Image: Vidas perpendiculares

Image: Vidas perpendiculares

Novela

Vidas perpendiculares

Álvaro Enrigue

22 mayo, 2008 02:00

Álvaro Enrigue

Anagrama. Barcelona, 2008. 234 páginas, 16’50 euros

Dos novelas y dos volúmenes de relatos breves constituyen hasta ahora el acervo de este narrador mexicano cuyo perfil literario ofrece rasgos muy singulares. Sus publicaciones dejan claro que se trata de un original autor de cuentos, algo que conviene tener en cuenta al leer Vidas perpendiculares, título que, además de remitir de modo casi inevitable a las Vidas paralelas de Plutarco, coincide con el de una conocida compilación juvenil de biografías debida a la escritora bonaerense Ana María Shua. En la obra de álvaro Enrigue (México, 1969) salen a relucir muchas vidas, en efecto, pero no precisamente paralelas. El niño Jerónimo Rodríguez Loera, ensimismado y casi autista en sus primeros años, va desarrollándose a saltos, a medida que inciden sobre él, como presencias inesperadas, las numerosas reencarnaciones de las que procede y que enriquecen su experiencia, puesto que ha sido miembro de una tribu paleolítica, legionario romano, joven griega durante la predicación de los apóstoles cristianos o sacerdote asesino en la turbulenta sociedad napolitana del siglo XVII, entre otras muchas personalidades, De este modo, la niñez y la adolescencia de Jerónimo se ven perturbadas por estos recuerdos, verdaderas "autobiografías acumuladas" (p. 211) que constituyen otras tantas historias que gravitan sobre él y condicionan su comportamiento.

De hecho, la estructura compositiva de la novela es la de un relato lineal -la línea vertebradora de la historia de Jerónimo, hijo de un emigrado asturiano y de una muchacha mexicana- asaltado de vez en cuando por la irrupción de historias pasadas relativas a otros personajes. Se diría que estamos ante una variante de la novela con relatos intercalados, que funcionan a la manera de breves cuentos o novelas cortas -como los que Enrigue ha cultivado con fortuna - en el interior de la obra que los acoge, y, si se tratara de apuntar modelos, habría que mencionar el cervantino y su dilatada descendencia. Pero no es exactamente esto, sino que más bien nos hallamos ante un experimento que trata de borrar los límites entre novela y cuento, mezclando y colocando al mismo nivel los artificios propios de ambas modalidades. Aquí no surge un personaje que distrae a un auditorio con la narración de unos hechos curiosos o insólitos. No hay ningún relato como el del curioso impertinente, desgajable del conjunto sin que éste se resienta en exceso. Todos los hechos evocados de vidas anteriores, aun formando parte del pasado, están presentes, se mezclan con las acciones actuales, sugieren analogías y semejanzas, se incorporan con naturalidad a la personalidad de Jerónimo. Hay incluso ocasiones en que, en una misma página y sin solución de continuidad, cambia el narrador, se pasa de un estrato temporal a otro, del relato de una acción de Jerónimo a otra ocurrida en el siglo I (véase, por ejemplo, pág. 135). Se produce, así, una coetaneidad entre pasado y presente que aproxima la vida al acto de la lectura, como se desprende de las propias palabras de Jerónimo: "La verdad es que hasta ese momento no se me había ocurrido que los recuerdos de mis vidas perpendiculares fueran artificiales, prótesis recogidas entre las bibliotecas que la vida me fue sembrando en el camino" (p. 205).

La novedad del planteamiento que ofrece Vidas perpendiculares es inobjetable, si bien la trabazón entre las vidas pasadas y la de Jerónimo, que es, a fin de cuentas, el elemento que unifica el conjunto, no siempre está bien resuelta, y la extensión de algunos episodios -el de Saulo y Rufo, por ejemplo- desborda los límites de su carácter ancilar y desequilibra la narración. La mirada del narrador exhibe un agudo humorismo, sobre todo en el relato de los primeros años de Jerónimo y en numerosas observaciones y símiles aislados: "Mercedes y su hijo se dieron un largo abrazo que chorreó claridad, como si la centella que hubiera producido la mezcla de sus mocos los hubiera bautizado con un nuevo carisma" (p. 157). También hay algunas frases poco cuidadas: "Un adolescente cuya curiosidad se centraba en sus propios cuerpos pasados y no en los nada desdeñables de los de las vecinas presentes" (p. 192), donde la secuencia "los […] de los de las" parece un remedo -incorrecto, además-, del balbuceo.