Image: Cuando la ayuda es el problema

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Novela

Cuando la ayuda es el problema

Dambisa Moyo

30 marzo, 2012 02:00

Foto: Mustafá Abdi

Prólogo de Ramón Gil-Casares. Gota a gota. Madrid, 2012. 287 páginas. 18 euros.


En Occidente y, sobre todo, en países como España, que han hecho de la solidaridad internacional una bandera de su identidad democrática y progresista desde los años 80, hay pocos temas más difíciles de debatir, no digamos ya de revisar, que la ayuda exterior. El impulso humano, la mala conciencia, las imágenes de niños famélicos en televisión, el número e influencia crecientes de ONG que viven de ella y la opinión pública, calentada por Geldof (Live Aid), Bono y sus muchos imitadores, la han convertido en el instrumento predilecto contra el subdesarrollo.

Sin el riesgo de perder votos en las urnas, muchos académicos han empezado a cuestionar el dogma. La obra de Peter Bauer y de Amartya Sen, La Carga del Hombre Blanco, de William Easterly, Salir de la Pobreza, de Paul Polak, y El Club de la Miseria, de Paul Collier, rompieron la jaula de lo políticamente correcto. Frente a ellos, voces como las de Jeffrey Sachs (El Fin de la Pobreza…) o de Nicholas Kristoff, del New York Times, se han convertido en minoritarias. Entre ambos grupos, en 1983 nació en Bangladesh el Banco Grameen por impulso de Muhamed Yunus, que convirtió durante años la microfinanciación en una especie de agua milagrosa.

La economista de Zambia formada en Oxford y Harvard Dambisa Moyo (1969), consultora del Banco Mundial, recoge la entorcha de los revisionistas y, en Cuando la ayuda es el problema, editado por FAES, la fundación del PP, en noviembre de 2011, dos años y medio después de su edición en inglés, lleva las ideas de Bauer, Sen, Easterly, Polak y Collier a sus últimas consecuencias sin poder demostrar nunca del todo por qué, sin ayuda, los más pobres acabarán mejor que con ella. "¿Acaso el billón de dólares o más en ayudas al desarrollo entregado en las últimas décadas ha ayudado en algo a la gente de África?", se pregunta la autora en la introducción. "No", responde antes de aportar una sola prueba. "De hecho, los receptores de esta ayuda están peor, mucho peor. La ayuda ha contribuido a que los pobres sean más pobres y a que el crecimiento sea más lento". "La idea de que la ayuda puede aliviar la pobreza sistémica y de que lo ha hecho es un mito", afirma. "Sin embargo, continúa siendo una pieza central de la política actual para el desarrollo y una de las mayores ocurrencias de nuestro tiempo".

En la primera parte, unas 100 páginas sin contar el sugestivo prólogo del diplomático Ramón Gil-Casares, explica el origen, la consolidación y el gran fracaso de ese mito. En la segunda, propone "un nuevo modelo para financiar el desarrollo de los países más pobres del mundo: uno que ofrece crecimiento económico, promete reducir significativamente la pobreza de África y, lo que es más importante, no se basa en la ayuda".

La hipótesis de partida es que la ayuda bilateral y multilateral, en forma de préstamos a bajo interés y a muy largo plazo, y de donaciones (la ayuda de emergencia o humanitaria y de beneficiencia le parecen bien, pero representa una minucia del total) de los últimos 60 años, lejos de beneficiar a África, la han hundido. Tras un breve análisis del efecto perverso que tuvo el éxito del Plan Marshall en la respuesta al subdesarrollo del Tercer Mundo, compara los bandazos en dicha respuesta: arma prioritaria de los dos bloques durante la Guerra Fría para avanzar el capitalismo o el comunismo, financiación de grandes proyectos industriales en los 60, atención a la pobreza en los 70, prioridad al mercado y privatización de la ayuda en los 80, condicionamientos crecientes y cláusulas democráticas en los 90, y objetivos del milenio en 2000, que incluían 130.000 millones más de dólares anuales hasta el 2015, aunque no se han cumplido ni en un 50 por ciento. "Más de un billón de dólares (…) y pocas cosas positivas", escribe. "Si la ayuda fuera simplemente inocua, no habría escrito este libro. El problema es que la ayuda no es benigna, sino maligna. No es parte de la solución en potencia, sino parte del problema; de hecho, la ayuda es el problema". Para explicar ese efecto maligno, la autora repasa cada explicación tradicional del caos africano -la geográfica, la histórica, la humana, la sociológica, la étnica o tribal, la cultural y la institucional-. "Sería ingenuo descartar de un plumazo cualquiera de esos argumentos como irrelevantes ", señala, pero ninguno de ellos por separado explica, en su opinión, la gravedad del problema si no tenemos en cuenta lo que denomina "el círculo vicioso de la ayuda".

La ayuda -añade- facilita una corrupción endémica, desincentiva las inversiones, debilita las instituciones, alimenta los conflictos bélicos, sostiene a gobiernos irresponsables, debilita el capital social y a la sociedad civil, reduce el ahorr, aumenta la inflación, disminuye las exportaciones, distorsiona la competitividad, fomenta a sectores públicos grandes, rígidos y a menudo improductivos, y lleva a que los gobiernos pierdan interés en recaudar impuestos.

"Como los flujos de ayuda se contemplan -y con razón- como ingresos permanentes, los responsables de las políticas no tienen incentivos para buscar formas diferentes y mejores de financiar el desarrollo a largo plazo", agrega. Concentrando en un país imaginario, la República del Dongo, todos esos males que atribuye a la ayuda, Moyo ofrece a partir del capítulo 5 una hoja de ruta para que África se desenganche de ella.

Desde una fe ciega en el libre mercado y con algunos ejemplos locales exitosos como los de Botsuana, Ghana y Suráfrica, propone "una reducción gradual, pero imparable, de la ayuda sistemática a lo largo de entre cinco y diez años". ¿Cómo? Entrando en los mercados crediticios, emitiendo bonos nacionales y/o regionales (colectivos), con nuevos sistemas de microfinanciación, con las remesas de los emigrantes y reduciendo las trabas que espantan a los inversores: corrupción generalizada, laberintos burocráticos, inseguridad jurídica, malas infraestructuras y enorme opacidad. De 2006 para atrás, analiza detalladamente la reciente entrada masiva de China en el continente. Tanto chinos como africanos entienden perfectamente el intercambio de infraestructuras por materias primas. Es un trueque y nadie se hace ilusiones acerca de quién hace qué, para quién y por qué, pero, en opinión de la autora, es un modelo de inversión infinitamente más eficaz que el occidental. "África está obteniendo lo que necesita: capital de calidad que realmente financie la inversión, puestos de trabajo para su gente y el crecimiento que siempre le fue esquivo", concluye. "Estas son las cosas que la ayuda prometió, pero que nunca consiguió".

A los occidentales que se escandalizan del apoyo implícito de China a líderes corruptos, Moyo les recuerda la larga lista de ladrones y déspotas de ayer (Mobutu, Idi Amín, Bokassa…) y de hoy (Obiang…) a los que Occidente, con su ayuda, mantuvo y sigue manteniendo en el poder.