Image: El raro extravío del viajante Eterio en el pinar de Saudella

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Novela

El raro extravío del viajante Eterio en el pinar de Saudella

Andrés Martínez Oria

11 septiembre, 2008 02:00

Andrés Martínez Oria. Foto: Archivo

Akron. Madrid, 2008. 216 páginas, 17 euros

La primera novela publicada por Andrés Martínez Oria (Más allá del olvido) fue hace pocos meses un gratísimo descubrimiento. Una dura historia de violencia y redención en un áspero entorno rural daba a conocer a un prosista de poderosas facultades para la creación de ambientes y capaz como pocos de integrar y fundir el mundo interior de los personajes y los caracteres de una naturaleza minuciosamente interpretada. Esta nueva obra es de redacción anterior a aquélla, como sugiere la fecha de composición consignada al final (1999), y acaso haya visto franqueado su paso a la imprenta gracias a la buena acogida que tuvo Más allá del olvido. Si es una primera novela que el autor se ha decidido a rescatar, se trata de una decisión acertada, porque en El raro extravío… se encuentran ya, aunque de forma embrionaria, muchos de los elementos que hacían de Más allá del olvido una muestra ejemplar de relato novelesco.

La historia comienza con el relato del viaje que emprende Eterio Lanero, representante de productos de lencería femenina, desde Madrid hacia Galicia. Las informaciones que el narrador proporciona son las esperables: el tráfico, los recuerdos del último encuentro con su novia, la parada en la gasolinera… Eterio recoge a un joven que se dirige a un apartado pueblo de Tierra de Campos y, una vez que lo deja en aquel lugar -un lugarejo fantasmagórico y casi desértico-, se pierde por entre aquellas casas sombrías y comienzan a producirse hechos extraños. Primero, un resplandor en la oscuridad anuncia el aterrizaje de una nave "de titanio" (p. 51; ¿cómo identifica el material el estupefacto Eterio?) de donde surgen varios extraterrestres. Más tarde, recuperada la carretera principal, un camión lo acosa, en un episodio que recuerda la historia contada en la película El diablo sobre ruedas, de Spielberg (Duel, 1971) -y, de hecho, el narrador anota que Eterio no recordaba un suceso parecido "salvo en el cine" (p. 59)-, hasta que una avería en el automóvil lo obliga a desviarse a un pueblo. Obligado a quedarse en él, decide salir de excursión hacia un bosque cercano, y allí, huyendo de un extraño sujeto que lo persigue a tiros, se extravía y permanece tres días perdido y amedrentado, hasta que logra salir y ser acogido por una maestra rural que habita en una casa solitaria. El hecho de que esta mujer se llame Ariadna lleva a pensar en una reelaboración de la historia de Teseo en el laberinto, con lo que la mitología clásica se igualaría, como fondo de la novela, a manifestaciones de otra mitología más cercana y actual -las naves espaciales, el camión amenazador de la película de Spielberg-, ayudando de este modo a sugerir que el meollo de la historia es un delirio, una alucinación enmarcada por dos hechos "realistas" -la salida de Madrid y la vuelta, ya recobrada la normalidad- y provocada por el enjambre de recuerdos literarios acumulados en la memoria del buen lector que es Eterio. Por eso, el oscuro bosque puede ser el laberinto, pero también el érebo, Ariadna se comporta al final como una Erinia, el agresivo y tuerto Críspulo hace pensar en el Minotauro y su perro en Cerbero. En último término, el pinar de Xaudella puede recordar la "selva oscura" de la existencia en que Dante se ve sumergido cuando "la diritta via era smarrita", y hasta el nombre de Eterio parece vincularlo con la abadesa Eteria, autora de la Peregrinatio ad loca sancta, obra esencial del latín vulgar. No siempre aparecen bien ensamblados estos campos del mito y la realidad, del realismo y la fantasía, pero ya se halla presente en estas páginas una voluntad de estilo que, todavía dominada en exceso por algunos artificios retóricos palpables -como las enumeraciones trimembres de las páginas 95 y 137, entre otras-, apunta la precisión y riqueza que cabía esperar del autor, a pesar de ciertos descuidos: "oriflamas carmesí" (p. 128), "no se dejaba atrapar tan fácil" (p. 15). Y de algún despiste, como señalar que abandonar la casa de Ariadna es "salir a la calle" (p. 197) cuando se trata de una construcción aislada en medio del campo.

Algo personal

lEsta segunda novela es en realidad la primera. ¿Por qué?

-Respeto el orden cronológico, pero hubo un momento en que tenía en la mano diferentes cartas y jugué la que creí más adecuada, por el contenido, por el estilo, para iniciar la andadura.

l¿Es un escritor de vocación tardía o un veterano narrador frustrado?

-Soy escritor de vocación temprana y materialización tardía, quizá, por timidez, autocensura, lucha por la vida... Y luego, claro, está el rechazo de las editoriales, que en mi caso ha sido tajante y persistente, lo que me hizo dudar de mi condición, aunque nunca desistí.

l¿Por qué le gustan tanto los extravíos, los vagabundeos...?

-Solo fuera de los caminos trillados encuentra uno alguna verdad que merezca la pena. Nos atrae y asusta por igual la pérdida, pero es un reto salir indemne del laberinto que es nuestra existencia. Y el vagabundeo no es sino la forma más lúcida de extravío, la voluntad de morar en el laberinto. Aunque a veces es resultado de todas las derrotas de la vida.

l¿Qué puede adelantarnos de Silencio púrpura, su próximo libro?

-Es el título de tres relatos breves, que saldrán a la luz en otoño, en Akrón. Uno de ellos relata el desgarramiento interior de un sacerdote entre el deber y la pasión; otro se centra en el viaje juvenil al París de finales de los 70; y el tercero surgió al hilo del 11-M.

l¿Queda algo por contar de los Panero, otro de sus proyectos?

-No creo que haya mucho que descubrir, no es eso. Me atrae la ejemplar, en el sentido cervantino, aventura humana que hay ahí. Una familia que conoce la fortuna y vive la más atroz decadencia a lo largo del siglo XX. Será una larga reflexión sobre el sentido de la existencia. Nuria Azancot