Novela

Firmin

Sam Savage

20 diciembre, 2007 01:00

Trad. de Ramón Buenaventura. Seix Barral. Barcelona, 2007. 224 pp., 16’50 euros

Las ficciones protagonizados por animales humanizados suelen malograrse por un moralismo disfrazado de parodia. Es fácil escarnecer al hombre, utilizando la perspectiva de otra especie, pero en este caso Sam Savage ha conseguido combinar compasión y nihismo, sin excederse en el sarcasmo ni formular ningún discurso ético. Firmin es una rata noruega (es decir, una rata de cloaca descendiente de los primeros colonizadores de origen europeo), afincada en el Boston de los 60. Hijo decimotercero de una madre alcohólica, crece en una librería de libro antiguo y de ocasión, cobijado en las páginas trituradas de Moby Dick. De condición masculina, su sexualidad está orientada hacia la zoofilia, pues se enamora de los humanos y disfruta contemplando películas pornográficas en el cine Rialto. Feo y raquítico, elude los espejos y se alimenta de papel y desperdicios, hasta que descubre el placer de la lectura y modifica su dieta. Hemingway, Salinger, Proust, Joyce ocupan sus primeros años de formación. Su pasión por la literatura está asociada a sus hábitos alimenticios. Es algo más que una anécdota. La xilofagia como metáfora del canibalismo muestra la verdadera naturaleza del amor, donde el deseo apenas encubre el anhelo de devorar lo que se ama.

En su paseo por la literatura universal, Firmin reconoce en Ezra Pound a uno de los grandes. Su entusiasmo por Mussolini sólo puede brotar de la colisión entre el genio y una extravagancia más allá de la locura. Firmin conoce a un escritor, el fracasado Jerry Magoon, que le ofrece cobijo tras huir de la librería, donde el propietario intenta envenenarle. Firmin conocerá la vida bohemia, y, más tarde, el fin de la librería, abocada al cierre por la especulación inmobiliaria. Savage ha escrito una pequeña obra maestra, que recuerda las Memorias del subsuelo, pero con el humor de la generación beat, donde la risa es una máscara helada por la inminencia de la muerte. Firmin no es un erudito ni un pesado moralista, sino una conciencia perpleja ante un mundo cambiante, con los afectos desordenados y resignado a depender de la amabilidad de los extraños. Vulnerable, tierno, a veces perverso, pero sin sombra de malicia, con una filosofía inspirada por su estómago y un fervor por la literatura, que propiciará su destrucción. Savage escribe con un estilo periodístico, evitando la digresión y la retórica. Cronista urbano, su poética recuerda a un Baudelaire deshojado por Lou Reed. Firmin es una rata de cloaca transformada por el azar en ratón de biblioteca. Esa es su tragedia, pues el futuro acontecerá en la superficie, pero el olor a alcantarilla ya se respira en redacciones periodísticas, cenáculos literarios y premios escandalosamente amañados. Tal vez Firmin, con sus ojos fatigados y su cuerpo famélico, sea el último lector en un tiempo de indigencia moral e intelectual.