Contraluz
Thomas Pynchon
2 julio, 2010 02:00Thomas Pynchon
En ocasiones se ha censurado a Pynchon por no "evolucionar" en sus referentes ni en su forma de escribir, y, efectivamente, así es, porque así es Pynchon. Esa parodia de la historia, explícita en La subasta del lote 49 (1966), en la que retrataba un mundo alternativo que se enfrenta a los poderes ocultos que controlan la humanidad, es similar a la que encontraremos "versionada" en títulos futuros como Vineland (1990) o Mason & Dixon (1997). Y este Contraluz (Against the Day, 2006) no iba a ser una excepción.
Intentar sintetizar cualquier obra de Pynchon, y muy especialmente la complejísima Contraluz, se convierte en un irreverente ejercicio reduccionista, pero al menos ofrece algunas pautas de lo que se encontrará el lector: nos situamos a finales del siglo XIX, en las puertas de la Exposición Universal de Chicago en 1893. Los "chicos del azar" -también llamados los "vagabundos del vacío"- se dirigen hacia allí a bordo del dirigible Inconvenience para asombro de los asistentes. Al mismo tiempo, se narra la historia de los cuatro hijos de Web Traverse, un anarquista minero que murió asesinado por los esbirros de la patronal que representa el malvado Scarsdale Vibe. Son estas las dos historias las directrices que delimitan la narración.
Pero más de 1.300 páginas dan para mil y una subtramas que logran conformar una tupida tela de araña en torno a la evolución científico-tecnológica de un periodo que alcanza hasta la I Guerra Mundial. Y, por supuesto, sin olvidar el entramado socio-político que nos lleva desde la revolución mexicana hasta los conflictos políticos de Sarajevo pasando por las reivindicaciones laborales de los mineros norteamericanos y también nos pasea por Londres, Nueva York, París, Venecia o el Hollywood más glamuroso.
Toda la novela es ese "rincón turco", una vía de fuga hacia Asia, algo así como: "Ahora estás en un espantoso salón de la alta burguesía neoyorquina y al instante te encuentras en el desierto asiático, montando en un camello bacriano, buscando una ciudad subterránea perdida". (p. 541). Mil son las historias y mil los personajes que deambulan por sus páginas. La mayoría ficticios, pero también encontramos algún que otro divertido cameo como el de aquel drácula que fue el actor Bela Lugosi, y el contrapunto que representaba Groucho Marx.
Resulta especialmente significativo el período histórico recreado por Pynchon, pues coincide con la gestación del Modernismo y, conociendo la retorcida imaginación de Pynchon, uno no puede sino preguntarse si no estará este enigmático autor ofreciendo una visión, una aproximación posmodernista al modernismo. Sea como fuere el lector se deleitará con pasajes de belleza extrema: "En Sarajevo, sobre los árboles se alzaban pálidos minaretes. Las golondrinas trazaban senderos negros que se desvanecían en la luz vespertina, bajo la cual el río que atravesaba la ciudad parecía rojo." (p. 1022), y, al mismo tiempo, asistirá a otros tan hilarantes como al relatar las "sensaciones" de Cyprian, el espía: "El exquisito reflejo del temor rectal que le recorrió el cuerpo podría haber sido un simple encogimiento ante una amenaza o ante la traición de un deseo que él intentaba, pero no podía, controlar". (p. 869).