Fernando Aramburu: "Mi vida sería un tormento para cualquiera. Es literatura incluso cuando duermo"
Fernando Aramburu.
A pesar del pesimismo del que solía presumir, Aramburu es ahora mismo un hombre feliz, aunque admite que el tipo de vida que lleva en la actualidad “resultaría un tormento para cualquier persona carente de inclinaciones literarias. Mi vida es literatura incluso cuando duermo. Me impongo tal disciplina de trabajo que a veces me pregunto si seré mi enemigo”. No es broma: su obsesión por la escritura le lleva a poder predecir, “sin sombra de duda”, qué hará y dónde estará el jueves que viene a las 3 y 25 de la tarde, por ejemplo, o prefija sus horas diarias de lectura. Y remata: “Como ya habrán adivinado, desconozco el aburrimiento. A veces salgo de viaje, voy al teatro con mi mujer, comparto unas copas de vino con los amigos. En tales momentos también escribo, aunque no escriba”.Libertad modesta y sencilla Veinticinco años después de su llegada a Alemania, Aramburu ha perdido los rizos de su entonces larga melena, los titubeos en un idioma con el que entonces batallaba entre juegos de palabras y malentendidos, pero no su afición por esa cerveza de trigo que deja un fino bigote blanco tras cada sorbo. Tampoco su sentido del humor, ni la sed de libertad, que necesita “como otros el tabaco o el alcohol”, aunque matiza que la suya no tienen nada que ver “con el concepto común de libertad con el que se llenan la boca los políticos no va conmigo. ¿Cómo voy a ser libre si no estoy exento de las consabidas fragilidades humanas? La libertad a la que aspiro todos los días es real y sencilla, por no decir modesta, y se ejerce principalmente ante el escritorio, el lugar donde más a gusto estoy conmigo y donde, a pesar de mi soledad, más cerca me siento de mis congéneres. Esta libertad consiste en la facultad de tomar durante el trabajo creativo todas las decisiones: estéticas, lingüísticas, morales y de cualquier tipo. Yo no sé si haber elegido este camino constituye un acto de valentía. En todo caso de tozudez. Hay otra libertad anterior a esta, la que falta cuando uno se las ve y se las desea para pagar la hipoteca, la cuota de la seguridad social, las necesidades de sus hijos, etc. Me temo que, salvo en casos excepcionales de éxito, ambas libertades se anulan mutuamente”. Las manzanas de Schiller -Ahora que tiene tanto tiempo para escribir, especialmente en esas tardes alemanas invernales, cuando oscurece pronto y hace frío, ¿ha sentido el terror ante el folio en blanco, el estar sentado ante el ordenador sintiéndose vacío? ¿Cómo lo supera, tiene alguna superstición sin la cual es incapaz de escribir? -A mí me dan miedo los fenómenos intimidantes de costumbre, pero no la página en blanco ni la página llena. Tengo unos truquillos que pongo en práctica en situaciones de sopor, de bloqueo, de marasmo imaginativo. El más eficaz consiste en la ingestión de manzanas. Luego he sabido que Friedrich Schiller, en el siglo XVIII, me imitaba. A diferencia de él, yo dispongo de dicha fruta, como decía mi abuelo, las veinticuatro horas del año. Otro truco con el que intento estimular la inventiva es el sofá. Tumbado en él espero el tiempo que haga falta, en apacible postura, a que el cerebro me dé el título de la novela, me escenifique determinado episodio, me resuelva el final de un capítulo, etc. Conviene no desdeñar otros trucos como, por ejemplo, gozar de salud, no tener problemas, practicar la alegría y administrarle de vez en cuando a la inteligencia unas dosis razonables de ingenuidad."Desconozco el aburrimiento. A veces salgo de viaje, voy al teatro, comparto unas copas de vino con los amigos. En tales momentos también escribo, aunque no escriba”
