Image: Baruc en el río

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Novela

Baruc en el río

Rubén Abella

4 noviembre, 2011 01:00

Rubén Abella. Foto: ICAL

Destino. Barcelona, 2011. 288 pp., 18'50 e. Ebook: 12'99 e.

Aparte de algunos cuentos, ésta es la segunda novela de Rubén Abella (Valladolid, 1967), ya muy distanciada de la primera, La sombra del escapista (2003), con la que, sin embargo, mantiene más de una analogía en su esquema narrativo, sobre todo en un aspecto concreto: el hecho de erigir una historia merced a testimonios diversos que añaden informaciones al discurso del narrador principal o suplen algunas de sus carencias, proporcionando así puntos de vista diferentes y complementarios a los sucesos relatados. El narrador trata de reconstruir, 30 años más tarde de los hechos, un percance vivido durante su adolescencia, cuando su hermano mayor, Baruc, se fugó de casa a consecuencia de una inesperada disputa y permaneció algunos días desaparecido, esquivando la búsqueda de parientes, vecinos y policías. Éste viene a ser, muy esquemáticamente enunciado, el núcleo de la historia, si bien lo decisivo son, por así decirlo, sus ondas expansivas, el análisis de las reacciones que el suceso provoca y de los personajes del entorno: el propio Baruc, naturalmente, pero también una madre en situación crítica, un padre alicaído, un tío, antiguo ajedrecista de talento, un mendigo atrapado por los remordimientos, un brutal policía, un par de muchachos descarriados...

Las acciones se encadenan en una construcción impecable, revividas mediante el concurso de varios personajes que aportan sus relatos parciales: "Llevo años atando cabos. Recordando. Preguntando a quienes jugaron algún papel -por pequeño que fuese- en esta historia. Cotejando sus testimonios y llenando las lagunas con intuiciones plausibles. Esforzándome por reconstruir el esqueleto de lo ocurrido a partir de los huesos que han sobrevivido al pasado" (p. 80). Y existen en el interior del relato varios paralelismos que subrayan analogías; así, el motivo básico de la culpa que impulsa la escritura del narrador, pero que también afecta ampliamente a otros personajes, como los padres de Baruc o el desdichado Elio Infante, incapaz de superar el vacío del hijo y empecinado en vengarse. Existen igualmente destinos paralelos -Lolo y Paquito- y elementos significativos estratégicamente distribuidos, como el pasillo de hormigón de la isla que se menciona desde el comienzo y cuyo carácter premonitorio se descubrirá al final.

En este conjunto hay escenas de excelente factura, como la búsqueda de Baruc por las orillas del río bajo un diluvio inclemente, o la obstinada y elusiva persecución del niño con el perro por parte de Infante -cuyo final se omite acertadamente-, y también una notable agudeza en algunas observaciones psicológicas referidas a los padres de Baruc o al tío Sócrates, así como descripciones con muy ajustadas notas paisajísticas, con colores, olores y sonidos precisos. Pero la novedad más destacada de la narración es el inesperado giro final, que, con sus implicaciones, lanza el contenido de la novela más allá de la propia historia y deja, meramente sugerida, la idea del poder transformador y liberador de la literatura (que se revela súbitamente, al modo orteguiano, como elemento salvador) y de sus conexiones con la realidad. Este desenlace, producido dentro de la novela pero fuera ya de la historia reconstruida, potencia el valor de Baruc en el río y muestra dotes para la narración que exceden la simple habilidad de saber contar, sin más. Como es algo poco frecuente, conviene recalcarlo y recomendar la lectura atenta de ese brevísimo capítulo de cierre.

Estamos, pues, ante un escritor que puede llegar más lejos si encuentra los motivos adecuados y poda cierta tendencia a la construcción retórica, con demasiadas sartas de enunciados anafóricos y con metáforas que rozan la impropiedad semántica: "Por la ventana abierta de la cocina entraban briznas de un frescor lánguido, suavemente impregnado de los verdores del río" (p. 34). Y, aunque su prosa ofrece pocas esquirlas, a veces lleva a cabo elecciones léxicas poco afortunadas, como "tronera" (p. 245) por ‘tronada' o "dos avestruces muertas" (p. 42) caprichosamente feminizadas.