Image: Todo lo que tengo lo llevo conmigo

Image: Todo lo que tengo lo llevo conmigo

Novela

Todo lo que tengo lo llevo conmigo

Herta Müller

28 mayo, 2010 02:00

Herta Müller. Claudio Bresciani

Traducción de Rosa Pilar Blanco. Siruela, 2010. 268 p., 18'95 e.


La concesión del premio Nobel produce sorpresas cada año, y 2009 no fue diferente. Para asombro casi universal, lo recibió Herta Müller (Timisoara, Rumanía, 1953), desplazando a favoritos como el estadounidense Philip Roth, el italiano Claudio Magris o el coreano Ko Un. Sus novelas, redactadas en alemán, no resultan fáciles de leer, con excepción de la presente, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, que es una verdadera obra maestra. La riqueza lírica de la prosa empañaba a veces, en anteriores obras, la claridad de la expresión, pero aquí la fortalece, añadiendo un tinte de tristeza y melancolía apropiado al asunto narrado.

El tema procede de la biografía de la propia Müller, quien consiguió escapar de su país natal a Alemania en 1987, cuando sus libros de poemas y novelas llamaron la atención de la Securitate, la temible policía secreta rumana, que acto seguido prohibió su publicación. La escritora relata un episodio histórico olvidado, la vida de miles de rumanos recluidos en los campos de concentración rusos durante la segunda guerra mundial; la brutalidad padecida por los internados; el hambre, el frío, los maltratos, el convivir los prisioneros con los muertos hacinados y congelados. El protagonista sobrevivirá poniendo distancia verbal, imaginativa, ante tamaña miseria humana y moral; el horror sólo se puede aguantar si uno se distancia, renombrando la realidad mediante la lengua (Aldonza Lorenzo: Dulcinea del Toboso).

Stalin consiguió en 1944 derrocar al autoritario mariscal Ion Antonescu de Rumania, fiel aliado de Hitler. A continuación, los soviéticos obligaron a los rumanos de ascediente alemán, los hombres y mujeres de entre dieciséis y cuarenta y cinco años de edad, a ir a campos de concentración en Ucrania. Así participaban en la "reconstrucción" de Rusia, reparando los daños ocasionados por las tropas del Führer; la madre de la autora formó parte de la expedición junto con el poeta Oscar Pastior (1927-2006). Traumatizados por el horror vivido regresaron cinco años después a Rumanía. Su progenitora jamás habló de la experiencia, otros testigos tampoco mucho, pero sí Pastior. Herta Müller trabó una estrecha amistad con él, llegaron incluso a visitar juntos el campo de concentración en Ucrania, y mientras, ella escuchaba las historias contanta fascionación como terror. La idea era la de que juntos redactarían un libro sobre aquel gulag olvidado, pero inesperadamente murió Pastior, y Müller emprendió sola la redacción de la novela, valiéndose de las conversaciones y de las detalladas notas de la vida en el campo de concentración tomadas por su amigo.

El joven de diecisiete años Leopoldo Auberg protagoniza la obra: es un doble de Pastior, quien tenía la misma edad cuando marchó al campo de trabajo. A través de su sensibilidad, experimentaremos las miserias de la cautividad, el perenne hambre, la fatiga por el trabajo, la vida en las infectas barracas, los muertos, la crueldad de los guardianes, el miedo a caer enfermo, el eterno cansancio... Un reportaje novelado que cuenta, pues, la lucha por la vida, por sobrevivir en las circunstancias desfavorables de un campo de concentración en Ucrania, donde el personaje tiene que sacarlo todo de sí mismo.

Al lector de Todo lo que tengo lo llevo conmigo se le quedarán grabadas en la memoria la riqueza poética de las imágenes con que el joven Leo intenta superar las miserables condiciones vitales, la realidad. La novela encuentra así su sentido en la universal manera cervantina de usar la imaginación, maravillosamente presentada por la riqueza verbal del texto, para ver a través de las nubes el azul de lo humano. Y, por último, el lector se verá obligado, tras leer esta obra, a modificar su visión del complicado pasado europeo; no siempre ni en todo lugar defendimos los ideales civilizados. Más aún: a menudo, ante la violencia extrema, hemos preferido mirar hacia otro lado. Pero los carceleros y algunos vecinos forman parte de la humanidad, que incluye también a ciertos monstruos (Goya).