Image: El botones de Kabul

Image: El botones de Kabul

Novela

El botones de Kabul

David Jiménez

10 diciembre, 2010 01:00

David Jiménez. Foto: Alberto Di Lolli

La Esfera. 288 pp., 18 e.


De todos los lugares rotos por la guerra, seguramente sea Kabul, la capital de Afganistán, el escenario donde el periodista David Jiménez (Barcelona, 1971) corresponsal en Asia desde hace doce años, se encontró con la más rotunda tristeza. Quizá ese estado de ánimo sea el que impregna de autenticidad un relato como el que ahora presenta, resultado de muchas crónicas aullando el sinsentido de la guerra, tratando de contarla, y buscando explicársela. Ya escribió sobre ello en Hijos del Monzón (2007), un reconocido libro de viajes: su más hondo testimonio de los paisajes bélicos conocidos a través diez historias de niños de diferentes países.

El botones de Kabul, en la misma dirección, va más allá, y resulta ser un buen ejercicio de prosa narrativa donde el autor ensaya su primera incursión en la ficción sin renunciar a esos modelos de escritura de los que se alimenta un oficio aprendido en el valor de la crónica urgente y comprometida. De ahí que el narrador se erija como una voz omnisciente que pasea su mirada sobre la realidad sociopolítica de Afganistán, sin disimular su rabia frente a las heridas de tanta guerra inacabada, una realidad reflejada en un devastado paisaje humano, y gobernada por el aterrador régimen talibán.

Ese escenario constituye un interesantísimo documento que ambienta con rigor la peripecia desplegada a lo largo de la novela. Su idea abraza a unos personajes unidos por el punto de referencia que vertebra la ficción: el hotel Intercontinental de Kabul, durante años escenario de todas las celebraciones que hicieron historia en el país. 32 años lleva abierto, los que el botones Habib, personaje entrañable y veraz como pocos, lleva prestando en él sus servicios. Cuando comienza esta historia (que es también la de unas cuantas vidas dispares que absorben a ese narrador que no puede evitar pararse en ellas) el hotel lleva años de decadencia y Habib apura su jubilación para cederle el puesto a su hijo Unai y así evitar que sea reclutado por los talibanes. Su recién estrenado trabajo coincide con la llegada al hotel de un misterioso huésped americano, un tipo amoral que vive de hacer negocio en medio del caos. Pero todos desconocen el motivo de su visita y el azar conduce a Unai a acompañarle, junto a un chofer también afgano, en una de sus misteriosas excursiones por el país. Los tres serán protagonistas de la trepidante acción que domina la segunda parte del relato. Algo más que un viaje con regusto trágico, y sinsabor poético en alguna de sus paradas, por esa región donde parece reinar el desaliento. Urge mirar hacia allí, parece decir el autor con este esmerado alegato contra la sinrazón. Algo más que entretenimiento garantizado.