Quebranto y ventura del caballero Gaiferos
Manuel Ferrand
17 mayo, 2007 02:00Foto: Fundación Lara
A Manuel Ferrand (1925-1985) la suerte póstuma le ha sido esquiva. Ni suena su nombre ni se le suele encontrar en la nómina de narradores del medio siglo. Frente a este olvido, tuvo popularidad por el premio Planeta de 1968, Con la noche a cuestas, y fue apreciado columnista del "ABC" sevillano. Además frecuentó "La Codorniz" y publicó otras cuatro obras narrativas. Esta trayectoria merecía la crónica cálida y documentada que hace J. L. Rodríguez del Corral en Memoria y fábula de Manuel Ferrand (Fundación Lara, 2007, 201 pp). El biógrafo subraya los registros literarios del escritor, comenta su mundo novelesco y hace una paladina reivindicación de sus trabajos de Prensa, por los cuales le sitúa entre los articulistas más importantes "de nuestras letras". No me parece exagerado. Era dueño de las cualidades de observación, amenidad y expresividad de estilo, culto y con magnífico oído popular, que inspiran las mejores columnas, y el biógrafo incluye algunas piezas excelentes.Esta oportuna memoria de Ferrand coincide con el rescate de una de sus novelas, Quebranto y ventura del caballero Gaiferos. Fue Ferrand, en términos generales, escritor realista, cercano incluso al testimonio crítico, aunque sin someterse a imposiciones. Este Gaiferos es justo lo contrario, lo más opuesto posible al documento o al reflejo de la vida común. Es una fábula, pura y felicísima invención. Se publicó por vez primera en 1973 y el dato tiene trascendencia porque explica la misma génesis de este curioso y entonces atípico relato (aparte Cunqueiro, sólo hubo algo parecido en la época, La torre vigía, de Ana María Matute). El breve "Proemio" lo declara con palabras que en esas fechas no necesitaban explicación. El autor ha hecho esta novela de caballería, dice, "como respuesta a la aburrida, por reiterada y gris, entronización del antihéroe". Se refiere, claro, a la novela experimental, abstracta, difícil que dominó en los amenes del franquismo en respuesta, a su vez, a la restrictiva novela social precedente.
Contra una y contra otra hace Ferrand su Gaiferos y, a la par, a favor de dos grandes criterios: el rescate reivindicativo de la fantasía y el ejercicio del "arte del bien narrar, que ha sido siempre arte de muy pocos", según dice con segunda intención el narrador de la novela. Con estos mimbres teje Ferrand el gran cesto de maravillas procedentes de una variopinta tradición de literatura antigua, tanto culta como popular. La base son las novelas de caballeros andantes con sus héroes y otros conocidos personajes de la literatura cortesana (el sabio Merlín y la reina Ginebra) y con los del romancero (el conde Arnaldos). Y junto a tanto ilustre (Melinsenda en disfraz de varón, el arzobispo Turpín, el "Emperaire" Carlomagno, etc., etc.), en la última página son convocados el familiar Príncipe Valiente y el fascicular Guerrero del Antifaz.
Esta variopinta tropa se mueve a lo largo de una línea argumental de extremo disparate: al bello Gaiteros se le ha torcido la quijada por accidente y recorre medio mundo tratando de enderezarla. En ese prodigioso viaje ocurren incesantes peripecias. Todo ello es una gran parodia repleta de regocijante humor, trasmitida con una lengua arcaizante jugosa y expresiva e ilustrada con unos grabados medievales ocurrentes. Puro entretenimiento y pastiche lúdico pero narración amena, inteligente, culta, bien contada y bien escrita. Merece la pena, más si se compara con tanto templario enajenado como acecha cada mañana.