Image: El club de la memoria

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Novela

El club de la memoria

Eva Díaz

7 febrero, 2008 01:00

Eva Díaz. Foto: Santi Cogolludo

Finalista del premio Nadal. Destino. Barcelona, 2008. 303 páginas, 19’50 euros

La recuperación de la memoria histórica, se piense lo que se piense acerca de este movimiento reivindicativo, es uno de los asuntos más notables de la actualidad española y sin embargo no ha producido literatura en la cantidad esperable. Adelantándose a este controvertido rescate, Jesús Ferrero hizo en Las trece rosas una amarga y poética recreación de la tragedia de aquellas jóvenes socialistas condenadas a muerte en la postguerra. Y ha habido algún otro recuerdo, pero poca cosa y de magros resultados artísticos.

Es Eva Díaz quien, entre los nuevos escritores, más receptividad ha mostrado a esa asignatura pendiente y a ello consagra El Club de la Memoria. La autora se centra con entusiasmo en esa recuperación vindicativa de un ayer silenciado por el franquismo y oscurecido por la transición a partir de un planteamiento de tesis: ya es hora de conocer el pasado. Para ello compone una historia perspectivista que da voz a varios personajes que se obligaron a dejar testimonio escrito de sus recuerdos de los días de la República, cuando recorrieron la España irredenta con las Misiones Pedagógicas. Son los miembros del mencionado Club, y les sirve de nexo la protagonista y narradora, joven investigadora del cine docu- mental que por su pasión de estudiosa y por azar reúne los legados que permiten reconstruir sus trayectorias. En el club figuran un impostor (un autor teatral que traiciona a sus amigos, se vende a los vencedores y triunfa), y varios ejemplos de existencias abocadas al sufrimiento de la España peregrina. Buena parte de la novela es un fresco emocionado del exilio y un testimonio de solidaridad franca y combativa de la escritora, desdoblada en la protagonista, con quienes padecieron tan amargo, traumatizante y dilatado destierro.

Esta trama la apuntala Eva Díaz sobre dos pivotes fundamentales. El primero consiste en presentar un generoso repertorio de informaciones históricas y culturales que da a la ficción un buen sostén verídico, pero con el inconveniente de robarle autonomía e intensidad. Con frecuencia nos parece leer más que un relato una especie de enciclopedia de divulgación anecdótica donde abundan los materiales esperables, así las gamberradas de los vanguardistas de anteguerra. Habría convenido un criterio selectivo y no acumulativo.

El otro pivote es una fuerte carga emocional que lleva a la expresa valoración admirativa de los sucesos y marca las actitudes de la narradora. Una peripecia personal, aunque dura, la convierte en "epopeya biográfica". No se entiende que pase toda una noche en vela leyendo unas cartas emocionantes, según ella, y cuando se reproducen suman solo unas pocas páginas. Tampoco parece muy lógica la fortísima impresión que le produce el hecho bastante trivial de conocer a alguien que le vio los ojos a Lorca. Los tópicos y convencionalismos arrastran también al elemento expresivo. La autora tiende a literaturizar todo: sábanas amarillentas que conservan huellas de viejos sueños, bombas que hieren el cielo, situaciones repetidas veces "estremecedoras". Subraya los ojos "glaucos" de un campesino español y aplica el mismo adjetivo a propósito de un personaje que "engañó a la muerte de glaucos ojos nazis". Y hasta dos veces (pp. 145 y 285) se refiere a las mangas de un chaleco, obvio error que, por cierto, o no han observado ni los miembros del jurado que premió la novela ni el editor, o no han tenido la caridad de advertírselo.

Veo a Eva Díaz como una narradora cargada de buenas intenciones, estimulada por esa sana pasión de la que sale la literatura moralmente necesaria por la rectitud de su planteamiento, y con algunos aciertos parciales nada desdeñables. Hay algunas buenas ideas imaginativas como la "fotobiografía", un modo de contar la vida a través de los valores expresivos del reportaje fotográfico. En su saldo global como novela, sin embargo, es obra inmadura, aunque trasmite un mensaje muy oportuno, peleón y sincero.