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Adán en Edén
Carlos Fuentes
28 mayo, 2010 02:00Carlos Fuentes. Foto: Santi Cogolludo
Aprovecha en algunas escenas incluso un surrealismo inspirado en los filmes de Buñuel o en el barroquismo felliniano. No será difícil descubrir un probable retrato satírico de Octavio Paz. Los nombres de los dos personajes centrales resultan simbólicos. Ambos se llaman Adán. Uno actúa como narrador y es abogado, empresario, casado con la rica heredera de Celestino Holguín, "el rey del bizcocho". Adán Góngora se diseña como el tópico militar -responsable de la seguridad nacional- ambicioso, corrupto, violento.
Priscila Holguín aparece con un perfil caricaturizado, la de una mujer que, cuando joven, fue Reina de la Primavera y, alejada ya de su marido, mantiene amores con Góngora. Éste acaba descubriendo que Adán Gorozpe tiene también una misteriosa amante, Ele, una figura vaga, a la que ve en secreto y es la única con la que puede sincerarse y hasta descubrirle un detalle físico que cabe entender como la fácil clave de esta novela simbólica, en la que no falta lo escatológico. Pero los personajes tópicos y el esquematismo de la narración, que tiende al guión cinematográfico, no sin humor, disimula un pesimista ensayo sobre la violencia de un México acosado y corrupto por el narcotráfico. Gorozpe es capaz de contratar aún más violencia que su competidor, quien le había ofrecido hasta la presidencia de la República a cambio de convertirse en el auténtico poder a su sombra. Una banda de Sigfridos, contratada en Alemania, no dejará cabos sueltos y acabará con los corruptos aún con más violencia. La novela se cierra con la figura del jardinero que contempla, en el zoo, la muerte de la serpiente y la huida del águila de su jaula: los mitos mexicas. Once directivos (los rasgos bíblicos y evangélicos resultan evidentes), con gafas oscuras, constituyen la dirección de la empresa de Gorozpe, aunque éste debe defenderse hasta de sus empleados. Y el pecado de este nuevo Adán, su manzana, es el conocimiento (codicia, rebelión y orgullo, p. 115). La memoria personal apenas si se descubre a través de un salto atrás en el tiempo, en tanto que una y otra vez el signo del cometa parece justificar la historia de México con la superstición. El poder no requiere memoria: "Por eso yo no soy santo. He decidido carecer de memoria y es tiempo de que el lector lo sepa." (p. 126).
Fuentes se limita, incluso, a numerar el fluir mental del personaje con meros esquemas (pp. 161-162). Pero también brotan algunas páginas del excelente y lúcido escritor que sigue siendo Fuentes, una de las voces imprescindibles de la narrativa latinoamericana y universal, aunque ésta, con seguridad, no pueda entenderse como una más de sus excelentes novelas.