Image: Dossier K

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Novela

Dossier K

Imre Kertész

8 noviembre, 2007 01:00

Imre Kertész

Traducción de Adan Kovacsisc / Acantilado. Barcelona, 2007 / 207 páginas, 16 euros

La continuidad de la llamada "literatura del yo" está garantizada en tanto exista un sujeto interesado en escribir su vida pero cabría preguntarse acerca de las posibilidades de renovar las formas canónicas en que semejante propósito puede plasmarse. El último libro de Imre Kertész (Budapest, 1929) representa a este respecto una modalidad tan novedosa como la propuesta por Christa Wolf al narrarnos tan solo un día de cada uno de los años de su vida entre 1960 y 2000. El Nobel húngaro, por su parte, echa mano de un doble recurso. Habiendo grabado varias horas de conversación autobiográfica con su editor, desechó reproducirlas para escribir sobre lo hablado una especie de diálogo en el que el contrapunto no nace de un desdoblamiento esquizofrénico de su propia personalidad sino de una especie de heterónimo que se inventa, un innominado personaje treinta años más joven que no es judío, sino cristiano. Este planteamiento dialógico funciona a la perfección, bajo los auspicios de aquel vínculo que Nietzsche estableciera entre textos platónicos y novela y el reconocimiento autobiográfico de la profunda huella que la lectura juvenil de El banquete dejó en el escritor, hasta el extremo de convertirse en uno de sus libros de cabecera junto a las obras de Kafka, Camus, Bernhard o Muerte en Venecia.

Porque, como no podría dejar de esperarse, en el diálogo entre el escritor y su heterónimo sin nombre, con frecuencia tenso más que meramente "socrático", prima el tema de la literatura, por ejemplo en lo que se refiere a autores como los citados y los fundamentales de la literatura húngara a la que Kertész rinde homenaje y el traductor ilustra con muy puntuales notas. Complementariamente, otra línea todavía más interesante nos viene de la mano de los títulos más significativos de Kertész acerca de cuya composición, estructura y significado se nos proporcionan aquí reveladoras pistas.

Uno de ellos, Diario de la galera, nos parecía cuando su publicación realmente desconcertante por no hacer honor a su título, al escatimar noticias acerca de la cotidianeidad biográfica en beneficio de reflexiones o divagaciones intelectuales. Dossier K. suple generosamente aquellas carencias y pone en boca del escritor la etopeya de sus padres y abuelos, de una familia judía que corrió en Auschwitz peor suerte que su vástago, prisionero también en Buchenwald de donde fue liberado con apenas dieciséis años. Otro tanto sucede con su vida posterior en la Hungría de Janos Kádar hasta su incómoda posición final de escritor desarraigado. Pero otra obra suya, Fiasco, es cumplido modelo de novela especular, metaliteraria, aspecto éste último que ahora se centra en la naturaleza de la autobiografía como realidad o ficción. Kertész parece defender a ultranza la primera de las dos opciones, en contra de quienes, como su interlocutor, creemos en la autobiografía como enmascaramiento, como gesto menos mimético que estrictamente poético por el que el que escribe construye su yo. El Nobel cuando habla por sí mismo vincula su descreimiento generalizado con el poso de su asendereada existencia y por ello no acabamos de creernos del todo su afirmación de que la novela autobiográfica no existe porque "o es autobiografía o es novela" (p. 11).

¡Pero no podría haber complemento mejor a tanta literatura como el debate que en estas páginas se escenifica acerca de asuntos tan trascendentes como pueda ser el sentido de la existencia y de la continuidad de la Historia después del Holocausto. Kertész inventa aquí conversaciones enjundiosas y convincentes como, por caso, las que George Steiner mantuvo con interlocutores reales tales Jahanbegloo, Boutang o Ladjali. Crítico con aquella denominación -"un eufemismo, una ligereza cobarde y carente de fantasía"- tanto como con la famosa frase de Adorno - "bomba fétida moral que infesta de forma superflua el aire"- por la que se calificaba como "bárbaro" escribir poesía después de Auschwitz, Kertész reivindica la obligación de representar "el trauma más grande del siglo XX". Admite, eso sí, que desde entonces resulta superfluo emitir juicios sobre la naturaleza humana, y precisamente por ello llega a ciertas conclusiones que harán reflexionar a sus lectores. Por ejemplo, él, cuya condición de judío asume con todo tipo de matizaciones, considera que "el término identidad no tiene ningún significado" (página 115) y denuncia como la pasión más aniquiladora del siglo XX la renuncia al individuo, su sometimiento a iden- tidades nunca construidas de modo inocente, y el enfrentamiento consecuente entre lenguas, pueblos, nacionalidades, culturas o grupos étnicos.