Novela

El triturador de huesos

Wolf Haas

20 enero, 2012 01:00

Wolf Haas

Traducción de E. Romero. Siruela. Madrid, 2011. 220 páginas, 16'50 euros.

Si en La resurrección de los muertos, su primer disparo, Wolf Haas (Steinernen Meer, Austria, 1960), el publicista que se convirtió en escritor, situaba al por entonces desencantado Simon Brenner (el bueno de Brenner acababa de dejar la Brigada Criminal y había empezado a trabajar para la agencia de detectives Meierling) en una estación de esquí de los alpes austriacos, esta vez lo sienta a la mesa (y lo acuesta en la cama de la despensa) del propietario del famoso asadero de pollos Löschenkohl. ¿Y dónde se encuentra ese asadero? ¿En los mismos Alpes? No, esta vez no hay que perseguir a un asesino de ancianos que mueren congelados en telesillas, sino a un tipo que cree que la trituradora de huesos de pollo que atruena en el sótano del gigantesco local (Brenner cree que el asadero tiene el tamaño de un garaje para aviones jumbo) puede deshacerse de los huesos de sus víctimas (humanas). Y lugar es Klöch, un pequeño pueblecito (apenas tiene mil habitantes) en la frontera con Hungría y Eslovenia, incluido en la ruta del vino de la llamada Toscana estiria.

Digamos pues que Klöch es un lugar ya de por sí turístico. Más aún desde que el portero yugoslavo del Klöch FC, que también hace las veces de "triturahuesos", es decir, del tipo que acciona la máquina que se deshace de la tonelada de huesos de pollo que genera el local del viejo Löschenkohl al día, encontró un fémur, con su correspondiente rótula, en la montaña de desechos. Desde entonces, hasta los reporteros de televisión comen en el popular restaurante. Aunque eso sí, la gente no deja de desaparecer. Porque cuando Brenner se sienta ante su plato de pollo empanado, y como siempre que come pollo se pone a pensar en Josefine, Fini, una ex novia que podía llegar a comerse tres a la semana, su clienta, la nuera y mano derecha de Löschenkohl, ha desaparecido. Pero Brenner sólo cree que quizá ha olvidado que habían quedado. Y sigue esperando, durante una kafkiana sucesión de días en los que no sólo conoce al hijo del Löschenkohl (huidizo y decididamente malcriado) sino también al entrenador del Kölch FC (un tipo que además conduce un autobús que organiza excursiones a Eslovenia que incluyen baile y exhibición de mantas) y al bruto artista Palfinger, amigo de otro desaparecido, el ilustre y bizarro Horvath, el precio de cuyas obras está por las nubes desde que su galerista y un poderoso coleccionista han decidido darlo por muerto.

Con su particular voz de tipo acodado en la barra con una copa de más, esto es, una segunda persona del singular que rompe todos los esquemas del género y se lanza a una charla picaresca con el lector, señalándole por dónde entran y salen los personajes, como si asistieran los dos, narrador y lector, a una comedia (negra) real, que estuviera representándose en algún lugar, Wolf Haas sitúa a su detective metepatas ante un nudo brillantemente compuesto de múltiples cabos (o mansiones como las que hay en las novelas de Chandler sólo que habitadas por ex prostitutas que se apellidan Jurasic, cabezas de delanteros en el saco de las pelotas de entrenamiento y muñecas de ganchillo que hacen de portapapel higiénico en el coche bulevar de la libidinosa camarera del restaurante) que logrará deshacer gracias a una mezcla de trompazos y lógica aplastante. O Brenner en la piel del torpe Coyote que persigue a un no tan astuto Correcaminos, con triturante ruido de fondo. Adictiva y divertida (por acumulación de personajes grotescos y situaciones absurdas, como aquella en la que el detective asiste a la inauguración de una exposición de bordados de molinos de viento, obra de la mujer del jefe de policía de Salzburgo) hasta el punto de situarse a años luz del resto, en su apuesta, sin complejos, por el humor, la segunda entrega de las aventuras del pequeño y bueno de Brenner prueba que el género sigue mutando, y que lo hace en direcciones altamente disfrutables.