Image: Tres ataúdes blancos

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Novela

Tres ataúdes blancos

Antonio Ungar

18 febrero, 2011 01:00

Antonio Ungar. Foto: Joaquín Marco

Premio Herralde de Novela. Anagrama. 285 pp, 19'50 e.


El colombiano Antonio Ungar (Bogotá, 1974) había publicado, con anterioridad, un libro de cuentos en 2009, Trece circos y otros cuentos comunes y dos novelas: Zanahorias voladoras y Las orejas del lobo. Con Tres ataúdes blancos se integra en la nómina del premio Herralde y su novela pasa también a formar parte de la ya nutrida serie, cuyo tema central se inspira en la denuncia de las dictaduras latinoamericanas. Pero Ungar utilizará nombres simbólicos y personajes grotescos. Miranda puede ser, en parte, Colombia y su capital caribeña, la Ciudad Amurallada, tal vez Cartagena de Indias.

El autor intenta combinar un desgarrado sentido del humor -en ocasiones algo primitivo- con descripciones de toda suerte de violencias políticas y consideraciones éticas. Pero no conviene reducir el relato al argumento. Ungar pretende, con no escasa ambición, descubrir una zona en la que puedan convivir la tragedia, la figura del doble (del que sirvió no sólo Borges), la descripción social, la figura de un héroe a su pesar, de una pasión amorosa y una tragedia social. No es sencillo aunar tantos objetivos con éxito. Puede llegar a describir a los pobres de una Ciudad Amurallada, poblada de turistas y de vestigios coloniales españoles, con la eficacia del lenguaje periodístico de la crónica: "Lucen todos el sobrio y minimalista conjunto de la colección pobreza-verano. Se ven flaquísimos, barrigones, oscuros, desarrapados, sucios. [...] Zumbando por una moneda. Venidos de los miles de tugurios que como consecuencia de la guerra aparecieron en los últimos veinte años rodeando la Ciudad Amurallada, habitados por gentes expulsadas de sus fincas mediante (a)masacre, (b)hambre, (c)robo de finca, (d)arribo de empresa transnacional, (e)todas las anteriores, (f)la promesa del placer de vivir en un paraíso tropical a sólo diez minutos de una de las más hermosas perlas del Caribe colonial. Tugurios habitados por todos aquellos que no leen, que no votan, que no tienen idea de quién es Tomás del Pito (por todos aquellos que les importa un pito" (p.152). Y cuando llega la noche enumera las niñas prostitutas que atraen a los turistas.

Tomás del Pito es, naturalmente, el ficticio dictador que detenta el poder, a base de amañadas elecciones, desde hace muchos años y Pedro Akira, el opositor que encabeza un partido que podría significar la alternancia. Será asesinado, aunque un pequeño grupo de su partido Movimiento Amarillo observará el parecido del protagonista con el difunto y le convencerán para que lo suplante. Deberán contar con la complicidad de un médico, el Dr. Neira, de la enfermera, su hija Ada (¿un guiño sobre la novela de Nabokov?) y unos pocos que habrán de traicionar el proyecto, pasándose más tarde al presidente casi vitalicio. Y, como era harto previsible, florecerá el amor entre el protagonista y Ada. Acorralados, traicionados, y más tarde alcoholizados y destruidos, encuentran un refugio, aunque allí les descubrirá Jairo Calderón, su anterior guardaespaldas, que se convertirá en su amigo y a quien dejarán postrado en una silla de ruedas, antes de torturarle y asesinarle.

La novela se desliza en el ámbito de la aventura, casi del cómic, plana. El protagonista llega a los delirios místicos; es capturado en más de una ocasión, pese a que con el incendio de la casa paterna, y tras haber enterrado al padre con sus propias manos, pretende destruir su pasado. Su nombre, Lorenzo, lo revelará el autor en las últimas páginas, escritas por Ada, cuando ha sido capturado y asesinado por los escuadrones de la muerte y enterrado, tras decapitarle y quebrarle los huesos, en uno de los ataúdes blancos que aparecen en el entierro televisado. Pero deja como testimonio las páginas del libro que el lector tiene en las manos.

Pese a que se mantiene el ritmo narrativo y el interés y abundan guiños literarios cómplices, su sentido del humor roza lo elemental. Personajes como Luis Rabat, Marina Blok o Martín Acosta se convierten en esbozos. Y del Pito, en caricatura. Acumula todos los signos del despotismo y la crueldad, pero no acaba de humanizarse. Más lograda resulta, tal vez, la crónica de este pueblo víctima indiferente, porque le renueva de nuevo el mandato. Ungar manifiesta así el desengaño y pesimismo sobre una incierta salvación colectiva. El símbolo del hijo del protagonista y de Ada, que retorna al país, no deja de ser un tópico más. Convendrá observar la evolución de su narrativa no exenta de interés, aunque, aquí, poco lograda.