Image: El bailarín ruso de Montecarlo

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Novela

El bailarín ruso de Montecarlo

Abilio Estévez

9 julio, 2010 02:00

Abilio Estévez. Foto: Carlos Barajas

Tusquets. Barcelona, 2010. 200 páginas, 15'5 euros


Abilio Estévez (La Habana, 1954) irrumpió en España con Tuyo es el reino (1999), su primera novela, y recibida por la crítica con aplauso unánime, que se extendió a las dos siguientes, Inventario secreto de La Habana (2004) y El navegante dormido (2008). La gran calidad literaria de las tres novelas descansa en su imaginación desplegada en la creación de personajes complejos y en la riqueza de su barroquismo estilístico en la línea del mejor Carpentier. Ahora, en El bailarín ruso de Montecarlo, su cuarta novela, el autor experimenta un notorio giro hacia la sencillez, que se manifiesta en el relato de la aventura de un profesor cubano en fuga por España y en su estilo con predominio de las formas breves: capítulos no largos, párrafos cortos y frases breve que a veces llegan a la desnudez de la sintaxis nominal.

La novela pretende revelar el misterio de la huida del profesor cubano Constantino Augusto de Moreas, invitado a participar en un congreso sobre la figura de Martí celebrado en la Universidad de Zaragoza. Moreas tiene sesenta años y ha dedicado su vida al estudio de José Martí, cuya obra, como tantos otros autores y símbolos, ha sido apropiada por el gobierno cubano en defensa de su política. Ya en Madrid, el protagonista rompe su pasaporte y se dirige a Barcelona, sin que nadie haya sabido más noticias de su desaparición.

Esto es lo que la novela quiere desvelar, como se adelanta en el prólogo. Para ello sigue la narración autobiográfica de Moreas, en cuatro partes, en las cuales al mismo tempo que da cuenta de su lucha por la existencia en Barcelona (a comienzos de este siglo) rememora sus años en Cuba, donde pasó su niñez en tiempos del general Batista y toda su vida posterior en plena dictadura comunista. Hasta que, en el epílogo final, El bailarín ruso de Montecarlo se acoge a las libertades y simulaciones de la autoficción, mediante la revelación autorial consistente en afirmar que "Moreas soy yo", lo cual deja al lector en la fértil incertidumbre de la imposible separación entre lo real y lo inventado.

Lo mejor de la novela está en su admirable urdimbre de la trama con armónica integración de varios tiempos. En el presente, Moreas va contando, en orden lineal, su difícil experiencia en Barcelona, desde su alojamiento en una mísera pensión del Raval hasta su choque violento con la realidad en la noche barcelonesa, pasando por su acercamiento a la gorda dueña del hostal.

En esta andadura le salen al camino varios motivos recurrentes que lo transportan a su pasado en Cuba. Además de la figura de Martí, prócer y apóstol de la patria, la visión de un cuadro con un bailarín sentado en el aire y el sonido de la música de Stravinski en la habitación contigua de la que él ocupa en el hostal, entre otros motivos, le hacen rememorar, en subjetivo desorden de su memoria, diversos episodios de su niñez en Marianao, su juventud condenada al obligatorio "trabajo voluntario" de cortar caña, cerca de San Miguel de los Baños, y su relación con un joven bailarín que ensayaba cada noche en las ruinas de un viejo hotel balneario, aferrado a la quimera de su futuro éxito en los teatros de Europa.

Este recuerdo es el eje vertebrador de la novela. Porque su recurrencia anuda los dos tiempos, el presente en una Barcelona colorista y de libertad, y el pasado de vigilancia, sumisión y miedo en aquel "infierno, purgatorio y paraíso" a la vez, donde hasta el idioma se ha tergiversado, dando a las palabras significados que nunca habían tenido, y del que sólo se puede salir mediante la imaginación que alimenta en el bailarín el ansia de perfección y el sueño de brillar en los escenarios europeos como Aldebarán en su cielo caribeño.

Así, entre golpes de realidad sobrellevados por la capacidad de soñar, la enigmática aventura barcelonesa del protagonista se prolonga en el viaje (físico y simbólico) de libertad con la dueña del hostal, compartiendo sus dos soledades juntas, hacia Montpellier, pasando por Colliure, donde a ella le nace la esperanza de "otro milagro de la primavera", como al olomo viejo machadiano en esta huida-encuentro en el que "se hace camino al andar". Y para completar su recorrido espiritual el protagonista recuerda aquella noche de cielo estrellado en su niñez, ahora repetida para los dos en su camino al aire libre hacia Francia, sin documentación para cruzar la frontera y sin su querido libro de Chateaubriand como única posesión muy preciada que le había acompañado desde Cuba.