Novela

Beaumarchais en Sevilla

Hugh Thomas

10 abril, 2008 02:00

Trad. E. Rodríguez Halffter. Planeta, 2008. 200 páginas, 22’50 euros

En época de prejuicios desmedidos y linchamientos mediáticos, ciertas figuras como la que nos ocupa no habrían salido muy bien paradas; sin embargo, el tiempo nos trae y nos lleva, gracias a la amabilidad de lord Hugh Thomas, a la efervescencia madrileña entre 1764 y 1765, para seguir el rastro del relojero francés Pierre-Augustin Caron (Beaumarchais) mujeriego, sagaz e ingenioso que durante siglos ha permanecido asfixiado por el esplendor de los personajes que a bien tuvieron dejarse crear por él. ¡En hora buena!, porque es de agradecer que se nos ponga en contacto directo con la fuente inspiradora de obras tan celebradas como El barbero de Sevilla o Las bodas de Fígaro.

"¡Pero si Beaumarchais no estuvo jamás en Sevilla! No; ni Mozart, ni Rossini. Ni tampoco Bizet, Verdi, o Beethoven, aunque todos situaron obras famosas en esta ciudad o en sus alrededores." -Nos rectifica de muy buen humor lord Thomas. Más adelante añade: "Pero lo cierto es que Beaumarchais encontró en España una forma de vida en la que sus fascinantes creaciones podían vivir, cantar, y… florecer."

Luis XV resplandece en Versalles secundado por su amante, Madame de Pompadour, en el año en que Beaumarchais decide viajar a la España de Carlos III para reparar el honor de una de sus hermanas, aunque la escrutadora lupa de lord Thomas pone de relieve otras razones más poderosas y en consonancia con los intereses de Beaumarchais, capaz de diseñarse una vida de aventuras, ganancias económicas y hasta verse amenazado de muerte, en fin… los ingredientes necesarios para regresar a Francia muy inspirado él y escribir tres obras: El barbero de Sevilla, Las bodas de Fígaro y La madre culpable, que sucumbió aplastada por el éxito de las otras dos.

Para acarrearse la codiciada trascendencia, ambos, Fígaro y El Barbero, se las agenciaron para llamar la atención del divino Mozart y de Rossini al punto de que, aún hoy, no hay teatro en el mundo que no se precie de representarlas en sus escenarios, aunque el nombre de Pierre-Augustin Caron-Beaumarchais también haya capitulado bajo el poderío de sus creaciones.