Novela

La última hora del último día

Jordi Soler

18 octubre, 2007 02:00

Jordi Soler: Foto: Alexandra Rosenberg

RBA. Barcelona, 2007. 224 páginas, 18 euros

Nacido en el estado mexicano de Veracruz en 1963, Jordi Soler, tras haber permanecido un tiempo de agregado en la embajada mexicana en Irlanda, regresó a Barcelona, donde reside en la actualidad. El éxito de crítica y público de su novela Los rojos de Ultramar (Alfaguara, 2005), ha situado a este escritor mexicano-catalán-español de vocación irlandesa, en primera línea de los novelistas de la memoria. No en vano la traducción francesa de la novela antes mencionada se tituló Les exiliés de la mémoire. Pero el camino recorrido por el autor no ha sido corto. Creció en la selva mexicana y con La última hora del último día regresará a un territorio ya explorado, el de la infancia, acentuando así un falso autobiografismo. Pero, con anterioridad, Soler fue director de una emisora musical mexicana, "Rock 101", columnista de "La Jornada" y colaborador de "Letras Libres". él mismo ha admitido su deuda con "Plural", la revista de Octavio Paz.

Pero esta nueva novela no nace espontáneamente, tras Bocafloja (1994), La corsaria (1996), Nueve Aquitania (1999), La mujer que tenía los pies feos (2001), La cantante descalza y otros casos oscuros del rock. En realidad, el regreso a este territorio imaginario, donde descubriremos a un escritor que se esfuerza en mantener la sorpresa de la acción, la rareza psicológica de ciertos personajes a la par que la del lenguaje, de riquísimo y exótico vocabulario, traza una trama que envuelve y se desarrolla en torno a Marianne, la enloquecida tía del protagonista, que se describe desde la perspectiva del protagonista, un niño, hijo de exiliados catalanes, que vive en la comunidad catalana de exiliados, "La Portuguesa", un cafetal de la selva.

Pero esta selva de México es desconcertante: podemos hasta descubrir a un elefante (pág. 79). Sólo mucho más tarde nos enteraremos de que procedía de un circo y que llegó con un gato. Jordi Soler declaró en una ocasión que aquel grupo del exilio había preparado un plan para matar a Franco en 1964, por lo que su abuelo perdió un brazo. Aquí la anécdota se ha transformado en una ceremonia que ofician los negros del cafetal con un muñeco con el retrato del general, al que le aplican las agujas del vudú. Aquel abuelo habría dejado unas memorias sobre las que Soler ha trazado un mundo tan inestable como el exilio. En teoría, para seguir fielmente la historia, se apoyará en las fotografías del señor Puig, que conservaría Màrius, un tío homosexual que, tras varios escándalos, convertirá a un chino del lugar en su pareja estable hasta establecerse en Barcelona y montar un negocio que habrá de permitir el regreso del resto de la familia, viviendo en el mismo barrio que el protagonista, que regresará de nuevo a la ciudad de la que saliera su abuelo, vía campo de concentración francés, hasta México, donde la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas es recordada hasta el mito.

Para confirmar la veracidad de lo narrado cuenta con la figura, en Barcelona, de Màrius, transformado en "el guardián de mi memoria". Pero ésta es también la del exilio y a la situación del exiliado -aunque niño- dedica Soler incisivas reflexiones. La guerra civil no será drama personal, aunque gravitará sobre la comunidad y el protagonista. Cuando regrese a la hacienda semiabandonada advertirá los efectos del tiempo, la casa desvencijada, donde transcurrió su infancia, como la otra casa reconstruida de García Márquez que habría de incitarle para escribir Cien años de soledad. En la canción francesa (pág. 86) se nos descubrirá el origen del título de la novela.

¿Y el anunciado "día de la invasión"? No se trata de una guerra, aunque suponga el fin de un falso paraíso, sino una gran fiesta que ha de celebrar el fin del mandato del corrupto alcalde. Jordi Soler acierta también en esta descripción caótica, porque en ella se resume el caos del fin de "La Portuguesa" y el descubrimiento de la falsedad y la maldad humana a través de Marianne convertida en víctima. El novelista dispone ya de un ámbito propio, donde lo mágico convive con el más extremado realismo. Aquí el niño asombrado, asomado a la Naturaleza salvaje, descubrirá el sexo, el compañerismo, la peculiar función de los negros, cuyos orígenes se rastrean desde su captura en áfrica, personajes apasionantes como Bages, como surgido de Lowry (Bajo el volcán) o la misteriosa chamana que cura mejor que los oftalmólogos barceloneses. Para acentuar el verismo de los diálogos introduce frases en catalán. Soler forma ya parte del grupo de narradores -no sé si mexicanos o españoles- que merece seguirse con atención. Es una realidad literaria, no una promesa, el mejor ejemplo de la eficacia del mestizaje múltiple.