Novela

Los bosques de Upsala

Álvaro Colomer

20 noviembre, 2009 01:00

Alfaguara, 2009. 216 páginas. 18 euros


Hay que agradecer a este escritor y periodista barcelonés (1973) su empeño por esquivar los carriles trillados del relato convencional, repleto de acciones y muy cinematográfico, para adentrarse en los abismos de la novela psicológica y bucear en un espíritu torturado por el miedo y los recuerdos. El dilatado monólogo en presente de Julio, entomólogo obsesionado por la depresión de su esposa, que ha intentado suicidarse, es un buen ejemplo de introspección, con episodios bien desarrollados -la entrevista con el psiquiatra, sutilmente caricaturizado, o la escena entre Julio y el perro-, junto con algún otro un tanto desmedido, como el discurso de Juan en el bar, además de aciertos indudables (el paralelismo implícito establecido entre la situación del mosquito tigre capturado en una urna y la esposa encerrada en casa). Estas virtudes narrativas, sin embargo, se ven oscurecidas por el uso de un lenguaje plano e inapropiado, lleno de giros rechazables que se repiten como muletillas una y otra vez. Así, en la página 29 leemos: «me hubiera elegido a mí, sólo a mí y a nadie más que a mí»; en la 58: «el miedo, y sólo el miedo, y nada más que el miedo, le obliga a vomitar»; en la 127: «me encoleriza pensar que yo, y solamente yo, y nadie más que yo, facilité...». Estas estructuras enfáticas culminan en los plurales de expresiones ponderativas. En vez del giro «de ninguna manera» se recurre a «de ninguna de las maneras» (p. 36); en lugar de escuchar «con la mayor atención», aquí se hace «con la mayor de las atenciones» pp. 24, 140); donde se esperaría «la más absoluta soledad» tropezamos con «la más absoluta de las soledades» (p. 188); «el más absoluto silencio» pasa a ser en estas páginas «el más absoluto de los silencios» (p. 57), como «la más férrea de las voluntades» (p. 149) y otras construcciones gemelas. Nunca se ve algo, o se descubre, sino que se «detecta» («en el respaldo derecho del sofá detectó un chal», p. 183; también pp. 140, 141, 202, etc.). El nexo comparativo «como» es siempre, sin excepción, «tal que» (pp. 53, 134, 150, 151, 206, etc.), de igual modo que la conjunción «aunque» desaparece por completo en beneficio de «ni que» («los tomaré en consideración ni que sea someramente», p. 182; v. también pp. 131, 135, 192, etc.). La noción ‘ahora’ se convierte sin cesar en «al presente» (pp. 109, 142, 167, etc.), como en un texto traducido del francés. Y en lugar de escribir «sobre todo» el autor escoge siempre «básicamente» (pp. 52, 61, 86, etc.), como en un texto traducido -mal- del inglés. Transformarse es exclusivamente «devenir en» («devine en el niño, y luego en el hombre, más triste del mundo», p. 95; también pp. 50, 62, 67, 90, 115, 145, 180, etc.). Pero son aún más censurables las construcciones erróneas: «se dignaron a abrir la puerta», p. 21; «amenaza en convertirse en…», p. 56) y los errores léxicos como «cuadriplicar» (p. 62) o la identificación entre el singular «orín» y «orina» (p. 46). Una pobre escritura ha lastrado un texto prometedor.