Novela

La soledad del ángel de la guarda

por Raúl Guerra Garrido

10 mayo, 2007 02:00

Raúl Guerra Garrido. Foto: Íñigo Ibáñez

Alianza. Madrid, 2007. 221 páginas. 18 euros

Raúl Guerra Garrido es uno de esos novelistas que nunca escriben a humo de pajas ni para exhibir un ingenio refinado. Cuenta historias que le son cercanas, que tienen que ver con nuestro mundo, con nuestras preocupaciones o nuestra historia inmediata. Y lo hace tratando siempre de crear un artefacto artístico, de narrar eludiendo los cauces tentadores y fáciles del reportaje en que tantos escritores de buena voluntad naufragan y poniendo en juego para ello artificios constructivos, como el monólogo interior, los juegos verbales o la ruptura temporal, ajenos al inerte costumbrismo superficial de que adolece con frecuencia la literatura más combativa.

La soledad del ángel de la guarda responde a estos principios, presentes ya en una novela corta de la prehistoria del escritor -publicada, sin embargo, muchos años más tarde- titulada La sueca desnuda, que nada tenía que ver con el erotismo sino con lo que indican las iniciales de las tres palabras del título. Por otra parte, motivos temáticos como el terrorismo y la violencia se encuentran igualmente en la obra del autor, con novelas como Lectura insólita de El capital (1977) o La costumbre de morir (1981), y reaparecen, con otra perspectiva, en La soledad del ángel de la guarda, donde incluso hay alguna referencia palmaria a la obra de 1981: "Cuando la encontré [la pistola] me hice mayor de edad por lo que ponía en la costumbre de morir. Señalo con el índice, a ti, a ti te ha tocado" (p. 41); "Palpita Betty en la palma de mi mano, como en la costumbre de morir [...] Apunto con el dedo índice, a ti, aprieto el gatillo..."(p. 172). (En La costumbre... se leía: "Gonzalo gira sobre sí mismo, señala con el índice y aprieta el gatillo").

En esta ocasión, el personaje del relato homodiegético, que narra y, sobre todo, monologa es un escolta encargado de proteger a un profesor jubilado y amenazado. No se menciona el lugar de las acciones -pero nadie tendrá la menor duda acerca de ello- ni se identifican los potenciales agresores. No importa. Escenas como las de la conferencia del profesor, el desfile de madres "exhibiendo la foto de uno de sus hijos, al parecer prisioneros políticos por haber asesinado al menos una persona" (p. 89), o bien la manifestación pacifista disuelta por la policía, de extraordinaria intensidad, son, sin perder un ápice de su carga crítica, páginas de excelente literatura. Las escuetas observaciones sobre industriales forzados a "pagar el iva al otro lado de la raya", o acerca de personas que eluden saludar al profesor en público para no verse comprometidas, esbozan con agudeza el ambiente de una sociedad amedrentada y sin capacidad de reacción, como ya había hecho, con distintos procedimientos, Fernando Aramburu en Los peces de la amargura. Fuera de estos hechos externos que registra la mirada atenta del narrador, es precisamente la personalidad de este escolta lo que se pone de relieve: sus idas y venidas con el profesor -mencionado cada vez con un nombre distinto para no reducir la historia a un solo caso y sugerir así la multiplicidad de otros semejantes-, sus recuerdos de una novia lejana y acaso perdida, su soledad, su aislamiento, su vida convertida en un continuo sobresalto. Los pasajes de lo que podría considerarse monólogo interior -que en algún punto concreto recuerdan el Oficio de tinieblas 5 de Cela- no presentan más excesos que los de algunas frases truncadas o algunas asociaciones verbales, a menudo compuestas con referencias literarias. Se juega con un título de Nabokov ("cuentos de Adas ardientes", p. 205), con los nombres de un actriz y un escritor ("Gilda Hayworth Cansionos o algo assens", p. 60), se retuercen o descomponen palabras ("dispuesta a pecar en río revuelto o en Marbella", p. 154; "me encontré siguiéndola de tienda entienda lo que quiero decir", p. 72). En el mismo plano de la experimentación verbal hay que anotar el uso de vocablos ajenos al diccionario a los que el lector deberá dar un sentido contextual, como pulonio, zofilecho, sisalma; o de crea-ciones como "lotecientas veces", "estrofas matusas" ("viejas") y otras. La unidad compositiva se apoya en la reiteración y el paralelismo, incluso con aperturas y cierres análogos en diversas secuencias , que ayudan eficazmente a la unidad del conjunto. El esfuerzo puesto en la composición ha dado en este caso buenos frutos. En cuanto al interés de la historia, no es preciso encarecerlo.