-El primer resultado es Viaje con Clara por Alemania (Tusquets), que no es ni un ensayo, ni una novela, ni una autobiografía ni un libro de viajes al uso o de gastronomía... ¿Es quizá el libro con el que más se ha divertido, el más bienhumorado de todos los suyos? -Mi mujer y mis vecinos hace tiempo que no se alarman cuando oyen mis carcajadas a través de los tabiques. Gozo como un niño con el manejo de la lengua escrita. Ese gozo es para mí un asunto muy serio que no excluye el tratamiento de temas delicados. Me lo pasé bomba escribiendo el Viaje con Clara por Alemania, sin que en ningún momento sintiera tentaciones de extremar la superficialidad. Garbanzos y chipirones A punto de volver unos días a España, y a varios grados bajo cero, Aramburu confiesa que esta declaración de amor a Alemania, a su esposa y a la escritura nace del “convencimiento de que la vida no es provisional. La vida concreta y pasajera de cada cual es, a mi juicio, lo único que hay. En consecuencia he aprendido a estimar y agradecer todo lo bueno que me sale al encuentro. Quizá me haya vuelto un tipo positivo. Tendré que vigilarme. -¿No cree que va a sorprender a quienes esperaban que siguiese la veta iniciada con Los peces de la amargura, es decir, que profundizase en las historias jamás contadas del País Vasco, las de las víctimas? -Los lectores que me han aguantado desde el principio ya saben que hoy ofrezco garbanzos y mañana chipirones. Voy a mi aire y quien quiera comer en mi casa, metafóricamente hablando, bienvenido sea. No obstante, desde un punto de vista personal, Los peces de la amargura y el Viaje con Clara por Alemania son dos creaciones gemelas. Pasé los primeros veinticinco años de mi vida en el País Vasco, he pasado los segundos veinticinco en Alemania. El primero me inspiró un libro doloroso y triste de cuentos, la segunda una novela salpicada de episodios jocosos. La respuesta está en lo que he visto y experimentado en ambos sitios, de cuyas diferentes realidades históricas no soy responsable. El problema vasco -¿Tiene en mente alguna novela en la que, en el futuro, vuelva a acercarse al problema vasco (qué terrible eufemismo)? -El llamado problema vasco radica en que unos individuos matan, agreden, extorsionan y atemorizan a otros a fin de introducir en la historia su idea particular de la nación. Otros comparten barca y rumbo con ellos, aunque no empuñen el remo de la violencia. Sobre esta cuestión y sobre la fervorosa incapacidad de algunos de mis paisanos para entender y aceptar los rudimentos del compromiso democrático, me gustaría, si nada se tuerce, volver a expresarme en forma literaria alguna vez."La libertad a la que aspiro todos los días es real y sencilla, por no decir modesta, y se ejerce principalmente ante el escritorio, el lugar donde más a gusto estoy conmigo"
-¿Qué respuesta tuvo su libro de relatos tanto de las víctimas, como del nacionalismo, entonces en el poder? -Las víctimas con las que pude conversar me mostraron agradecimiento y me abrazaron. Ningún periódico nacionalista reseñó mi libro, ni siquiera para tirarlo por tierra. Pero yo sé, porque tengo mis antenas, que muchas personas de convicciones nacionalistas lo leyeron en la soledad de sus viviendas y a más de una se le empañaron los ojos. -Recordando algo que escribió en estas mismas páginas, ¿qué, o quién, es lo que hace grande, digna e importante a la literatura? - Muchas cosas. Por ejemplo, su componente humano. ¿Acaso no es grande que alguien ponga a nuestra disposición los frutos de su sensibilidad y su inteligencia, que nos emocione, nos enseñe cosas, nos muestre la realidad desde ángulos de visión distintos del nuestro, nos mueva a risa, estimule nuestra imaginación, nos haga la vida más compleja, más agradable, más interesante?Añádase el componente estético, la delicia en el manejo del idioma, la gracia poética, la densidad de pensamiento. Hay quien cree que los escritores trabajan para que exista una tradición