Image: Adán en Edén

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Novela

Adán en Edén

Carlos Fuentes

28 mayo, 2010 02:00

Carlos Fuentes. Foto: Santi Cogolludo

Alfaguara. Madrid, 2010. 178 páginas. 16'50 euros


Carlos Fuentes (1928) sitúa Adán en Edén entre las narraciones que, agrupadas en quince apartados, entiende como "El tiempo político". Y, en efecto, esta nueva narración tiene más de ensayo sobre el México de hoy que de auténtica novela, montada sobre símbolos que se encarnan en personajes. Cabría considerarla también como el bisturí que abre la corrupción del poder económico, aunque se sirva de una tópica combinación de un cuarteto amoroso, de descarnados odios, de la violencia criminal que se abate sobre el país. Fuentes entiende su novela como un argumento sin desenlace, aunque lo tenga, y busca justificar su esencialidad haciendo participar al lector, como antes hiciera con el autor -otra voz intermedia-, distinta del narrador: "-Y todo esto, ¿que tiene que ver con la novela Adán en Edén que estás leyendo?/ -Todo y nada. Misterios asociativos de la lectura. /-¿Necesidad de aplazar los desenlaces /- No hay desenlace. Hay lectura. El lector es el desenlace. / -¿El lector recrea o inventa la novela?/ -Una novela interesante se le escapa de las manos al escritor." (p. 158).

Aprovecha en algunas escenas incluso un surrealismo inspirado en los filmes de Buñuel o en el barroquismo felliniano. No será difícil descubrir un probable retrato satírico de Octavio Paz. Los nombres de los dos personajes centrales resultan simbólicos. Ambos se llaman Adán. Uno actúa como narrador y es abogado, empresario, casado con la rica heredera de Celestino Holguín, "el rey del bizcocho". Adán Góngora se diseña como el tópico militar -responsable de la seguridad nacional- ambicioso, corrupto, violento.

Priscila Holguín aparece con un perfil caricaturizado, la de una mujer que, cuando joven, fue Reina de la Primavera y, alejada ya de su marido, mantiene amores con Góngora. Éste acaba descubriendo que Adán Gorozpe tiene también una misteriosa amante, Ele, una figura vaga, a la que ve en secreto y es la única con la que puede sincerarse y hasta descubrirle un detalle físico que cabe entender como la fácil clave de esta novela simbólica, en la que no falta lo escatológico. Pero los personajes tópicos y el esquematismo de la narración, que tiende al guión cinematográfico, no sin humor, disimula un pesimista ensayo sobre la violencia de un México acosado y corrupto por el narcotráfico. Gorozpe es capaz de contratar aún más violencia que su competidor, quien le había ofrecido hasta la presidencia de la República a cambio de convertirse en el auténtico poder a su sombra. Una banda de Sigfridos, contratada en Alemania, no dejará cabos sueltos y acabará con los corruptos aún con más violencia. La novela se cierra con la figura del jardinero que contempla, en el zoo, la muerte de la serpiente y la huida del águila de su jaula: los mitos mexicas. Once directivos (los rasgos bíblicos y evangélicos resultan evidentes), con gafas oscuras, constituyen la dirección de la empresa de Gorozpe, aunque éste debe defenderse hasta de sus empleados. Y el pecado de este nuevo Adán, su manzana, es el conocimiento (codicia, rebelión y orgullo, p. 115). La memoria personal apenas si se descubre a través de un salto atrás en el tiempo, en tanto que una y otra vez el signo del cometa parece justificar la historia de México con la superstición. El poder no requiere memoria: "Por eso yo no soy santo. He decidido carecer de memoria y es tiempo de que el lector lo sepa." (p. 126).

Fuentes se limita, incluso, a numerar el fluir mental del personaje con meros esquemas (pp. 161-162). Pero también brotan algunas páginas del excelente y lúcido escritor que sigue siendo Fuentes, una de las voces imprescindibles de la narrativa latinoamericana y universal, aunque ésta, con seguridad, no pueda entenderse como una más de sus excelentes novelas.