La Folie Baudelaire
Roberto Calasso
4 noviembre, 2011 01:00Roberto Calasso. Foto: Domènec Umbert
Los últimos libros de Calasso (Florencia, 1941) tienden a la densidad. A una amplia erudición que quiere abarcar muchos campos (novela, ensayo, biografía, ficción), pero en La Folie Baudelaire, como su título indica, predomina más la dispersión entorno a un eje común que es Baudelaire en todos sus aspectos y no sólo en el de poeta. Folie es locura en francés, pero era también, desde fines del XVIII, un quiosco campestre lleno de bizarrerías. Y este es el sentido básico del título que proviene del crítico Sainte-Beuve, que habló de la Folie Baudelaire, lugar de caprichos y voluptuosidades como cualquier Folie del XVIII.”Partiendo de un ensayo inicial sobre Baudelaire, “La oscuridad natural de las cosas”, donde se nos introduce más que en el Baudelaire poeta en el crítico o comentarista de arte que se dio a conocer visitando los famosos Salones donde anualmente se exhibía la pintura del momento, de modo que el primer libro que Baudelaire publicó (firmado Baudelaire Dufaÿs) fue Salón de 1845, siguiendo esta estela, digo, Calasso trata de muchos de los personajes que tuvieron que ver más directa o indirectamente con lo que podríamos llamar “la galaxia Baudelaire”, empezando por Ingres y pasando por Manet y Degas, por Rimbaud, Mallarmé, y terminando por Proust, Nietzsche o el concepto de “decadencia”...
Como se ve, el territorio que abarca Calasso con sabiduría no es pequeño, aunque en el conjunto del libro quizás predomine la extensión sobre la hondura, teniendo en cuenta que la idea axial es muy lúcida. Una frase (aunque esté hacia el final) nos aclara muy bien la intención del volumen: “Moderno- nuevo-décadence: tres palabras que irradian en cada frase de Baudelaire, en cada aliento.” La parte pictórica del libro me parece de lo más interesante: los ensayos sobre Ingres, Manet y Degas y la explicación de porqué Baudelaire escogió como “pintor de la vida moderna” a un curioso segundón, que hoy estaría casi olvidado sin esa elección, Constantin Guys. ¿Cómo compararlo con Ingres? Pero ocurre que este último, tan clasicista, nunca pintó la calle y Guys no hizo casi otra cosa.
“Una vez más, mientras la prosa de Baudelaire y la pintura de Ingres parecían nacidas para exaltarse recíprocamente, la oposición era completa en las declaraciones de principios.” (Por cierto, es curioso que en una traducción bien hecha, al traductor se le haya escapado uno, que deja en italiano: “que acaba de ahogar a Ila, el joven amado de Heracles” se refiere naturalmente a Hylas, el muchacho raptado por las ninfas durante el viaje de los Argonautas).
Calasso sigue la pauta del padre Montaigne: mezclar todo. Aquí dejando siempre a Baudelaire, más o menos, al fondo. Más presente en Delacroix, menos aparentemente en Degas, pero con la idea central del hombre que inventó “lo moderno”, del burdel a la calle, en una vida llena de angustias , con un perfecto arte nuevo y clásico, Les Fleurs du Mal, y con un permanente afán de singularidad. Por eso afirma el autor: “Cuando estaba arruinado Baudelaire fue más dandy que nunca.” Hay quien dirá que este tomo es cajón de sastre, pero se equivoca. Todo está bien medido para que entremos en la galaxia Baudelaire (en su Folie) y a partir del primer salón nos distribuyamos como queramos. Un buen libro más anchuroso que profundo. Para que el lector continúe...