Image: El juego del otro. Auster, Vila-Matas, Echenoz y Gifford

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Novela

El juego del otro. Auster, Vila-Matas, Echenoz y Gifford

Varios autores

4 febrero, 2011 01:00

Arriba, Enrique Vila-Matas y Paul Auster abajo, Jean Echenoz y Barry Gifford


Todo poeta es un fingidor. Bien lo afirmaba, con pleno conocimiento de causa, Pessoa, para quien en el poema había incluso que fingir el dolor verdaderamente sentido. Sobre semejante evidencia trata el presente libro, que desde su propio título alude también a otra noción fundamental para comprender la literatura y las artes en general desde Kant y Schiller que es el juego. En este caso, el juego de la alteridad, otro tema estrella en el candelero posmoderno.

La mayoría de los libros son "de autor", y todos, reconózcase o no, pretenden serlo del lector. El juego del otro me parece, sin embargo y ante todo, un libro de editor, no solo por su carácter facticio y la proliferación de escritores (o artistas) aquí convocados sino también, y sobre todo, porque responde a una iniciativa editorial que tiene mucho de creativa. No recuerdo bien si fue André Schiffrin o Manfried Unsfeld (hubiese podido ser también Carlos Barral) quien afirmó que toda editorial literaria que se precie constituye también en sí misma un estilo. Errata naturae es una editorial independiente que parece obedecer a ese designio, y proclama su voluntad de dar cancha a lo peregrino, lo insólito, lo anacrónico incluso. Su estilo lo expresan también a través de su bitácora Fugitivus errans. Como se ve, estos editores hacen del latín un emblema de mercadotecnia, y prometen ofrecernos textos heterogéneos, híbridos de pensamiento y creación. Libros para el juego y la revelación, supongo, como este que ahora aparece, dedicado en su colofón al "supremo emperador de los impostores, Ferdinand Waldo Demara, que se reinventó en múltiples profesiones hasta acompañar como pastor baptista, fingiendo un dolor que sin duda sentía, los últimos momentos de Steve McQueen. De hecho, la "Nota de los editores" que precede El juego del otro manifiesta una nítida voluntad de estilo al servicio de la explicación de los porqués de esta recopilación compuesta por tres piezas textuales muy diversas entre sí, pero todas ellas relacionadas, efectivamente, con "el placer de la impostura, la primacía irreductible de la copia, el difícil arte de la imitación o la sana reinvención del plagio" y recuerda otro caso más reciente que el de Demara, el de Alicia Esteve que se suicidó en 2008 después de que se descubriera que nunca había estado en Nueva York pese a su fama como superviviente del 11 S. El Je est un autre de la famosa carta de Rimbaud a Paul Demey tiene, sin embargo, un sentido más trascendente que el de estas imposturas conductistas.

Sobre la impostura en literatura trata la conversación entre Enrique Vila-Matas y Jean Echenoz que abre el volumen, en el que ambos novelistas coetáneos se resisten a calificar de impostura lo que constituye el fundamento mismo de su trabajo como creadores de ficciones y no le hacen ascos a una forma de originalidad antirromántica consistente en la asimilación de creaciones previas. Echenoz, por su parte, reconoce que para escribir necesita una "suspensión momentánea del juicio" que remeda la "voluntaria suspensión del descreimiento" que Coleridge le atribuye al lector de ficiones.

La segunda pieza aporta un juego típico de un viejo recurso (cartas persas o marruecas): el perspectivismo. Paul Klee viajó a Túnez con otro artista, August Macke, que moriría inmediatamente en los frentes de la gran guerra. Barry Gifford, de la misma quinta que Vila-Matas y Echenoz, escribirá, suplantándolo, un diario de aquel viaje a modo de contrafactura de las páginas autobiográficas que nos dejó el pintor suizo en el que lógicamente Macke es constantemente aludido.

Mayor interés encierra el último de estos juguetes. Me parece el más original y atrevido de todos, pues de la literatura salta a la pragmática de la performance y el resultado se plasma de nuevo en escritura, si bien el resultado es tan banal como aquellas creaciones supuestamente "magnetofónicas" del neorrealismo europeo de los 50. Paul Auster se apropió de ciertos episodios autobiográfcos de Sophie Calle para crear el personaje de la fotógrafa María Turner de su Leviatán, novela de 1992, de la que se reproduce el episodio fundamental a este respecto. Y en vez de derechos de autor la artista francesa le exigió al novelista norteamericano que escribiera unas pautas de conducta para hacer de ella (Sophie) un personaje de su creación.