Image: Esperando el alba

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Novela

Esperando el alba

William Boyd

16 noviembre, 2012 01:00

William Boyd

Traducción de Juanjo Estrella. Duomo, 2012, 384 pp. 21 e.

Autor de rutilantes novelas de espionaje de títulos tan sinceros como sugerentes (Sin respiro), de negrísimas sátiras políticas (Un buen hombre en África) y de diarios con aspecto de trepidante novela de aventuras (Las aventuras de un hombre cualquiera), William Boyd, ‘afroescocés' (nació en Ghana, Nigeria, pero se crió en Escocia) de envidiable pulso narrativo, retrocede hasta principios de siglo para narrar la génesis de un espía muy peculiar: el actor Lysander Rief, hijo de Halifax Rief, que se queda sin interpretar al criado con el que se acuesta La señorita Julia de Strindberg porque estalla la guerra y, habiéndose alistado y conociendo los altos mandos sus extraordinarias dotes para el despiste, acaba preguntándose con qué podrá deshacerse (uno a uno) de los dedos del supuesto traidor al que debía sobornar en Ginebra. Pero antes de que eso ocurra, Lysander, el actor de nombre lobuno, pasará una temporada en Viena, curándose de la dolencia que le impide acostarse con la encantadora Blanche, su futura esposa. Y es en Viena, y es en la consulta del psicoanalista (la de un aventajado discípulo de Freud, Bensimon), donde conocerá a Hettie Bull, la neurótica escultora que acabará con su problema y le creará uno mucho mayor. El que tiene que ver con dar con sus huesos en la cárcel y deberle al gobierno británico una cuantiosa suma de dinero, que el gobierno saldará haciendo de él un prometedor espía.

Como un John Le Carré que hubiese sustituido sesudos motivos por diálogos suculentos, personajes inolvidables, rocambolescas historias de amor y recetas de ama de pensión (como la del pollo estofado con páprika) que acaban convirtiéndose en reuniones capaces de arrojar pistas (sean o no falsas), y, por supuesto, la Guerra Fría tras la I Guerra Mundial, Boyd firma otro de sus brillantes rompecabezas con aspecto de thriller de culto, thriller de otra época, la época en la que los narradores se dedicaban a contar y a divertir, con la mestría de un Thomas Mann a salvo en su montaña mágica. La sensación es la de que Boyd no sólo nunca se estanca, sino que siempre va a más. Y mejor. ¿Lo siguiente? Una nueva entrega de James Bond. A todas luces, y sin querer desmerecer las que Kingsley Amis firmó en nombre de Ian Fleming, la mejor.