Image: El blog del inquisidor

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Novela

El blog del inquisidor

Lorenzo Silva

18 diciembre, 2008 01:00

Lorenzo Silva. Foto: L.S.

Destino. Barcelona, 2008. 247 páginas, 15 euros

Aunque, de modo inevitable, la mayor popularidad de Lorenzo Silva como escritor se haya forjado en las novelas de intriga que tienen como personajes al sargento Bevilacqua y a la cabo Chamorro, no hay que olvidar que nos hallamos ante un autor inclinado desde el principio a tantear motivos y fórmulas narrativas diferentes, que le han permitido ofrecer obras tan dispares como Noviembre sin violetas, La sustancia interior o El nombre de los nuestros. En El blog del Inquisidor, el escritor no se aparta sustancialmente de ciertos temas recurrentes que, como el de la culpa, forman parte de su mundo personal, pero se interna con soltura en recursos compositivos que unen tradición y novedad y que constituyen sin duda lo más valioso de la obra. Para empezar, conviene decir que la historia se presenta como una variante más del procedimiento del "manuscrito encontrado", tan fecundo desde Cervantes a Cela, sólo que aquí, no hay manuscritos, sino textos electrónicos y diálogos sostenidos a distancia mediante el chat.

Fiel a la tradición de esta modalidad narrativa, el autor se presenta en un "Aviso preliminar" como simple compilador curioso: "Mi intervención no la considero irrelevante, aun siendo insuficiente para reclamar una cuota de autoría sobre las páginas que siguen". Recoge una bitácora de Internet en la que una joven extranjera que vive en una isla cuenta cómo descubre en la red fragmentos de una novela truncada y consigue conectarse con el desconocido autor, con el que inicia una relación epistolar acerca de ciertos personajes de la novela interrumpida que corresponden a sujetos históricos reales: la monja Teresa Valle de la Cerda, del convento de benedictinas de la Encarnación, o de San Plácido, en Madrid, el confesor Francisco García Calderón y el inquisidor Diego Serrano, actores de un sonado proceso del que se han hecho eco multitud de historiadores, desde Menéndez Pelayo hasta Julio Caro Baroja, con interpretaciones divergentes que dejan en penumbra la verdad de los hechos.

Puede advertirse la filiación cervantina de la composición: un compilador cuenta cómo una mujer escocesa cuenta en inglés -y el compilador traduce- una historia encontrada en Internet en que alguien, a su vez, cuenta una historia ocurrida en el siglo XVII que ambos acabarán comentando, todo ello confrontado con un manuscrito de la época (real, existente todavía hoy) en que se consigna la visión de los hechos ofrecida por la monja, lo que constituye una perspectiva más añadida a las anteriores. La multiplicación de hipótesis, impresiones, conjeturas e informaciones incompletas evidencia que la verdad es inalcanzable y que lo máximo que podemos reunir es, como hubiera dicho Ortega, una multiplicación de perspectivas. Por otro lado, y paralelamente a la historia evocada, se configura la actual, centrada en la figura del misterioso corresponsal y de su interés por los personajes de la monja, el confesor y el inquisidor, escogidos para protagonizar la novela inacabada porque los tres representan, sin duda, aspectos distintos y momentos diferentes del frustrado autor -lo que equivale a decir que cualquier novelista reparte su espíritu entre sus personajes-, ya que el ser humano es un agregado de estratos sucesivos, como este mismo reconoce: "Con el tiempo vamos acumulando así personas que hemos sido, y luego hemos dejado de ser.
Al llegar a cierta edad, somos tanto el que en ese momento vive como una colección más o menos larga de muertos" (p. 159). Lo había expresado ya Quevedo "cuyo pensamiento parece filtrarse en estas consideraciones" cuando el sujeto de un famosísimo soneto se contempla como "presentes sucesiones de difunto".

A pesar de todos los testimonios y análisis, la historia de Teresa Valle de la Cerda, así como los motivos por los que la Inquisición acordó rehabilitarla años después, sigue conteniendo numerosas lagunas que reducen el valor de las certezas. De igual modo, si la novela es diáfana la historia del inquisidor actual "del enigmático autor de la bitácora" está llena de oscuridades y misterios que ni siquiera la entrevista con Teresa logrará disipar. Peripecias, confesiones, documentos y conjeturas nos dejarán como residuo historias fragmentarias, verdades incompletas e inseguras, y todo en la novela, desde la sucesión de ángulos narrativos hasta la misma estructura compositiva, hecha de retazos y elusiones, se encamina a este fin. Vale la pena internarse en estas páginas y hacerlo sin prisas, disfrutando del riesgo y de los aciertos que contiene.