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Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio
María Sirvent
16 abril, 2010 02:00María Sirvent. Foto: El Aleph
Este despliegue verbal es acaso la aportación más destacada de la autora, aunque sirva para esbozar el retrato de alguien cuya mentalidad inmadura e incluso infantil parece en total desacuerdo con su edad física. La visión un tanto caricaturesca del personaje se extiende, con menor vigor, a los demás tipos de la novela: los empleados de la oficina -Margarita Pulido, Enrique Toral, Camposoto, Chus- o la anciana Tomasa en cuyo domicilio vive Ágata. No se puede negar a la autora el gracejo y la inventiva que colorean muchos pasajes de este discurso irrestañable, sobre todo en algún episodio concreto, como el de las dudas que acometen a Ágata cuando tiene que preparar una entrevista de trabajo con un aspirante.
Pero una novela no puede consistir sin más en la reproducción magnetofónica -que a la postre acaba siendo infiel- del habla real, y menos aún en la acumulación de una prolongada sarta de inanidades que tratan de exhibir ingenio en cada línea y que lastran la novela por doquier: "Esperar me hace creer en los colores", p. 13; "he ido al servicio para comprobar que soy la misma de hace unos días y he tirado de la cadena", p. 25; "hoy, que es hoy, hoy, que no me miren por la calle […] hoy, que es hoy, no me harto de darme cuenta de que hoy no es mañana, hoy no es mañana", p. 54; "no me gustan mucho los viajes, me recuerdan que debo ser feliz", p. 60).
Claro que Si supieras que nunca he estado… podría haber llegado a ser muchas cosas que contiene en potencia: una historia de desamor, una sátira de la vida burocrática, el buceo en una personalidad solitaria necesitada de afecto y capaz de inventarse una vida al margen de la realidad, el retrato de un ser libre maniatado por las convenciones sociales…
No llega, sin embargo, a desarrollar ninguna de sus posibilidades porque, como construcción novelesca -y la novela es, además de otras cosas, una construcción, una estructura de elementos interdependientes-, resulta muy insuficiente. Es justo señalar las virtudes de la autora, que son especialmente de carácter verbal, pero también subrayar que eso, con ser mucho, no basta si no se encauza adecuadamente. Como recordaba Valéry, escribir es rehusar.