Image: Las benévolas

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Novela

Las benévolas

Jonathan Littell

1 noviembre, 2007 01:00

Jonathan Littell. Foto: M. Zazzo

Trad. María Teresa Gallego. RBA. Barcelona, 2007. 996 páginas, 25 euros


La obra del escritor norteamericano nacionalizado francés (2007), residente en Barcelona, Jonathan Littell (Nueva York, 1967), irrumpió en el escenario internacional hace un año largo, y antes de que concluyéramos la lectura del libro, las más de novecientas páginas compactas del original francés, gozaba ya del estatus de superventas. El camino hacia la publicación le produjo decepciones hasta llegar a la prestigiosa Gallimard, bajo cuya tutela recibió diversos premios en un tiempo record, como el Goncourt (2006) y el de novela de la Academia Francesa (2007). El comercialismo permeó la salida del libro; ni los premios reputados ni las vetustas instituciones poseen la suficiente fuerza para resistir el empuje de un ganador. Si el Goncourt se otorga a "la mejor obra de imaginación en prosa", la verdad es que en este potente texto la imaginación precisamente de-sempeña un papel menor. El argumento y el propio narrador, bosquejado sobre una persona histórica, fueron inspirados por hechos probados. Los jurados del Goncourt premiaron un volumen que figuraba en las listas de los mejor vendidos y a un ganador anunciado.

Littell resulta un autor original. Sus maneras artísticas difieren de las de novelistas literarios clásicos, quienes empañan el material ficticio con su sensibilidad (Proust) o dramatizan vivencias personales (Kafka). Su proceder se asemeja más, en principio, al narrador tradicional del siglo XIX, como Dostoyeski o Tolstoi, según opina Jorge Semprún. En principio, Littell trabaja como los autores de la novela histórica actual, quienes buscan un material desconocido, lo investigan a conciencia y luego lo ordenan para el lector con la eficiencia de un relator fiel. La ficción les concede una generosa libertad de acción. El franco-norteamericano investigó con rigor su tema, las atrocidades nazis en el frente del este de Europa durante la segunda guerra mundial, pero a diferencia de los novelistas históricos usuales, transmitió todo a través de un singular narrador, un nazi, homosexual, asesino, engañador y con una conciencia repugnante. Littell ganará al lector no por valerse para contar el argumento de este ser deleznable, sino por el relato de las abrumadoras atrocidades cometidas por los nazis en su marcha hacia Rusia.

De hecho, Claude Lanzmann, el director de la película Shoah, desaprueba que los crímenes de guerra cometidos contra los judíos sean narrados por un ser frío e inmoral, y calificó la novela de "flor envenenada". Maximilien Aue, el protagonista narrador, antiguo miembro de las SS, aparece al comienzo del texto casado y con hijos, viviendo confortablemente en Francia, donde dirige una fábrica de encajes y nadie sabe de su pasado nazi. Treinta años después de haber participado en el holocausto decide contar sus experiencias de guerra como SS, relatando con morosidad su participación en las limpiezas étnicas realizadas por su unidad militar. Por ser hijo de alemán y de madre francesa Aue pudo, tras la contienda, usar su pasaporte francés, ocultando así su pasado criminal. Este personaje educado y cerebral, doctor en derecho, aparece como un ser frío y calculador, quien tuvo cariño hacia su hermana, en parte morboso también, pues él hubiera deseado nacer mujer.

