco que envuelve al enfermo por esas "citas químicas" (p. 160) pero también por la relación física entre su cuerpo y la sensualidad oculta de una de las monjas que lo cuida. Dos de los doctores, que parecen salidos de La montaña mágica, aportan nuevos sentidos a las patologías más allá de los que nos explicaría la medicina experimental. Uno de ellos apunta hacia Dios como el único que puede sanar, el otro a la fuerza de Eros como poderoso paliativo. De hecho, la dolencia del pianista húngaro tiene, finalmente, un origen erótico, el triangulo amoroso en el que participaba, cuyo vértice es una mujer enferma de frigidez. Todo ello provoca una pirueta final tan arriesgada como verosímil, mediante una reacción insólita por parte de la hermana enfermera en clave de arrebato pasional. El ataque que el protagonista sufre en Florencia se produce el día en que los alemanes ocupan Varsovia y su encuentro con el escritor transcurre en plena guerra. Así, la novela está transida de una angustia existencial muy de la época, cuando el caos de la Humanidad toma cuerpo en los dramas singulares de cada uno de los personajes. Pero el significado último de La hermana apunta, en todo caso, a que "el ser humano es más infinito que su destino" (p. 149).