Image: Muchas veces me pediste que te contara esos años

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Novela

Muchas veces me pediste que te contara esos años

Juan Cruz

24 julio, 2008 02:00

Juan Cruz. FOTO: Antonio Moreno.

Alfaguara. Madrid, 2008. 236 páginas, 17’50 euros

éste que encontrarán aquí, de espíritu tinerfeño, sentado frente a sí mismo, al borde de lo 60 años, abrazado a un texto en el que se simultanean gestos literarios que recuerdan la posición de la Maga de Cortázar cuando escribía la carta a Rocamadour, la del niño y el hombre de Cinema Paradiso, y evocan a ángel González insistiendo en que no es sino "viajar y reencontrarse"…, éste es, sí, Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948), el periodista que logró ser lo que quería ser, el lector que lee sin pausa, el escritor que no puede dejar de escribir con virtudes más que probadas. éste que encontrarán aquí se parece al que suscribió El territorio de la memoria, Retrato de un hombre desnudo, Ojalá octubre…, en que se mantiene dentro de esa realidad poética que traza como pocos con recortes de la vida de muchos, también de su vida. En que el paisaje isleño trae y lleva su ánimo por todas las latitudes, y es fondo y escenografía de sus escritos.

éste que encontrarán aquí no les va a sorprender porque se ha ido dejando en todos esos libros que componen, al modo borgeano, el mismo y único libro. Pero aquí se arrima como nunca a los costados del discurso poético para merodear por los meandros de la memoria, ensayando metáforas que enfatizan su trascendencia, por ser el soporte de su vida y de una escritura que permite moverse entre "la realidad y el delirio" hasta recrear un tiempo que hasta hoy no encontró la palabra adecuada. De ahí que se nos presente como la respuesta a una solicitud -"Muchas veces me pediste que te contara esos años"- en forma de carta (de amor, de libros, de entusiasmos juveniles, de primeras peripecias periodísticas,…) que se va resolviendo como tal, pero con la objeción de un largo e indisciplinado arranque cuya consecuencia es cierta dispersión estructural además de una excesiva recreación lírica del ejercicio de sus intenciones: reconstruir "los días y la memoria". En cambio, a su favor está su estilo, y una franqueza y una hondura tal al ir nombrando lo que forma parte de su memoria emocional y profesional que sin pudor, como el hombre al que apuntalan dos fuerzas angulares: la soledad y el tiempo.

Lo que nos llega es una especie de extraño viaje cuyo recorrido es imposible trazar con precisión (porque el destino es la memoria personal y colectiva) desde los años 70 hasta el final de ángel González. Desde los primeros recuerdos juveniles hasta la primera máquina de escribir, los maestros que le guiaron (Domingo Pérez Mink, Ramón Chao), la llegada a Madrid, el arranque de "El País", la muerte de Franco, las amistades, la génesis de sus escritos… Tantos episodios, tantos nombres, tanto vivido, que el resultado es ¿una soledad demasiado ruidosa? (Hrabal sic) y este empeño por contarlo, y el miedo a no saber expresar lo que fueron largos silencios que adquieren ahora realidad verbal.