Todo lector resulta colocado por el narrador en una situación moral imposible desde el mero comienzo de la obra, cuando Maximilien nos confía que escribe "para activar la sangre, para ver si puedo aún sentir algo, si todavía sé sufrir un poco. Curioso ejercicio" (pág. 20). Se dirige al lector con actitud desafiante, "Adivino lo que estáis pensando: pero qué hombre más malo, os decís, un hombre perverso, un sinvergöenza" (pág. 25), y pasa a justificar sus actos diciendo que matar en combate supone lo mismo que matar a un civil desarmado durante la guerra. Las confesiones producen una cierta arcada; se atreve por encima a terminar con un desafío, con un ataque ad hominem al posible lector: "soy un hombre como todos los demás, soy un hombre como vosotros. ¡Venga, si os digo que soy como vosotros!" (pág. 32). A partir de ese momento experimentamos una verdadera desazón, pues no somos como él, un asesino confesado: hemos sido emplazados a mirarnos en el espejo moral propio, el de la memoria histórica de nuestra propia cultura de la posguerra. A continuación, en los largos capítulos la narración de Aue transmite puntualmente los horrores cometidos por los rusos y por las SS durante la contienda, información desenterrada por Littell en las bibliotecas de Polonia, Ucrania y Rusia, en más de doscientos libros, y su recuento conforma el grueso del volumen. El joven Littell se había preparado para tal labor en Yale University y trabajando posteriormente para diversas ONGs en Chechenia y Afganistán, entre otros lugares.

La novela hay que entenderla dentro del contexto de la narrativa actual, cuando la novela de crimen y la histórica han desplazado a la puramente literaria en las preferencias del público lector. La peculiaridad del franco-estadounidense reside en que supo redactar un larguísimo texto de ficción histórica con un componente de verosimilitud del 95%, que resulta puro alcohol para la conciencia de los lectores. Apropiado para disolver la pereza con que los europeos y americanos abordamos la cuestión de la memoria histórica de, por ejemplo, los ucranianos, las primeras víctimas visitadas en el relato de Littell. El futuro escritor pasó varios años investigando las atrocidades relatadas, como adelanté, y luego dedicó un año a volcar toda esta información en la página. Aquí no hubo tiempo para la reescritura a lo Flaubert, uno de los autores preferidos del escritor, pues no le mueve el prurito de la perfección estilística, de la enunciación del tema mediante palabras bellas. Le mueven los datos descubiertos, los ejemplos de ciudades arrasadas primero por los rusos y luego por las SS en sus respectivos intentos de limpieza étnica, y transmitir la frialdad de los verdugos, como Aue y sus camaradas.

El lector de Las Benévolas sentirá la urgencia de aprender más del asunto, y se perderá interesado en este océano de páginas, otro capítulo de la infamia universal. El texto posee una belleza literaria de nuevo cuño, pues emana de una fuerza, originada en la biografía del autor de antepasados judíos polacos, que fructificó en el relato de las minuciosas investigaciones sobre los crímenes nazis. Littell mira en el ángulo oscuro de la realidad no para despertar nuestra sensibilidad individual, sino la conciencia humana del nosotros. La solidaridad parece ser el único horizonte posible para el siglo XXI, confiando siempre que las benévolas, las furias de Eurípides, alcanzarán a los culpables de crímenes contra la humanidad.

Historias de la ‘Shoah’

Robert Littell (Nueva York, 1935), el padre de Jonathan, es un exitoso escritor de novelas policíacas, pero su hijo ha logrado el éxito con un registro muy diferente. En su novela, un antiguo SS relata los crímenes de su batallón en Europa del Este durante la II Guerra Mundial. Lo cierto es que, aunque los ancestros judíos de Littell eludieron el Holocausto al emigrar de Polonia a EE.UU. a finales del XIX, la catástofe les afectó profundamente. Jonathan vivió su niñez en Francia, estudió en Yale, y viajó por medio mundo participando en asociaciones humanitarias y documéntandose en la historia que desde niño quiso escribir cuando en su casa se contaban las historias de la Shoah. ¿El resultado? En Francia, en tres semanas, vendió 100.000 ejemplares, cuando la tirada inicial rondaba los 8.000. Y Littell ha acentuado su excentricidad: se dice que si al final editó la novela con RBA fue por su amistad personal con la editora Anik Lapointe, con la que comparte la guardería de sus hijos.