Image: La noche hambrienta

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Novela

La noche hambrienta

Rafael Balanzá

21 octubre, 2011 02:00

Rafael Balanzá

Siruela. Madrid, 2011. 182 pp., 16'95 e. Ebook: 9'99 e.

El planteamiento de esta nueva novela de Rafael Balanzá (Alicante, 1969) revela preocupaciones y técnicas narrativas no muy diferentes de las que ya presentaba su obra anterior, Los asesinos lentos. También aquí existen enigmas y misterios, posibles asesinatos, perspectivas e interpretaciones dispares de los hechos y, sobre todo -ahora de un modo muy acentuado-, una exploración a fondo en el sentimiento de culpa que nace de un pasado turbio, tergiversado por el recuerdo e insuficientemente asimilado. Desde el primer momento se recalca la extrañeza de la historia: Julián Beltrán, cuya mujer ha muerto en un accidente de automóvil, se ha empeñado en acusarse ante la policía de que lo ocurrido fue en realidad un atentado promovido por él. Como de los indicios no se desprende nada que avale esta posibilidad, Beltrán acaba en la planta de psiquiatría de un hospital, estudiado en diversas sesiones por los médicos del servicio.

De hecho, gran parte del relato se apoya, ya desde el comienzo, en las declaraciones de Beltrán, que alternan con la narración esquemática de varias noches en el clínico dedicadas a condensar distintas reflexiones, fantasías y sueños del extraño personaje, cuya historia va haciéndose progresivamente incoherente y lo convierte en un ser enigmático en el que resulta difícil -en realidad, imposible- discernir la fantasía o la ficción de lo que cuenta. De hecho, lo que parecía ser al comienzo un enigma a propósito de un posible crimen va derivando rápidamente hacia el esbozo psicológico de una personalidad esquizoide. El lector cuenta con las confesiones de Beltrán, con las distintas interpretaciones de los psiquiatras -no coincidentes por completo, aunque todos acaben aceptando la tesis de la doctora Perea- y, naturalmente, con su propia visión de los hechos. De ahí la multiplicidad de puntos de vista que podrían enriquecer la narración, aunque la incongruencia de sus declaraciones atenúe en buena medida esta posibilidad.

Este nítido planteamiento y la adecuada dosificación de buena parte de las informaciones contribuyen a la sólida armazón de la historia, cada vez más decididamente orientada hacia un buceo en el sentimiento de la culpa y la búsqueda de una redención. El edificio constructivo, sin embargo, comienza a desmoronarse en la parte final de la novela, cuando, tras un capítulo demasiado simplista poblado de delirios oníricos -que es a la vez un recorrido por diferentes sectores de la literatura dedicada al mal (Dante Nietzsche, Sade, Derrida…)-, Beltrán se embarca en una extraña visita nocturna a un misterioso edificio que viene a ser una particular versión del "descensus ad inferos", donde, en una esceno- grafía que parece inspirada por la orgía colectiva de Eyes Wide Shut, tienen lugar unos insólitos ritos que acabará por aceptar resignadamente Beltrán, tal vez porque intuye que es su única vía de redención. Toda esta parte final de La noche hambrienta hasta su desenlace produce una enorme insatisfacción, porque añade a la historia una nebulosa en la que el conflicto central se diluye, por lo que la interpretación del lector -casi ya adivinación- es más necesaria que nunca, pero carece de los soportes narrativos adecuados para apoyarla con seguridad. Quedan demasiados cabos sueltos, demasiadas interrogaciones -sobre Fabio, sobre la doctora, sobre el propio Beltrán y el asunto de Amando- que contrastan con la acentuada exactitud y la claridad de los motivos que sustentaban la historia.

Que La noche hambrienta sea una novela planteada con originalidad y fuerza pero, a la postre, fallida, no rebaja el mérito que Balanzá exhibe como escritor, e incluso como prosista seguro y preciso, aunque caiga reiteradamente en el error de escribir que el sujeto "se autoinculpa" (pp. 65, 119, 136, etc.) -con un prefijo parasitario, como lo serían los de "se autoafeita" o "se autolava"- o en trivialidades innecesarias, como "una fiesta de alto standing" (p. 168).