literaria, con sus escuelas, sus tendencias y sus fechas relevantes. A mí esto me interesa menos. La tiranía de lo gris -Medio en broma, medio en serio, plantea en el libro la cuestión de la superioridad del intelectual y su compromiso con la sociedad: ¿qué tiene o puede hacer un escritor hoy, en medio de la crisis económica, cultural y social que padece el mundo entero? -Lo mínimo que se puede esperar de él es que nos proporcione textos de calidad. Después, si tiene algo oportuno que decir, por mí que abra el pico en los periódicos y nos dé su aportación, a poder ser sin imponernos demasiado el fulgor de su rostro. No tengo nada en contra de que dé la lata en público si lo hace con gracia. Por último, si está en sus manos solucionar las crisis colectivas, ¿a qué coño espera? -¿Piensa, como Clara, la protagonista de su novela, que "escribir es una forma desnudarse" pero que "muchos escritores no saben dónde acaba la ropa y empieza la piel y se lo quitan todo", o. como puntualiza el otro protagonista, no se trata tanto de "desnudarse a uno mismo como desnudar a los demás"? -No estoy totalmente de acuerdo con mi personaje. Entiendo que uno también se viste y se tapa cuando escribe para los demás. Y menos mal que es así, por cuanto la visión de algunos cuerpos en carnes vivas hiere como un pinchazo en los ojos."Las víctimas con las que pude conversar me mostraron agradecimiento y me abrazaron. Ningún periódico nacionalista reseñó mi libro, ni siquiera para tirarlo por tierra"
-¿En qué consistiría esa "tiranía de lo gris" que parece atenazar a la cultura y a la política de nuestro tiempo? -En este caso es con el narrador de mi libro con quien no estoy del todo de acuerdo. A mí me gusta la cultura de nuestro tiempo. Es más, considero que en el plano cultural vivimos inmersos en una época grandiosa, en un siglo de oro puro. Para percatarse de ello basta con no aferrarse a una idea regional de los frutos culturales. En cualquier momento se publica un libro excepcional escrito por un húngaro, te sale un director de cine japonés con una película maravillosa, cuatro nigerianos te hacen un disco de una hermosura y una fuerza que paraliza. Infortunadamente uno no da abasto para disfrutar de todo. En cuanto a la cuestión política, pienso que efectivamente nos ha tocado vivir, al menos en Europa, una época caracterizada por la mediocridad, en la que prevalecen el espíritu comercial, las corruptelas, los laberintos burocráticos, la falta de proyectos que estimulen a los ciudadanos y un racismo cada vez menos soterrado. -¿Sigue, desde la distancia, la crisis económica española, el pensionazo, las multas en Cataluña a quienes ponen en sus establecimientos carteles en castellano? ¿Le sorprende quizá que la democracia no haya acabado con la intolerancia? -Yo me guardaría mucho de establecer una identificación plena entre la democracia y la tolerancia. No creo, por ejemplo, que al hombre bajito y repeinado que gobierna actualmente en Italia le cuadre el calificativo de tolerante, aunque haya obtenido el cargo gracias a los votos de la ciudadanía. Por lo demás, estoy unido a todas horas mediante el cordón umbilical de Internet con la actualidad española. Lo de las multas de Cataluña, la obligación de dar un cupo de cine en catalán, entre otras medidas sujetas a castigo como en el colegio de frailes de mi infancia, me da la imagen de unos hombres pequeñitos, sin afecto por los demás, jodidos en sus complejos y siempre agraviados y de mala uva. Es una gozada no tener que vivir cerca de ellos. Bromas de la modernidad -En uno de los episodios más divertidos del relato, los protagonistas asisten a una representación de La traviata montada por Calixto Bieito en Hannover, de la que escribe: "Conservo en la memoria unas cuantas escenas risibles, de una comicidad que acaso no se correspondía con la prevista