Image: La vida descodificada

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Novela

La vida descodificada

por Craig Venter

16 octubre, 2008 02:00

Craig Venter

Espasa Calpe Leer crítica

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PUBLICA Y Sé MALDITO


[...] La visión del artículo de Science impreso me proporcionó uno de los sentimientos de satisfacción más intensos que había experimentado nunca. A pesar de las batallas, las tonterías, la mezquindad y las quejas constantes de que lo que estábamos haciendo no tenía salida, era imposible e inacabable, habíamos tenido éxito. Fue un momento muy muy dulce: había conseguido secuenciar el genoma humano, no en quince años, sino en nueve meses, y había hecho historia con uno de los mejores equipos científicos que jamás se habían reunido. Ningún premio, alabanza o refuerzo podría nunca sustituir ese sentimiento maravilloso.

Cuando quedó claro que nuestra publicación en Sience iba a salir como estaba planeado, el programa público llevó a cabo su amenaza de boicotear la revista y publicar en su lugar en la británica Nature. [...] Lamentablemente, mis rivales siguieron intentando menospreciar los logros de Celera.


[...] Después del genoma humano continuamos con la secuencia del genoma del ratón. Mi sugerencia para que el programa público hiciera el del ratón mientras nosotros hacíamos el humano se recibió como una afrenta, pero mi lógica era coherente. Al tener el genoma del ratón, que completamos en solo seis meses, Celera obtuvo grandes ventajas en genómica comparativa. Esta vez era fácil ignorar al programa público porque no había casi ningún dato disponible y solo utilizamos nuestros propios datos del método de la escopeta a partir de cepas únicas de ratón. Por no contaminar nuestro genoma con datos públicos de menor calidad, terminamos con un ensamblado mucho mejor que el que obtuvimos para el humano. Las comparaciones entre humano y ratón fueron las primeras en revelar que los mamíferos comparten más del noventa por ciento de sus genes y que se dan mayoritariamente en el mismo orden en nuestros cromosomas, estableciendo inequívocamente la relación evolutiva a nivel del genoma. Con subvenciones de los NIH comenzamos a secuenciar el genoma de la rata y el genoma del mosquito Anopheles, que transmite el parásito de la malaria.

A estas alturas yo ya había puesto en marcha nuevos programas en Celera, incluyendo la mayor unidad de proteómica del mundo (para ayudar a descubrir qué hacen los genes) así como para realizar investigaciones en vacunas para el cáncer. Compré una compañía farmacéutica dedicada a moléculas pequeñas, en South San Francisco. Trabajé con Mike Hunkapiller para crear Celera Diagnostics. Sentí que estaba llevando a Celera en la dirección adecuada, desde la lectura del genoma hasta la utilización de su código para descubrir nuevas pruebas y tratamientos.

El reconocimiento por parte del sistema de nuestro trabajo llegó de forma rápida y contundente. [...] Sin embargo, la política se entrometía incluso aquí, cuando los científicos financiados por el Gobierno intentaron evitar que mi equipo y yo compartiéramos el Premio Gairdner [...].

Me fui [de Celera], después de haber secuenciado los genomas de Drosophila, el humano, del ratón, de la rata y del mosquito; habiendo dejado un negocio de base de datos rentable, una instalación de proteómica, un negocio farmacéutico, un negocio de diagnóstico y mil millones de dólares en efectivo en las arcas de Celera.

Aun cuando sabes que el final está cerca, no hay forma de prepararse realmente para la realidad cuando esta llega. A pesar de que quería dejar Celera, necesitaba algo más de tiempo para agradecer a mi equipo su increíble determinación y motivación. Me habían dado el ciento diez por cien. En cambio, tenía que irme inmediatamente y empezar a despejar mi despacho de mobiliario. [...] No se me permitiría ver o despedirme de mi equipo señor ni de ninguno de los más de mil empleados que había contratado. [...] Una vez que estuvimos de acuerdo en las condiciones, dejé de lamentarme del pasado y comencé a mirar hacia delante.


[...] Estaba tan afectado por haber dejado Celera que, según el periodista de Forbes, yo había dicho en algún momento: "Hay una gran probabilidad de que me suicide o me muera de alguna enfermedad". Incluso si dije eso (no recuerdo haberlo hecho), fue probablemente una ocurrencia drástica al final de una noche bebiendo y chismorreando. De cualquier forma, mi vida se había complicado y había encontrado una forma simple y efectiva de dejar de sentir lástima por mí mismo: todo lo que tenía que hacer era pensar en la increíble vida, increíble diversión e increíble ciencia que me habría perdido si me hubiera ahogado en Vietnam.

Busqué consuelo en la única cosa que sabía que me animaría: me dirigí hacia mi barco y salí a navegar hacia los mares turquesa de St. Barts, el pequeño y très chic trocito de Francia en el Caribe. Siempre que me he esforzado en entender mi vida y mi trabajo, y siempre que he buscado nuevos retos, he mirado a los mares abiertos como a una especie de cielo. Navegando más allá de la vista de la tierra y más allá del alcance de los teléfonos móviles y de la televisión, he encontrado paz para pensar, refrescarme y renovarme.

Cada transición importante en mi vida ha venido acompañada por una nueva aventura con un horizonte ampliado. Para mantener mi cordura cuando estaba destinado en Vietnam, navegaba con mi Lightning de seis metros alrededor de Monkey Mountain y a unas cuantas millas de la costa de Da Nang. Cuando estaba escribiendo mi tesis doctoral, recorrí una distancia de cientos de millas entre Catalina Island y México en un pequeño barco abierto. Cuando estaba experimentando con el secuenciamiento automático, emprendí la mayor navegación de mi vida en mi Cape Dory 33, Sirius, a través de mares montañosos en el Triángulo de las Bermudas. Antes de empezar a secuenciar el genoma humano, había participado en una regata a través del océano Atlántico en mi balandro de veinticinco metros Sorcerer, que había vendido cuando me centré en este extraordinario reto. Ahora, cuando acabo de dejar Celera, me encuentro en este nuevo yate, navegando nuevos mares e imaginando nuevas oportunidades científicas [...]


Podía haberme retirado de la ciencia para tumbarme en una playa o para navegar hasta mi tumba, pero eso me recordaba a mi paciente de Vietnam que había tirado la toalla y había muerto porque vivir se le hacía muy difícil y doloroso. Todavía no estaba acabado. Toda mi vida había sido un soñador y un constructor, y este no era el momento de parar. Decidí que sería más fácil comenzar de cero, [...]. Decidí avanzar y esforzarme por hacer algo nuevo que tuviera un impacto incluso mayor que el secuenciamiento del genoma.


[...] Había dado el cincuenta por ciento de mis acciones de Celera a mi fundación sin ánimo de lucro, que podía vender cuando los precios subieran y, como resultado, tenía ahora más de ciento cincuenta millones de dólares con los que trabajar para hacer la ciencia que quería. Fueron el pensamiento en la ciencia y las ideas que no había tenido tiempo de perseguir los que me sacaron lentamente de mi abatimiento. Podía tratar de conseguir que el genoma humano fuera más relevante para los pacientes; podía dedicarme a analizar las posibilidades de la genómica en favor del medioambiente; podía utilizar el secuenciamiento para explorar la increíble diversidad del mar o el aire de la ciudad. Quedaba tanto por comprender. E intentaría el desafío final: sintetizar la vida misma. [...] Estaba renovado y listo para intentar empezar de nuevo.