Caballo de oros
Víctor Freixanes
28 septiembre, 2012 02:00Víctor Freixanes. Foto: Adrián Estévez
Su historia se desarrolla en torno a una partida de cartas que tuvo lugar hace años en una casa aislada en el monte y que perduró en la memoria de quienes la conocieron entonces y de otros que tuvieron noticia por narraciones orales. Con el tiempo alcanzó aires de leyenda y, por ello, conviene contarla como un cantar de ciego. Así la escuchó el narrador, en los años 80, siendo niño, durante un velatorio, contada por Quintín de Borela, músico y cantor de ferias. Aquel relato oral es ahora reconstruido por el narrador, siendo ya profesor universitario, manteniendo en su texto escrito la forma de cantar de ciego. Esta es la primera sección de la novela, compuesta por 21 capítulos agrupados en 3 partes. Su argumento es complejo, pues cada jugador de aquella partida tiene su historia. Y uno de los mayores aciertos constructivos está en que todas van creciendo de modo fragmentario hasta que todas acaban teniendo su lugar en la misma historia común.
La partida duró tres días con sus noches. Eran siete jugadores en cada bando (nótense la simetría y la simbología de los números: siete jugadores, siete capítulos en cada parte...). La evolución de la partida, con sus azares y las reacciones de los jugadores con sus respectivas historias de amores y odios, injusticias y venganzas, es aprovechada como fuente de suspensión de la intriga por su incierto final. Y el texto va completándose con una estrategia de narradores y paranarradores hasta componer un discurso polifónico armonizado en su perspectivismo múltiple. Pero la partida es un pretexto para explorar sentimientos y pasiones de los seres humanos. Y el autor ha sabido aprovechar la simbología del juego y las cartas como refugio de afanes y obsesiones, elevando su tratamiento en la exploración de pasiones universales, como la ambición, la codicia, el amor y el odio, en tiempos cainitas de la posguerra.
La novela termina con un epílogo en cuatro apartados que son tres jornadas y una carta. El cambio más importante aquí está en que el narrador principal pasa a ser el receptor de la narración de Amalia, que fue mujer de uno de los jugadores y ahora vive en Caracas. Las tres jornadas están resumidas por el narrador a partir de conversaciones grabadas con ella en Caracas; la carta es literal. Con ello se renueva el procedimiento del manuscrito encontrado, que ya se había ensayado en el inicial relato de Quintín de Borela, a la vez que las aportaciones de Amalia completan el cantar de ciego entero que es la novela. Como si la memoria de Galicia anduviese esparcida en el interior y en la emigración, y correspondiese a las nuevas generaciones la tarea de reconstruirla. Y también hay en Amalia un homenaje a la mujer gallega, que en tiempos difíciles supo sacar adelante la economía familiar y buscar después su libertad personal en la emigración.
Caballo de oros ofrece una sabia lección de narrativa oral pasada por el filtro culto de la escritura. De la oralidad propia del cantar de ciego hay abundantes muestras estilísticas en las anacronías temporales de la narración, en repeticiones y recurrencias, en fórmulas coloquiales y en comparaciones y metáforas tomadas del medio natural donde transcurre la acción y con las cuales el narrador manifiesta su solidaridad expresiva con el habla de sus personajes. Y todo ello queda envuelto en una prosa de ritmo envolvente, caudalosa, musical, muy elaborada en el relato de una historia apasionante y con pensamiento que colmará las expectativas de los lectores más exigentes.