Image: Emaús

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Novela

Emaús

Alessandro Baricco

25 marzo, 2011 01:00

Alessandro Baricco. Foto: Cotera

Traducción de X. González. Anagrama, Barcelona, 2011. 160 páginas, 16 euros


Decía un viejo crítico ruso que cuando en Chejov el narrador describe una pared en la que hay un clavo, indefectiblemente en la última página del relato el protagonista acaba colgándose de él. Siempre me pareció una buena manera de justificar la trabazón insobornable que la buena literatura sabe lograr entre historia y discurso, entre estructura y estilo, virtudes todas que se dan en esta novela corta de Alessandro Baricco (Turín, 1958). En ella, mediado su texto, irrumpe la presencia de una pistola en manos juveniles que al final causará una muerte absurda, último de los lances patéticos que jalonan este relato centrado en una cuadrilla de amigos.

La acción se sitúa en una capital de provincia a la altura de los años 70, más o menos cuando el autor tenía los 17 años de sus protagonistas. Narra uno de ellos, el único superviviente del mal hado que se ceba en el suicida Luca, en Bobby, perdido en la droga, y en el Santo, que iba para sacerdote pero acaba en prisión por culpa de aquella pistola. En cierto modo, Emaús nos recuerda a partir de semejante elenco, de su ambientación provinciana y de los enredos eróticos, el filme de Federico Felini I Vitelloni, si bien aquellos gandules de 1953 habían dejado ya la edad de la adolescencia, aunque no su inmadurez, y los protagonistas de Baricco ven, salvo el narrador, truncada fatalmente su trayectoria. Pero en ambas obras ocupa el espacio central una institución de perfiles inconfundibles: la pandilla juvenil, fundamentada en un sólido pacto de complicidad como defensa ante las incertidumbres y la hostilidad del mundo en torno.

¿Novela de aprendizaje? Si, en cierto modo, al menos en lo que le corresponde al narrador, que cuando todo ha terminado vuelve a su rutina, cerrando en falso una crisis terrible que ha frustrado sin remedio la suerte de sus tres compañeros de siempre, amparándose en la "obstinada resistencia" de una educación católica "que considera que la vida es una obligación moral que debe ser llevada a cabo con dignidad y plenitud" (p. 149).

Baricco rehuye en Emaús la levedad intrascendente de tantas y tantas novelas posmodernas. Aquí, por el contrario, el lector puede incluso sentirse abrumado por una proliferación excesiva de informaciones y de exigencias de cooperación activa que exigen de él subsanar muchas lagunas y vacíos, insuflar sobre lo que sí se dice todos los matices de lo que se calla y se da por sabido. La trama nos lleva de sobresalto en sobresalto, apenas sin respiro, siempre por culpa de la protagonista femenina, Andre, una muchacha rica, desenfadada hasta la perversión, que le da por completo la vuelta a la vida de los cuatro buenos muchachos que cantan con sus guitarras eléctricas en la iglesia y visitan a los ancianos ingresados en la unidad de urología del hospital.

Emaús me ha hecho recordar otra novela de muy similar planteamiento argumental, Función en el colegio del periodista Orio Vergani, publicada en 1942 y muy recientemente retraducida. Allí también la sociedad, las familias, la escuela y, sobre todo, la religión dejan poco espacio al desahogo de una sexualidad adolescente reprimida que, sin embargo, la novela exuda por la mayoría de sus páginas. De Vergani a Baricco han pasado casi setenta años, y no en vano, pero el fondo del asunto sigue siendo el mismo, y tiene fácil traslación a la experiencia de los lectores españoles, sobre todo los nacidos inmediatamente después de la guerra civil. Desde su propio título, la obra de Baricco apunta su pertenencia a una tradición católica inconfundible. Los protagonistas de Emaús se encuentran también por el camino, como los personajes del Evangelio, con alguien cuya verdadera identidad no son capaces de asimilar. Andre es una parición pagana y ellos son cristianos a pie juntillas. Sutilmente el novelista establece esta contraposición en un terreno trascendente: la incapacidad para la tragedia de aquellas casas católicas en las que "no se acepta la realidad del mal" (pág. 35) frente a la "superioridad" de la familia de Andre que no duda en ostentar "su privilegio trágico" (pág. 42). Y ya hacia el final, cuando todo ha terminado, y el embarazo de la inquietante muchacha ha desencadenado un verdadero cataclismo, Baricco se atreve a plantear en clave teológica la contradicción insuperable que anidaba entre el alma y el cuerpo de aquellos adolescentes: la virginidad de la madre de Jesús, dogma desde el concilio de Constantinopla del 553.