Novela

Víctor Hugo. El promontorio del sueño

Víctor Hugo

31 mayo, 2007 02:00

Edición de Lourdes Cirlot. Siruela, 2007 120 páginas. 14’90 euros

En el verano de 1834, Victor Hugo visitó a François Arago, astrónomo y director del Observatorio de París. Desde la azotea de su casa, pudo contemplar la Luna con un telescopio de cuatrocientos aumentos. Desilusionado por la oscuridad inicial, Victor Hugo se confió al astrónomo como Dante a Virgilio. El lugar de ensoñación de los poetas se mostraba gracias a la ciencia. Gracias al telescopio, Victor Hugo rebasa los postulados de la estética romántica para entregarse a una espontaneidad irracional. Lo trágico y lo grotesco, que aparecían como conceptos centrales del Romanticismo en el Prefacio de Cronwell, ceden paso a lo simbólico y analógico, pero las metáforas e intuiciones no se justifican por un sentido oculto, sino por su propia forma. Es tal vez el primer experimento de escritura automática, donde estilo y significado se disocian hasta dislocar el texto. Ya no es la prosa del genio romántico, sino puro sonambulismo, que en algunos momentos recuerda "el aleph", ese pequeño infinito donde convergen lo actual, lo pasado y lo posible. Se trata de un ejercicio literario que implica la destrucción de cualquier orden lógico. La quimera sustituye al concepto, lo onírico al dato, el "extravagar" al pensar. El aire respira infinito, se hace "extra-humano". El poeta se libera de la razón. Victor Hugo inventa un neologismo para nombrar esa extraña poética: "quimerismo". El quimerismo es conocimiento e impostura, alucinación y experiencia.

Este juego sin pretensiones no excluye la sensibilidad social ni la exaltación de un cristianismo no dogmático. Extraordinaria la página que describe la miseria del campesino medieval y no menos admirable la reflexión sobre las utopías, que con el pretexto de construir un mundo mejor, a veces matan el progreso. En las utopías siempre hay una nostalgia de la caída, un secreto compromiso con la decadencia. Victor Hugo finaliza su atípica obra con un elogio del sueño y con una advertencia contra la locura, que es la incapacidad del hombre de salir de la trama tejida por su imaginación. El promontorio del sueño confirma la solidaridad entre Romanticismo y Surrealismo, su interés común en trascender los límites del lenguaje, el sueño y la razón. André Breton consideraba esta obra como un ejemplo de libertad e inspiración. Los dibujos a tinta y las aguadas de Victor Hugo, así como la foto del poeta en la roca de los proscritos, confirman la comunión espiritual del arte que no se conforma con repetir lo anterior.