Image: A la vista

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Novela

A la vista

Daniel Sada

9 diciembre, 2011 01:00

Daniel Sada. Foto: Domènec Umbert

Anagrama. 237 pp. 17'50 e.

El novelista mexicano Daniel Sada (Mexicali, Baja California, 1953) recibió el premio Nacional de Literatura el 11 de noviembre, día en que falleció. Había publicado ya una veintena de libros y obtenido algunos premios relevantes, como el Herralde de Novela en 2008 por Casi nunca, aunque, tal vez, su obra más considerable fuera la de un título que le define, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, extensa obra (654 páginas) que editó Tusquets en 1999. Pero, al tiempo que su vida se extinguía, aparecía en España A la vista, quizá su penúltima novela, puesto que se alude ya a la inédita El lenguaje del juego. Con Sada, cuando se encontraba en la cresta de la ola literaria, desaparece uno de los novelistas más originales del panorama mexicano. Inspirado por los paisajes de su infancia y por los del norte de un México, territorio literario propio como el de Rulfo, aunque residiendo en la capital, permaneció atento especialmente al rico lenguaje rural coloquial. En A la vista se internará el lector en el desierto, en pueblos de pequeñas miserias cotidianas, alejados de cualquier épica, donde los personajes, mediante complejos monólogos interiores enredados o simplificados al límite, se aproximan, no tanto al barroco de Lezama, sino al habla popular de Cantinflas, no exenta de surrealismo.

Se inicia la novela con un crimen. Ponciano Palma y Sixto Araiza, empleados de Serafín Farias, un empresario del transporte para el que han trabajado durante veinte años, deciden vengarse. Éste se encuentra en horas bajas, pero los asesinos lo desconocen. Habría decidido cambiar su comportamiento explotador, pero se siente atraído y engañado por las posibilidades de un falso negocio de compra de tierras que le proponen. Lo conducirán en un camión de su propia empresa hasta el lugar donde uno de ellos lo mata a tiros, despeñando ambos, luego, el vehículo. Deciden separarse y es ahí donde comienza esta novela de un México onírico, paupérrimo, en el que Sada sitúa a unos personajes mediocres que viven con el miedo a ser capturados por la policía. Pero no importa tanto el desarrollo de la historia como el deambular de Ponciano, hasta de mendigo, tras haber abandonado a su mujer en el pueblo donde vivían, General Cepeda, y en la que ella, Inma Belén, de destacada gordura, posee una expendeduría de lotería. Su gris existencia se quiebra cuando su marido le anuncia que no quiere volver a trabajar y se esconde en la casa, sin que ella le conceda mayor importancia. Ni siquiera cuando la abandona y se adentra en el de-sierto para acabar en Sombrerete, donde vive su compinche en un habitáculo mínimo.

En la cama de Sixto duerme su sobrina Noemí, dueña de un estanquillo, junto a su madre, Raquelita, ya muy enferma: "no tiene ningún caso enumerar la cuantía de chambas que ejerció Raquelita, nomás con decir que hasta de puta anduvo, pero ese oficio lo dejó pronto porque no era tan agraciada como para gustarle a muchos pelados" (p. 103). No desdeña Sada el humor y hasta se complace en el negro, como cuando, muerta Raquelita, deben dormir junto a la difunta y esperar una noche velando para que los buitres no la devoren.

Los celos de Sixto, los éxitos de Noemí en su pequeña tienda, la eficacia de Tulio, casi un niño, contratado para atender a proveedores, clientes y toda suerte de urgencias carecen de trascendencia. Noemí, pese a su cabeza de papaya, destaca por "sus cejas maravillosas, mismas que uh, las tenía pobladas y similares a las alas de una paloma" (p. 84). Se detiene en la vida del poblacho, la estancia en la casa de huéspedes de doña Elvira, el casi enamoramiento de Ponciano por Noemí y su fracaso. Son mínimos detalles cotidianos, cambios de humor y, en especial, un lenguaje lacerante y poético, el humor que subyace y esconde la tragedia, ecos de aquel Buñuel que también se desarrolló en México. El sesentón es "el chupado" y "Bah, la amistad es infiel" (p. 156). Noemí amplía su tienda. Los asesinos se reconcilian y Ponciano regresa a su hogar, donde se reencontrará con su mujer y acabará confesándole el asesinato, sin a que a ella parezca perturbarla. Antes al contrario, imaginarán ambos toda clase de historias para explicar el regreso al pueblo, que le creía, por lo que ella había imaginado y dicho, fallecido en un accidente de autobús. La policía acabará deteniéndole y ella le visitará en la cárcel e incluso tratará de llevarle una cuerda para que pueda ahorcarse, puesto que ni los mismos presos le dejan en paz. Pero volverá a su casa, abandonándolo. Nada sabremos de Sixto.

Sada nos deja una pieza más de su México imaginado, prueba de sus excelentes dotes para el análisis; de un país, trasunto del real, donde la violencia es miseria y los seres carecen de sentido moral, aunque no de sensibilidad e intuiciones, traducidas en un lenguaje musical, de sorprendentes y reveladoras imágenes.