Image: Blues de Trafalgar

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Novela

Blues de Trafalgar

José Luis Rodríguez del Corral

9 marzo, 2012 01:00

José Luis Rodríguez del Corral. Foto: Juan Ferreras

Premio Café Gijón, 2012. Siruela. Madrid, 2012. 170 pp. 15,95 euros. Ebook: 9,49 euros

José Luis Rodríguez del Corral (Morón de la Frontera, 1959) ha construido una historia que posee varios flancos, relatada por Andrés, un narrador homodiegético que, ya pasados los 40 años, trata de ajustar cuentas con su conciencia y reparar una turbia actuación de su juventud que causó indirectamente la muerte de un muchacho. Blues de Trafalgar puede leerse, así, como un intento de redimir culpas, como una confesión cuya franqueza aspira a suplir el remordimiento por una acción que permaneció impune. Enunciada así la historia, y teniendo en cuenta el modelo de narración en primera persona, es obvio que sus planteamientos apuntan hacia el esquema de la novela psicológica. Pero hay otros aspectos interesantes, como el retrato de los cuatro amigos que participan en la fechoría y que presentan perfiles y aspiraciones bien detallados. Todos ven con claridad lo que desean hacer en el futuro, de todos emanan altas dosis de idealismo, y parece que el súbito hallazgo de una considerable suma de dinero no hará más que allanar y facilitar sus respectivos caminos. Pero Andrés pasa unos años en Londres y, a su vuelta, todo ha cambiado. La situación política ha dado un vuelco, a su amparo ha florecido una casta de advenedizos preocupados sólo por el enriquecimiento inmediato y hasta los paisajes casi vírgenes de su juventud -las playas de Trafalgar y Zahara- aparecen invadidos por masas de turistas y por edificaciones apresuradas que han degradado el paisaje.

Lo más oportuno de este enfoque es que los cambios del paisaje juvenil soñado y recordado son indisociables de los cambios producidos en los antiguos amigos, cuyas ilusiones de antaño se han transformado en manifestaciones descarnadas del más desalmado enriquecimiento, monopolizando la producción de programas televisivos en el canal autonómico, colaborando en la práctica de una arquitectura invasora que arruina los espacios naturales o brujuleando sin escrúpulos entre la nueva clase política que ofrece otras vías hacia la riqueza y el poder. La degradación personal y colectiva patente en una ciudad como Sevilla, que Andrés recorre una y otra vez en busca de vestigios de la Sevilla que fue, está llena de observaciones agudas, e incluso de algún testimonio profundamente crítico, como el de Matías -de estilo coloquial y vivaz bien captado-, que concluye su visión de la España actual con unas rotundas palabras: "Al que quiere trabajar lo crujen y al que no quiere lo ayudan" (p. 108).

Esta mirada crítica a una sociedad crecientemente degradada incluye, pues, a los personajes engullidos por esa corriente, de los que sólo Andrés pretende salvarse, aunque el egoísmo general y el afán de riqueza triunfan sobre la conciencia de culpa que arrastra el narrador. Como en una actualización de la historia quijotesca, la pureza de intenciones de Andrés es inviable en un mundo corrupto que ya no comulga con antiguos ideales. El retrato de Ana María con su inesperado comportamiento completa el desolador panorama.

Lástima que el proceso de conciencia de Andrés se manifieste con frecuencia en los pensamientos del personaje, que una y otra vez interpreta a los demás y los juzga, en lugar de mostrar sus comportamientos y dejar que el lector decida. Este procedimiento discursivo resta eficacia a la narración, porque pretende orientar al lector, lo mismo que las líneas finales (p. 169) en las que Andrés trata de resumir las diversas facetas de la obra ("una historia de venganza que no se consuma, de justicia comprada [...] El relato de un chantaje...", todo lo cual se refuerza con una desacertada apelación al lector.