Image: El arte de la resurrección

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Novela

El arte de la resurrección

Hernán Rivera Letelier

24 septiembre, 2010 02:00

Hernán Rivera Letelier. Foto: Iñaki Andrés

Premio Alfaguara de Novela. Alfaguara. 254 pp., 18 e.


Hernán Rivera Letelier, que obtuvo con El arte de la resurrección el premio Alfaguara 2010, puede considerarse hoy como el novelista chileno vivo de mayor proyección. Nacido en Talca en 1950, pasó su infancia en las salitreras que constituyen el paisaje de esta novela. Autodidacta, se inició en la poesía con Poemas y pomadas (1988), y más tarde en el cuento en Cuentos breves y cuesco de brevas (1990), aunque alcanzó la popularidad cuando, en 1994, publicó La Reina Isabel cantaba rancheras, novela premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, como también lo fue dos años más tarde Himno del ángel parado en una pata. Les siguieron novelas y libros de relatos como Fatamorgana de amor con banda de música (1998), Donde mueren los valientes (1999), El fantasista (2006), Mi nombre es Malarrosa (2008) y El contador de películas (2009).

La figura central de El arte de la resurrección es el llamado Cristo de Elqui, personaje real que recorrió todo Chile predicando, en los años 30 y 40, y cuya figura inspiró a Nicanor Parra, quien lo sitúa ya desde 1929 en los caminos, en dos de sus libros: Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1978). El verdadero nombre del personaje era Domingo Zárate Vega y algunos lo tomaron por loco. Dedicó más de 20 años a predicar y se le atribuyeron milagros. Intentó volar sin éxito y acabó regresando a la vida normal, tras haber escrito varios opúsculos.

Chileno hasta la médula, había aparecido ya en forma secundaria en otras dos novelas del autor, quien sintió la necesidad de otorgarle el máximo protagonismo, y, aunque la acción principal se sitúa en 1942, traza la biografía novelada del personaje, situándolo en el desierto salitrero de Atacama, en una explotación denominada Providencia o La Piojo, a la que acude tras saber que en ella habita una prostituta muy devota de la Virgen del Carmen, que ha de servirle al autor como contrapunto femenino. Y aunque, según Parra, su Cristo era partidario de la abstinencia sexual, el de Rivera Letelier no se limita a curar imponiendo manos, sino que pretende que Magalena se convierta en su discípula.

Rivera Letelier se sirve de diversas formas narrativas: pasa de la narración objetiva a la primera persona o al colectivo de obreros y utiliza con maestría los tiempos y el lenguaje expresivo y popular chileno. Es un extraordinario contador de historias. De sus personajes se nos ofrece la trayectoria que viene a justificarles, el escorzo sumario que puede definirlos: "Por boca de la mesera que los atendió, una boliviana de andar de pato, labios repolludos y un descomunal traste aguitarrado" (p. 24). Al margen del Cristo, el protagonista central es el desierto, que otorga un tono dramático al conjunto. Las figuras de la novela derivan de un expresionismo histriónico y surrealista. Es un acierto haber elegido como portada un plano del filme de Buñuel Simón del desierto (1965).

En el tratamiento del lenguaje descubriremos otra de las claves de la novela, así como un soterrado sentido del humor negro que deriva, incluso, del propio discurso del personaje, como cuando intenta volar o acaba resucitando una gallina. Descubriremos algo del mundo de Fellini, incluso un sentimentalismo que se diluye ante el racionalismo. Actitudes y opiniones sensatas conviven con posiciones disparatadas. Ataca al celibato, a los curas, al comunismo; defiende a los obreros en huelga, a los individuos más desdichados. Su cruzada se había iniciado, sin embargo, al salir del manicomio de Santiago, donde pasó algunos meses y, después, los viajes en tren por el país resultan triunfales. En las últimas páginas (p. 246) aparece la figura de Gabriela Mistral, a la que le recita un poema de Desolación. Pero el Cristo ha perdido ya el fervor popular. Llena de vida, esta estupenda novela nos traslada a un pasado que coincide con el presente moral.