Entre mujeres solas
Cesare Pavese
25 septiembre, 2008 02:00Cesare Pavese. Foto: Archivo
¿Pensaba Pavese en Nietzsche cuando ambientó esta breve novela en Turín? Turín sería el escenario de la desintegración psíquica del filósofo y el lugar escogido por Pavese para ingerir una sobredosis letal de somníferos. Desde los estudios secundarios, casi toda su existencia había transcurrido allí. Constance Dowling, una mediocre actriz norteamericana, inspirará la deslumbrante colección de poemas "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", pero la relación no prosperará. Al igual que Nietzsche, Pavese fracasa con las mujeres, pero nunca pierde la lucidez. De hecho, Entre mujeres solas revela un notable conocimiento de la sensibilidad femenina. Las mujeres pueden causar la desgracia de los hombres, pero vivir es un oficio que siempre desemboca en el infortunio, sin discriminar entre sexos. "El hombre no vive, sólo se escapa".Cesare Pavese (Piamonte, 1908-Turín, 1950) publicó este relato un año antes de suicidarse, deslizando en las páginas iniciales la tragedia de la joven Rosetta, que se intoxica voluntariamente con veronal porque el mundo le parece una cloaca. Testigo accidental de su frustrado suicidio, Clelia ocupa el centro de la obra. Es una mujer madura, inteligente y hermosa, que regresa a su ciudad natal para triunfar en la moda. Turín aún conserva las huellas de la guerra: edificios destripados, miseria, desesperación, pero eso no impide a la alta burguesía continuar con sus fiestas y excentricidades. Clelia asiste a sus ritos con el alma lastrada por el escepticismo. Su primer amor a los 17 años le enseñó que no se puede amar a otro más que a uno mismo, sin caer en el riesgo de perder la vida. Pavese no extiende esta reflexión a su peripecia personal.
Se ha dicho que Clelia es la voz y los ojos de Pavese, pero Clelia posee un carácter más enérgico y su melancolía no es la melancolía negra y obsesiva que emparenta a Pavese con la muerte desde sus primeros textos. La burguesía que frecuenta Clelia es ridícula y pretenciosa. Al igual que el fascismo, exalta el éxito y la juventud porque "tiene miedo de vivir". No hay compasión para los débiles. El intento de suicidio de Rosetta sólo sirve para alimentar ocurrencias maliciosas. Adelantándose a esta forma de herir al ausente, Pavese escribió en su nota de suicidio: "No murmuren demasiado". A pesar del champán y el confeti, la burguesía que acompaña a Clelia en su reencuentro con Turín, afronta la perplejidad de existir con el mismo desgarro que cualquier ser humano consciente de su finitud. Al hablar de los hijos no nacidos, Clelia insinúa la frustración de Pavese ante una paternidad inexistente.
La militancia comunista de Pavese no escatima su desprecio hacia una clase social que desconoce la aspereza del trabajo, que malcría a sus hijos y cierra los ojos al sufrimiento ajeno. La insensibilidad se encarniza con Rosetta. Sus amigas no disimulan su curiosidad, sin retroceder ante lo morboso y obsceno. Detrás de esa impiedad, hay inmadurez y egoísmo. Pavese demuestra que se puede escribir con el desparpajo y el ingenio de Oscar Wilde, sin renunciar a la crítica social y al compromiso político. Los diálogos son chispeantes, rebosan ingenio, pero nunca resultan banales o increíbles. Italia aún no se ha sacudido la podredumbre del fascismo y ya ha emprendido una irresponsable carrera hacia la corrupción política. Pavese ofrece una perspectiva lúgubre del futuro. La vida es sucia y desordenada. El mundo sería hermoso, si no fuera por el hombre. Becuccio, un joven comunista que mantiene un corto idilio con Clelia, participa fugazmente en la vida enloquecida de la burguesía turinesa, sin moralizar ni teorizar sobre transformaciones políticas.
En sus momentos más alocados, Entre mujeres solas recuerda la screwball comedy. Posee las mismas virtudes: precisión narrativa, personajes sólidos, brillante encadenamiento de escenas, pero con la salvedad de que las cualidades formales no son el mero andamiaje de un enredo, sino el fundamento de una filosofía trágica, que dice no a la vida. Para Nietzsche, Turín fue el último tramo de cordura. Para Pavese, ese teatro ubicuo que disipa cualquier ensueño, preservando como única enseñanza que sería mejor no haber nacido.