Image: Plegarias nocturnas

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Novela

Plegarias nocturnas

Santiago Gamboa

11 mayo, 2012 02:00

Santiago Gamboa. Foto: Carlos Márquez

Mondadori. Barcelona, 2012. 286 páginas, 18'90 euros

De cualquier obra de Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) cabe esperar una excelente muestra narrativa, porque es uno de esos autores que parecen especialmente dotados para contar historias, en ocasiones tan entreveradas de hechos y datos reales que la mezcla de ficción y crónica, sea cual sea la proporción, borra con naturalidad cualquier frontera que pudiera existir entre ellas sin dejar por ello de acentuar la sensación de veracidad que posee lo narrado. En el epílogo escribe el autor colombiano unas palabras que apuntan bien hacia esa mixtura de realidad e invención: "Ya completé seis cuadernos. He escuchado, imaginado, paseado por Bangkok y vuelto a ver algunos lugares. He fantaseado, recordado y escrito" (p.285). Sin duda, reside aquí la clave de la composición.

En Plegarias nocturnas, el cónsul de Colombia en Nueva Delhi -primera de las numerosas e indisimuladas coincidencias entre personaje y autor- tiene noticia de que un joven estudiante colombiano ha sido detenido en Bangkok por posesión de drogas, y debe acudir a la capital tailandesa para prestarle ayuda. Una buena parte de la novela está constituida por el relato del joven Manuel Manrique y de su abandono de la casa familiar en Bogotá en busca de su hermana Juana, huida dos años antes y cuyas últimas noticias la sitúan borrosamente en Japón. La narración de la infancia y la adolescencia de ambos hermanos tiene como fondo la Colombia de Álvaro Uribe, que comprende los atentados de las FARC, la invasión política del espacio civil, la posible connivencia entre autoridades y narcotraficantes, las turbias actividades de los "paracos", la tímida oposición de algunos grupos estudiantiles y ofrece, en suma, el panorama de una sociedad desigual, insegura y con muchos problemas por resolver. En esta historia de malentendidos familiares, amistades inconsistentes y presencia de las primeras lecturas y los primeros estudios, sólo hay un sentimiento firme, que es también el núcleo de la novela, el centro del que irradia todo lo demás: el profundo amor que se profesan ambos hermanos, matizado por el impulso protector de Juana, que la lleva a fijarse como meta la salvación de Manuel en medio de un ambiente enrarecido y hostil.

Junto a la historia de Manuel, que tiene mucho de relato de aprendizaje, hay que situar la de Juana -narrada también por ella-, que ofrece otra cara complementaria de los hechos, una visión que muestra distintos aspectos de la sociedad colombiana y de las formas de sobrevivir -con dignidad o sin ella- que ofrece a una mujer. La evolución de ambos personajes está marcada por amistades de diferente signo -Víctor, Edgar Porras, el señor Echenoz y otros- y por el descubrimiento de libros y películas que contribuyen a su formación, lo que hace que la armazón intelectual que proporcionan las valoraciones literarias de filósofos y escritores tenga un ajustado lugar en el entramado de los acontecimientos.

Pero las principales virtudes de Gamboa como novelista radican en su estilo narrativo, en sus cambios de ritmo en el relato -siempre condicionado por los hechos que se cuentan en cada momento-, en el espléndido manejo del lenguaje coloquial -a veces con sutiles diferencias según los hablantes, como sucede en las conversaciones entre el cónsul y la diplomática mexicana-, que nos reconcilia con un idioma riquísimo, de enorme plasticidad, habitualmente maltratado y empobrecido por escribidores insulsos; y también en todos esos artificios de narrador nato que llevaría mucho tiempo enumerar y que obligan al lector, absorto ante una página, a desear concluirla para pasar a la siguiente.

Naturalmente, la historia tiene interés por sí misma, pero de poco serviría si no se ofreciera con la vivacidad, la precisión y la intensidad que refuerzan cada detalle, por nimio que sea. Con estas cualidades sobresalientes, los capítulos aislados que, con el título de "Monólogos de inter-neta", salpican el relato, me parecen una excrecencia innecesaria, algo que podría leerse -y con indudable placer- aparte, pero que no añade nada esencial a la estructura de la novela, cuyo final abierto tanto a la vida como a la literatura -porque en ambos terrenos pueden hallarse respuestas (p. 286)- es otro rotundo acierto de escritor colombiano.