Novela

La edad de la punzada

Xavier Velasco

15 marzo, 2013 01:00

Alfaguara. Madrid, 2013. 408 páginas, 18 e. Ebook: 9'99 e.


Parece que Xavier Velasco (Ciudad de México, 1958) esté decidido a escribir novelas a golpe de material biográfico en las que la introspección y el deseo de explicarse y conocerse pesen más que la invención de narraciones autónomas o la deformación de la vida propia en aras de una ficción fértil. Si en Este que ves (2007) nos hablaba del niño que fue, un escolar mexicano de clase acomodada, hijo único, que, agobiado por un sistema de enseñanza represor y brutal, ocultaba las malas calificaciones y se acostumbraba a fingir ante los ojos de sus padres y su abuela, deviniendo finalmente ese mentiroso profesional que es todo escritor, el asunto de esta nueva novela, La edad de la punzada (edad del pavo), es exactamente el mismo, aunque referido a sus años de adolescencia. La trama arranca a punto de cumplir los catorce, cuando el protagonista sigue ocultando los numerosos suspensos de sus boletines y anhela pasear en motocicleta, ser aceptado en la pandilla y conquistar novias a las que llevar en su moto, causando envidia y transitando hacia una "nueva era".

Lógicamente el problema no reside en la elección, lícita, de utilizar la propia biografía como asunto central de estas cuatrocientas páginas, sino en el modo de llevarlo a cabo. Abunda la peripecia, pero termina resultando tedioso a fuerza de hacer de las aventuras y desventuras de Xavier Velasco el único asunto. Coetzee, en Infancia o en Juventud, habló también al detalle del niño y el joven que fue y de su formación como escritor, pero, de paso, nos entregaba el poderoso trasfondo de una época y un modo de vida. Velasco se queda en la suma o sucesión de anécdotas más o menos simpáticas o pícaras que lo fueron configurando, sin alcanzar tampoco el aire poético de algunos relatos clásicos de tiempos de escuela, pensemos en esa asombrosa novela breve que es la Fermina Márquez de Valery Larbaud.

Xavier Velasco retrata bien al niño tímido, enamoradizo y mentiroso que fue, así como el infierno de sentirse sin descanso en falta por suspender materias o por ocultar en su habitación fotografías pornográficas. También tiene interés la caracterización de un profesorado autoritario y salvaje, que parecería caricatura, como la propia denominación de "instiputo" que aplica para designar el centro de enseñanza, pero que, lamentablemente, era un retrato fidedigno de una maquinaria de humillación sistemática. Fingir, acostumbrarse a mentir una vez que has sido etiquetado y marcado como indigno, vivir o sobrevivir en el engaño como el personaje postizo y retocado del cuadro burgués del domicilio en el que vive, escapar con los compañeros a los billares o a las prostitutas, o proyectar fugas de casa por haber suspendido el curso, la sucesión de escuelas y de amores, el -conmovedor- encarcelamiento injusto del padre… todos estos son los asuntos de un libro que pivota en exceso sobre un viaje hacia sí mismo: el edificio-homenaje que el autor construye para comprenderse, con los mismos mimbres y recursos de anteriores obras.