Image: La hora de Quevedo

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Novela

La hora de Quevedo

Baltasar Magro

26 junio, 2008 02:00

Baltasar Magro. Foto: Begoña Rivas

Roca Editorial. Barcelona, 2008. 256 páginas, 17 euros

Roto, más no vencido, tras cuatro años de ignominioso encierro en los sótanos de San Marcos de León -"Nunca un reino consigue ser grande -dice- si permite tamañas torturas e injusticias"- Francisco de Quevedo y Villegas, siente llegada su hora, La hora de Quevedo; por eso necesita ordenarse el alma y los recuerdos antes de emprender su última aventura: el encuentro con lo desconocido. Para ello, precisa la colaboración, sapiencia y templanza de un "caballero de estos días" y ¿quién mejor que Baltasar Magro, formado en los modernos campos de batalla que son los medios de comunicación, para servirle en tan ardua tarea? No consta en los anales si Magro tuvo que pensárselo mucho antes de asumir tamaña responsabilidad, pero sí queda constancia de que, único en su estilo, brillante aún en el "después", Quevedo no se equivocó al elegir este "canal de transmisión" para transferir al presente sus experiencias y arrojar nueva, profunda luz, sobre las entretelas de su vivir.

Desnudo se nos presenta en el "ahora" este escritor-personaje, que tuvo la poco frecuente osadía de apurar hasta la hez su leyenda personal. En estas conmovedoras y sinceras "confesiones", realizadas so pretexto de legarlas a su sobrino, don Pedro Alderete Quevedo y Villegas, Quevedo no deja piedra sobre piedra. Ambiciones, intrigas cortesanas, debilidades, soledades quedan aquí registradas pero, por encima de todo, destaca un impresionante sentido de la lealtad a un Grande de España en todos los órdenes: don Pedro Téllez de Girón, duque de Osuna, a cuyo trágico destino se mantuvo unido el escritor gracias a una comprensión de la amistad que poco tiene que ver con las leyes de este mundo.

Conciso y afinado, el inconfundible estilo quevediano llega a involucrarnos de tal modo que, por momentos, olvidamos la presencia a su vera de don Baltasar Magro, el escriba respetuoso que rehúsa la intromisión, permitiendo a Quevedo, de viva voz, alegar a favor y en contra de sí mismo, mientras deja al descubierto los peliagudos entresijos de las cortes de Felipe Tercero y su sucesor, Felipe Cuarto.

De muchas cosas se muestra arrepentido el Quevedo mundano y una tras otra, deja pistas en forma de "avisos para navegantes" de estos días. Cuando siente llegada La hora…, es sólo el hombre, encarnado en el insigne poeta, quien eleva su voz al cielo y clama por "Un nuevo corazón, un hombre nuevo/ ha menester, señor, la ánima mía;/ desnúdame de mí, que ser podría/ que a tu piedad pagase lo que debo./ Dudosos pies por ciega noche llevo, /que ya he llegado a aborrecer el día,/ y temo que hallaré la muerte fría/ envuelta en, bien que dulce, mortal cebo".