Image: Los papeles de agua

Image: Los papeles de agua

Novela

Los papeles de agua

Antonio Gala

2 octubre, 2008 02:00

Antonio Gala. Foto: Josefina Blanco

Planeta, 2008. 450 pp., 22 e. Leer extracto

Recientemente se han publicado Los papeles del agua. El prestigioso novelista, poeta dramaturgo y ensayista Antonio Gala (1936) ha asumido la responsabilidad de darle cuerpo, en forma de libro, al remero de apuntes que Deyanira Alarcón escribió a manera de exorcismo y en cuadernos de "todo a cien", para explicarse a sí misma, mientras vomita sobre las indefensas páginas la indigestión de equívocos que, según su opinión, han sido su vida y su exitosa trayectoria literaria.

Rota, desangelada, huyendo del "fracaso" de su último libro y de su matrimonio con Gabriel Roelas, el editor que impulsa su carrera; utilizándola a ella -dice- como tapadera para esconder su homosexualidad, Alarcón se queda varada ni más ni menos que en Venecia, la ciudad que, quizá, más se le parece: hundiéndose entre sus viscosos canales y bajo el peso de su historia porque toda ciudad que se respete también posee una biografía íntima, inconfesable. Con prisa, a "vuelapluma", como suele decirse, esta mujer intensa hasta el agotamiento propio y ajeno, vierte, más bien drena, sus opiniones sobre todo lo humano y lo divino, reiterando, cada cierto número de párrafos, que lo que escribe nunca sería publicado ni leído. Un buen recurso porque le permite echar pestes contra casi todo amparada por el agua veneciana que, tal como se fagocita a sí misma, deberá tragarse los dichosos papeles.

Estos apuntes de la señora Alarcón, repletos de juicios, dictámenes y también de homenajes a diferentes autores son, pese a sus dic- terios contra la literatura, los literatos y etc., muy literarios. En sus pormenorizadas anotaciones pueden apreciarse dos partes, o sea, dos Deyaniras. La primera ahonda en sus razones, es conmovedora en su indefensión y en su sinceridad. Una niña que, para no morir de desamor, tuvo que parirse a sí misma, incluso cambiar de nombre y escribir para rellenar los agujeros y carencias de su alma. Podrás estar o no de acuerdo con sus percepciones pero, incluso en su lenguaje mucho más cuidado, en la prolija disección de ese cadáver exquisito que es ella misma, encuentras a una mujer ocupada en su mundo personal, el único que en realidad podemos intentar cambiar. Muy afortunada, tiene la suerte de tropezarse con dos ciceronas bellísimas, inteligentes y vividoras, que la llevarán de la mano a ¿encontrarse? con el falo de su destino. Incluso el lenguaje de estas dos alegres mujeres es diferente hasta que se adueña del escenario la figura del cuarto elemento, una especie de "guerrillero erótico" que a punta de pene y cocaína convierte el mito de la Deyanira original, la esposa de Heracles, en una posibilidad. A partir de la satisfacción de sus más hondos y húmedos deseos, Alarcón empieza a dar muestras de una frivolidad y una cursilería que nos desconcierta. Logramos remontarla sólo a partir del conocimiento de que escribe sin pretensiones, no busca nada, no quiere continuar su carrera de escritora, sólo quiere apurar el cáliz de su vida hasta la saciedad y lo logra, es indiscutible, a pesar del hambre en áfrica, de las agobiantes injusticias sociales, del cada vez más evidente abuso del poder y los mezquinos intereses en que los políticos se mezclan con los capos de la mafia y la más alta jerarquía eclesiástica y, en fin, a pesar de las oscuras potestades que desgobiernan el mundo, a cuyos narco-gobernantes -delicias de la paradoja- debe encarar puesta de coca hasta el moño.

Al final, terminas comprendiéndola porque, a pesar suyo, Deyanira Alarcón nunca dejó de ser la pobre niña Asun, insegura como todos estos seres de humo que somos los humanos, necesitada del "otro" como espejo y razón de ser; buscando hacia "afuera" para no perderse en el "adentro". Siempre hallarás lo que buscas, tengas o no consciencia de que lo estás buscando.