Agustín Fernández Mallo. Foto: Víctor Lerena
Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) cierra con esta nueva obra el llamado humorísticamente
proyecto Nocilla, reducido a una trilogía de peculiares relatos con los que el autor ha ensayado fórmulas narrativas alejadas de las habituales y que delatan la actitud rupturista e innovadora que caracteriza periódicamente las corrientes vanguardistas. En el caso del escritor gallego, estas fórmulas podrían inventariarse con facilidad: historia fragmentada, con escasas dosis de ficción, mezcla de elementos gráficos y de imágenes de distinta naturaleza, inserción continua de citas o pasajes de libros y autores diversos, asociaciones inesperadas, reiteraciones de motivos, y todo con el propósito de lograr una especie de discurso circular cuya propia estructura formal, mucho más que las exiguas informaciones proporcionadas por el texto, traduzca una visión del mundo. La composición del discurso tiene mucho de organización poemática -sobre todo en la primera parte, por sus vaivenes, su forma de discurso continuo, sin puntos, como un obsesivo monólogo, sus recurrencias y repeticiones de ciertos motivos- y también musical, ya que muchos pasajes funcionan a manera de oberturas que anuncian esquemáticamente lo que luego tendrá un desarrollo más amplio. El entorno cultural de esta levísima historia, articulada sobre las simples anécdotas de dos viajes del autor a Las Vegas y a una isla al sur de Cerdeña, es variado: Wittgenstein, Octavio Paz, Bukowski, Vila-Matas, Paul Auster y su obra
La música del azar, la Coca-Cola, algunos héroes del cómic, los ordenadores y un sinfín de elementos de la modernidad, que se insertan en el relato por un procedimiento análogo al de las mezclas musicales. Como escribe el autor: "Hay un antes y un después en la historia de la humanidad: el momento en que irrumpe la cinta magnetofónica como bien de consumo: la posibilidad de cortar y pegar, alterar, fundir pistas" (p. 102). Conviene tener presente este procedimiento de alteración y mezcla de distintas "realidades" al leer las páginas de Nocilla Lab, cuyo título apunta ya, en efecto a su composición como un producto de laboratorio.
Es indudable el ingenio del autor, y también su habilidad, salpimentada con dosis de humor de buena ley, pero también es legítimo preguntarse si valía la pena tanto esfuerzo para escribir una obra en que los artificios estuvieran tan a la vista y la palpitación humana tan oculta. Sobre todo si se tiene en cuenta que muchos de los ingredientes y experimentos de la novela que, sin más, podemos considerar vanguardistas han sido ya probados en muchas ocasiones y con numerosas variantes, al menos desde las tentativas de Marinetti y los futuristas hasta hoy, de tal modo que un libro tan amplio y enjundioso como el que Guillermo de Torre dedicó hace muchos años a las literaturas europeas de vanguardia necesitaría en la actualidad una urgente actualización. Acaso Fernández Mallo, una vez liquidado el Proyecto -así, con mayúscula- al que reiteradamente se refiere y que se ha materializado en las tres novelas con las que ha ido incrementando su destreza como narrador, deba plantearse qué trayectoria de novelista le conviene seguir a partir de ahora, sin olvidar la necesidad de crear personajes que no sean el propio autor.
Poco habría que señalar del lenguaje, ajustado al estilo narrativo aunque empecinadamente opuesto a las concordancias: "las miles de cámaras" (pp. 46, 71, 75), "las miles de pirámides" (pp. 64, 75); "agentes motrices externos" (p. 148); "las antípodas" (p. 166); "ella, que de vez en cuando compraba una maceta […] y que en sus sueños a veces aún se le aparecían hortensias…" (p. 107).