Image: Federico en su balcón

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Novela

Federico en su balcón

Carlos Fuentes

14 diciembre, 2012 01:00

Carlos Fuentes

Alfaguara. Madrid, 2012. 296 pp. 18'50 e. Ebook: 9'99 e.


Tal vez los lectores se sientan desconcertados tras la lectura de la novela póstuma de Carlos Fuentes por su extremado experimentalismo y, por qué no decirlo, por una cierta complejidad que viene a oscurecer la alegoría que desarrolla. Se ha aludido a su carácter testamentario, pero fue escrita con la habitual lucidez de aquel escritor que abrió el llamado boom de la novela latinoamericana, el más premiado de todos ellos, salvo con el Nobel, que se concedió a García Márquez y a Vargas Llosa.

Nacido en 1928, fue el que obtuvo primero el merecido prestigio. Su repentino fallecimiento, en este mismo año, no hacía prever que esta novela constituyera el punto final de una dilatada trayectoria. El autor, que había dividido el conjunto de su producción en XV apartados la incluyó en un XVI solitario. La novela se divide en cuatro partes que se identifican, con surtido del humor, con la letra del himno mexicano, oficial desde el año 1943, cuyos versos se deben a Francisco González Bocanegra. Y, desde luego, a lo largo de sus amplias disertaciones y lento ritmo aparece un escondido sentido cómico pero muy intelectualizado; del mismo modo que desarrolla alguna escena con voltaje surrealista y pensamiento lúcido. El Federico del título no es otro que el filósofo Nietzsche, convertido en Don Niche o Niche por la "Niña Elisa", duro retrato de niña maltratada, encerrada, violada, obligada a comer jabón, que descubre en la violencia su desahogo. Fuentes trata aquí del desdoblamiento de sus personajes. Hay un diálogo de balcón a balcón entre dos Nietzsche y dos Fuentes hasta el punto de que acaban alterando sus nombres. Sin embargo, bajo los balcones los observadores contemplan el desarrollo de un proceso revolucionario, síntesis de todas las revoluciones modernas, desde la francesa hasta la cubana. La Asamblea culmina en el Terror, pero Saúl Mendés-Renania parece un retrato de Che Guevara: "El ideólogo puro/.../no quería el poder. Quería la revolución. Permanente, Leo. Sabía que no era posible. Prefirió morir" (p. 272), aunque fue asesinado por la exmonja María-Águila. Podría ser también un remedo de León Trotsky.

Pero la revolución es otra forma de guerra. Aarón Azar es capaz de matar en nombre de la ética. Forma parte de este grupo revolucionario que acabará en la dictadura militar del general Del Sargo, entregado a la rancia arisltocracia. Al margen de la élite de los revolucionarios, el zapatero Basilicato es el personaje que sufre más clara evolución, porque simboliza la fuerza de la ignorancia y la corrupción. Sobrevive a los embates de las violencias. La historia de Lilli Bianchi, madre de Gala, se narra a través de Dante y otros conocidos que se lo cuentan, a su vez, a Leonardo, quien acabará colaborando con la reacción.

Fuentes juega con las identidades. Hasta sus nombres reflejan la irónica concepción de los personajes. Los puntos de vista convierten la trama en un auténtico laberinto. En paralelo, se desgranan las ideas de Nietzsche sobre el eterno retorno o la defensa de la violencia. La idea lineal del tiempo es cristiana: "Vine de ayer, es tu hoy que mañana será ayer y se dirige al futuro, en el que ya estamos tú y yo, comparado con el minuto anterior". Es también un embrollado tiempo narrativo: "Cuando lees un libro titulado, por ejemplo, Federico en su balcón, tienes que tener fe en la ficción que te cuentan y dar por descontado que ha habido y habrá lectores distintos" (p. 186). El tiempo es cíclico, como defendió el filósofo. Y hasta en los procesos revolucionarios se suceden hechos paralelos. De ahí, las oportunas confusiones. Aarón y Dante simbolizan dos actitudes. Dante convence a las multitudes con su oratoria. Aarón vive el proceso en la soledad. Pero los personajes se desdoblan y las revoluciones acaban con los revolucionarios. Incluso el erotismo se trastoca. La amante de Andrea del Sargo es la aristócrata francesa Charlotte. Ella cuenta 60 años, él 37. La historia nos conduce a la mansión francesa de D´Almeras: un retorno al pasado. ¿En qué se convierte la revolución? En "humo, polvo, niebla, martillos, cadenas, silbidos, ruedas. Gente ahogada sacada del río y arrojada a la tumba colectiva. Cadáveres usados para practicar el tiro, amarrados contra los muros. Cadáveres con clavos en los pies y en las manos, como Cristos sin nombre ni santidad".

Un pesimismo radical envuelve la novela-ensayo. Fuentes ha prescindido del tiempo lineal y retrocede en la acción o avanza en múltiples sinsentidos. Tal vez bulle en ella una excesiva cantidad de ideas y un deliberado propósito de escapar de cualquier veleidad realista. Es un libro para pensar. Antológicas resultan las últimas veinte páginas.