Image: Herederos del paraíso

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Novela

Herederos del paraíso

J.L. Martín Nogales

20 julio, 2012 02:00

J.L. Martín Nogales

Ediciones B. Barcelona, 2012. 317 páginas, 18'50 e.

José Luis Martín Nogales (Burgos, 1955) constituye un caso más de profesor, crítico y estudioso de la literatura -interesado de modo especial por el cuento y el relato breve- que se ha visto tentado, en los años de su madurez intelectual, por la práctica de la narración. Ésta es su segunda novela, tras La mujer de Roma (2008), con la que comparte ciertas afinidades temáticas, esencialmente en todo lo relativo a las noticias y consideraciones acerca de la obra de Velázquez, que aquí no forman, sin embargo, como en la novela anterior, el meollo de la historia, sino que son únicamente un asunto paralelo, un motivo de reflexión que discurre en medio de algunos turbios sucesos situados en la vacilante España de 1981, marco en el que se inscriben las acciones.

El punto de partida es el de una novela de misterio: el robo, o desaparición, de un valioso medallón del siglo XVII en una de las dependencias más vigiladas del Palacio Real. Con el fin de no provocar alarma sobre los posibles fallos en la seguridad del recinto, las autoridades políticas encargan la investigación a un reducido grupo de policías, bajo las órdenes del comisario Héctor Monteagudo, con el auxilio de Elena, una experta en historia. Desde el primer momento, las indagaciones siguen dos vías paralelas: las policiales, por un lado, que buscan huellas, indicios e imágenes registradas por las cámaras de seguridad, y, por otro, la búsqueda de Elena en archivos y libros antiguos, mirada con cierto escepticismo por el comisario y encaminada a identificar el medallón robado para entender su valor simbólico y representativo y tal vez las razones auténticas del robo.

Ambas vías de investigación están impecablemente desarrolladas y expuestas. La primera, detallando ordenadamente los movimientos de la policía, el estudio minucioso de expedientes, las alertas a peristas y joyeros, el análisis de imágenes grabadas; la segunda, dando a conocer los libros, manuscritos y documentos de la época que Elena consulta para seguir el rastro de un medallón que ya utilizaba Felipe IV y del que Velázquez dejó constancia en alguno de sus retratos. Esto permite evocar las turbulencias de un país empobrecido, de una Corte pendiente de la continuidad de la monarquía, del poder omnímodo de personajes como el Conde Duque de Olivares, todo ello confrontado -claro está que implícitamente- con la situación de la España de 1981, con sus atentados terroristas, el malestar del ejército, el acoso contra el presidente del Gobierno hasta su dimisión…

La historia parece reflejar y anticipar, como un espejo imperfecto, sucesos contemporáneos, y Martín Nogales ha cuidado de no desvincular pasado y presente, gracias a ese planteamiento en que la investigación de un robo tan peculiar exige al mismo tiempo la atención a los hechos inmediatos y la indagación de lo que podría ser su remoto origen. Algunos cabos sueltos quedan en la construcción. A pesar de que el ministro había asegurado al comienzo que "la consigna es discreción y silencio" (p. 12), el número considerable de investigadores de todo tipo, empleados del Palacio, expertos de la policía científica, joyeros, coleccionistas y archiveros que de un modo u otro se ven implicados en el proceso, hace difícil mantener la discreción exigida. Por otra parte, sorprende que los apellidos de la persona que ha encargado el robo no se comuniquen a Elena pesar de lo que sugiere un policía (p. 154)-, la cual, con sus conocimientos, hubiera podido establecer los motivos del robo por parte del coleccionista, asunto que en el desenlace se diluye sin más.

Pese a estas leves flaquezas, así como a alguna concesión, como el desarrollo previsible de las relaciones entre Héctor y Elena, la trama de acontecimientos está tejida con brío y sus peripecias muy bien dosificadas. Posee, además, ingrediente culto preciso y no excesivo que aleja la novela tanto de la reconstrucción arqueológica como del simple relato descuidado de entretenimiento. El lector no se sentirá defraudado si busca una historia sólida y una escritura digna, sólo mancillada por algunos errores tipográficos que merecían una corrección más atenta.