Image: A buenas horas cartas de amor

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Novela

A buenas horas cartas de amor

Víctor Andresco

19 junio, 2009 02:00

Víctor Andresco. Foto: Jaime Villanueva

Belacqva, 2009. 169 páginas, 17 euros

La colección "La orilla negra", a la que pertenece este volumen, está dedicada, como ya sugiere su nombre, a publicar narraciones de misterio, aprovechando una moda que ha ido en auge durante los últimos decenios y que tiene, sin duda, un público numeroso. Claro está que una tradición tan dilatada, con tantas modalidades ensayadas en relatos literarios y cinematográficos, exige un esfuerzo por parte del novelista para no caer en esquemas ya consabidos y previsibles, a fin de ofrecer alguna novedad. Aquí, los elementos inesperados son varios. El cadáver parece un hombre, pero es una mujer; el investigador es una especie de poeta vergonzante con una formación policial casi nula; las sospechas recaen inicialmente en los miembros de un grupo religioso de origen iraní -los bahá’í- con un amplio círculo de adeptos en Madrid; por último, la historia se cierra con un final inseguro y no concluyente, ya que la solución contradice algunos de los datos registrados en el escenario del crimen, y se confía a un epílogo en que un personaje desvela su papel en la preparación del tenebroso enigma, enmendando de este modo la plana al narrador, en lo que parece una nueva versión del personaje que se zafa del destino impuesto por el novelista y actúa por su cuenta, como en un planteamiento unamuniano.

Todo esto tiene cierto interés, pero requería un tratamiento narrativo más firme. Los lectores que busquen en estás páginas un relato de intriga verán cómo la tensión decrece por momentos y echarán de menos un desfile convincente de sospechosos y una mayor articulación lógica de las pesquisas. Quienes, por el contrario, se sientan atraídos por los rasgos sociales de la obra -sobre todo los referidos a la comunidad bahá’í, sus reuniones y sus ritos-, encontrarán este aspecto demasiado esquemático y casi ahogado por facetas convencionales, como el poco sutil coqueteo entre el comisario Emilio González y la periodista Alicia Muro. Los partidarios de la independencia del per-
sonaje hallarán un tanto pobre el recurso al epílogo esclarecedor.

A buenas horas cartas de amor parte de una idea muy aprovechable no bien desarrollada. El zigzagueo del relato, sus altibajos de ritmo y sus prescindibles alusiones a políticos actuales -hojas caducas, al fin y al cabo- rebajan la densidad de la novela, la trivializan en varias ocasiones y resultan elementos nocivos para el conjunto. Y lo mismo hace, en algunos casos, el uso de enunciados premiosos y llenos de circunlocuciones que no son lo más apropiado a un estilo narrativo: "Con los años, la rudeza natural del padre había ido cediendo a una disciplinada bondad, sin duda en simétrico diálogo con el espacio que la paciencia de la madre le había arrebatado a su distinción" (p. 93). El lenguaje es, en general, correcto, aunque no exento de lugares comunes ("llama su atención poderosamente" [p. 12], "la pertinaz sequía" [p. 32]) ni de alguna adjetivación incoherente ("voz veloz", p. 33) o de alguna construcción errónea ("acostumbra a charlar un rato", p. 87; "juzgar en profundidad a un poeta", p. 104). Se trata, no obstante, de flaquezas corregibles si el autor continúa adentrándose con rigor por el camino de la narración