Francisco de Miranda es, sin lugar a dudas, junto al cubano Francisco de Arango y Parreño y el filipino José Rizal -cada cual en su estilo- una de las figuras más atractivas en los anales de las colonias en la América hispana, que merece ser reflotada en tiempos en que nos apasionamos por revisar la historia.

El periodista y escritor Fermín Goñi (Pamplona, 1952) recoge en su libro los más importantes avatares en la trayectoria vital de un Miranda al que es muy difícil seguirle la pista, dada su enorme capacidad de movimiento, la fogosidad de su carácter y su voluntad. Gozó este caraqueño de amores, admiración, odios y persecuciones por igual, pues ostentaba la rara capacidad de no dejar indiferente a nadie. Sus amistades se extendieron por una Europa levantisca, yendo desde Catalina La Grande hasta el duque de Wellington, pasando por George Washington, Alexander Hamilton o el abate Raynard.

La historia de España está vinculada a la de sus creaciones de ultramar y trabajos tan bien documentados como el de Goñi logran despejar zonas erróneas en el trato de la Madre Patria hacia aquellos deseosos de ser reconocidos, no como subproductos ineludibles, sino como hijos legítimos en derecho e igualdad, y al fallar la recepción necesaria, terminaron revelándose en busca de su propio sitial.