por el director de escena. [...] Clara no ocultaba el desagrado que sentía por la tosca sexualización del espectáculo. A mí me daban miedo los actores, obligados a lucir sus dotes vocales en actitudes y posturas ridículas. Y también me daba pena, mucha pena, Verdi". ¿Cuál es el límite de la provocación en el arte, y por qué parece que, cuando lleva la etiqueta de "provocación", lo que sea es intocable, incuestionable? -Hay un factor de cálculo en la provocación, pero así y todo el elemento esencial que determina la naturaleza y el alcance de un acto de provocación es el propio provocado. No se trata más que de suscitar un efecto, como por lo demás ocurre siempre con todas las manifestaciones artísticas, sólo que en este caso dicho efecto tiene una base negativa o destructora. De joven, cuando militaba en el Grupo CLOC de Arte y Desarte, me dedicaba con mis amigos a provocar a destajo. Aunque me divertía bastante, llegó un momento en que me cansé de las enormes cantidades de trivialidad que requería el artificio. Nos creíamos temibles y, sin embargo, un día nos quisieron contratar para que actuáramos en una discoteca."Nos ha tocado vivir, al menos en Europa, una época caracterizada por la mediocridad, en la que prevalecen las corruptelas, los laberintos burocráticos y un racismo cada vez menos soterrado"
Contra la histeria apocalíptica -Otro de los temas intocables hoy es el ecologismo, y lo que algunos han dado en llamar algorerismo, ese terror irracional al cambio climático que en Alemania parece estar aún más de moda que en España... ¿dónde empieza la preocupación por el planeta y acaban los intereses del mercado por obligarnos a consumir carísimos productos bioecológicos, mientras medio mundo muere de hambre? -Ojo, a mí me gusta saber lo que como, me entristece comprobar que hay más tigres de Bengala enjaulados que en libertad y me desespero viendo el muro de cemento con ventanas que conforma el litoral español. Yo no creo, como se afirma a veces con ligereza, que el ser humano sea capaz de destruir la naturaleza. Lo que el ser humano, que a fin de cuentas es una plaga, está destruyendo es la naturaleza que le garantiza su pervivencia y sobre todo la de las futuras generaciones. Nos estamos cargando el mundo de nuestros nietos, con algunos de sus animales, plantas y demás. Entre las distintas actitudes ecologistas hay unas cuantas que no me convencen. Por ejemplo, la histérico-apocalíptica encaminada a infundir conservadurismo en las personas por la vía de asustarlas. Lo mismo me pasa con la dominical-senderista compatible con el uso del automóvil en los días de labor, la cual busca aplacar la mala conciencia mediante la promoción de parques y el consumo de productos biodinámicos. Tampoco me convence mi pesimismo, pero no hallo la manera de sacármelo de encima. -Dedicó Los peces de la amargura "a la impureza..."... ¿Es la hora de apostar, más que nunca por el mestizaje, cultural y humano, en todos los ámbitos? -Por supuesto, aunque se me hace a mí que debíamos haber comenzado en la edad de las cavernas. -¿Qué queda del joven poeta surrealista que creó el grupo Cloc, aparte de ser ahora el redescubridor de Félix Francisco Casanova? -Quedan algunas enseñanzas básicas que todavía me son útiles. Aprendí que la rebeldía continuada, de espíritu nihilista, es una forma de conformismo. Sigo creyendo que las convenciones matan el arte. Conservo la fe en lo bueno del hombre y, por tanto, en su capacidad para el humor y la poesía. Y sobre todo me queda un puñado de amigos, lo más grande que me ha dado la literatura. También Casanova fue miembro de CLOC a pesar de morir antes de su ingreso."Entre las actitudes ecologistas hay unas cuantas que no me convencen. Por ejemplo, la histérico-apocalíptica encaminada a infundir conservadurismo en las personas por la vía de asustarlas"