Harry revisado
Mark Sarvas
16 julio, 2010 02:00Mark Sarvas.
El argumento es sencillo: Harry Rent es un cuarentón que ha perdido a su mujer, Anna; el matrimonio, de apariencia perfecta, ocultaba desequilibrios insalvables entre ella -maravillosa- y él -sospechosamente parecido a cualquiera de nosotros. Ahora, el viudo Harry deberá recomponer su identidad, afrontar el rencor de su cuñada y conquistar a una camarera espectacular. Para ello, nuestro héroe adquiere la sana costumbre de hacer el ridículo allá donde va comportándose como un adolescente romántico. Lo escribo sin sarcasmo, e insisto: usted mismo podría ser Harry si la vida se empeña. Sarvas desarrolla esta historia con un despliegue de trucos que oscilan entre lo folletinesco y el guión cinematográfico de buen gusto. Y hay que reconocerle una formación literaria sólida que acude en su ayuda continuamente. De hecho, una de las claves explícitas de la novela es el juego de espejos que el autor establece con Dumas y El conde de Montecristo. Es un recurso simpático que Sarvas utiliza con honestidad, pero no exageremos la nobleza que le confiere al libro.
En Harry, revisado, el ritmo no decae y el tono siempre es muy digno. Ésas son sus credenciales, y por eso lo leemos hasta el final y en muy pocas sentadas. El humor, que en general funciona, es el de un monologuista neoyorquino; con talento, pero monologuista al fin -y no hablamos del muy destroyer Lenny Bruce precisamente. Eso sí, Sarvas se anota varios puntos en la magnífica escena de la sesión de spinning, un ritual que siempre me ha parecido un Congreso de Nuremberg sexual y que define muy bien nuestra época. ¡Bien por Sarvas, que califica a las bicis estáticas de "bestias malignas"!
Lamentablemente, ya he dicho que los trucos narrativos a menudo son evidentes. Y es que Harry, revisado parece escrita con tiralíneas, no hace falta fijarse mucho para ver el esqueleto que soporta el edificio. Esto, junto a la invocación de varios tópicos didácticos, acaba ahogando la "verdad" del relato. Para entendernos: una vida tan descontrolada como la de Harry necesita ser contada mediante una estructura menos férrea, menos clásica. Por citar un maestro al que han comparado incomprensiblemente con Sarvas, Philip Roth habría introducido digresiones, excesos y contorsiones varias; así, la obra sería más profunda cuanto más banal fuera la anécdota. Sarvas, en cambio, renuncia a esa tensión estilística y siempre se mantiene ordenado, accesible. En el fondo, limpio. Por eso es difícil olvidar que el cuento, aunque divierte, es un cuento. Sólo a veces emergen aristas menos limadas del conflicto: pienso en la crónica de una masturbación o en los últimos párrafos del libro, muy bien planteados.
Entonces, ¿qué? ¿Hay veredicto? Por supuesto. Si le pide a Harry, revisado entretenimiento de calidad, el libro le gustará. Y eso es algo: significa, por ejemplo, que el autor ha logrado su objetivo.