Image: El luminoso regalo

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Novela

El luminoso regalo

Manuel Vilas

10 mayo, 2013 02:00

Manuel Vilas. Foto: Begoña Rivas

Alfaguara, 2013. 384 páginas. 18'50 e. Ebook: 9'01 euros


Los motivos temáticos de esta novela de Manuel Vilas (Barbastro -Huesca-, 1962) la distancian considerablemente de las anteriores, aunque las técnicas narrativas son muy semejantes. El título El luminoso regalo se refiere al don especial que parece tener el escritor Víctor Dilan para atraer de modo irresistible a todo tipo de mujeres. Sus relaciones con Ester, "una ninfómana sin diagnosticar y una mentirosa compulsiva" (p. 209) y con otras como Dulce María, Sonia, Claudia, Marta, Alicia, Isabel y muchas más evocadas con menos detalle, constituyen la línea vertebradora de la narración, una de cuyas ideas directrices puede resumirse en esta afirmación: "No existe otra realidad ni otro mundo que el coito y el orgasmo" (p. 255). Por eso "el amor es de una densa irrealidad. Un producto emocional del capitalismo" (p. 74), que regula y domestica los impulsos sociales de la especie. Glosar los principios básicos, las ideas en las que se asienta la concepción de El luminoso regalo y que tratan de alejarlo de la literatura erótica convencional, inyectando en el texto ideas de autores como Bataille, exigiría más espacio del disponible aquí. Lo que cuenta es el tratamiento literario del asunto, su contextura novelesca, y los resultados me parecen decepcionantes. A pesar de la alternancia de voces, del juego con tiempos y personas gramaticales -narración homodiegética, voz omnisciente, segunda persona narrativa-, de ciertos aspectos, en fin, que proporcionan al relato una soltura y una variedad indudables, los personajes aparecen definidos previamente por un narrador omnisciente y no por su comportamiento o sus palabras. El capítulo inicial, por ejemplo, dedicado a Ester, describe sus costumbres, resume sus ideas y su conducta, incluye observaciones acerca de su modo de hablar o incluso de maquillarse. Puntualizaciones como "Ester es así" (p. 16) o "Ésta es Ester, así es ella" (p. 19) van subrayando las informaciones, de modo que a partir de ahí el personaje sólo tiene que obrar de acuerdo con ese retrato previo, sin que al lector le queden elementos con que "construir" por sí mismo al personaje. Y es bien sabido que sustituir la mostración por la definición no es el modo ideal de novelar.

Por otra parte, para dar concreción literaria a la idea de que el impulso sexual es una fuerza indomeñable a la que no cabe oponer cultura ni civilización, y que tanto Víctor como todas las mujeres que pasan por su vida son víctimas de esa corriente devastadora, Vilas ha circunscrito las relaciones entre el depredador y sus conquistas a encuentros crudamente eróticos, con un estilo que ronda los límites de la pornografía, más cercano a Sade, Apollinaire y sus numerosos descendientes que a Casanova o los refinamientos expresivos del erotismo oriental clásico. Los dos vocablos más comunes para designar los órganos sexuales masculino y femenino se repiten varias veces en cada página, con una insistencia sin duda deliberada y en una proporción tan abrumadora que acaso logre batir marcas de carácter estadístico más que estético. Para ahondar en los personajes no era necesaria tanta y tan monótona reiteración, que convierte la historia en un relato profuso, difuso y confuso en muchos momentos. La prolongación de Víctor en su hijo y su nieto, como demostración palpable de que el impulso que domina la especie es inextinguible, parece un tanto innecesaria y explicativa. Y sí hubiera requerido mayor atención el motivo planteado casi al final, cuando el lector se percata de lo que ha leído es la construcción novelesca de Víctor y que acaso muchas acciones y algunos personajes -comenzando por él mismo- sean producto de la imaginación. En este juego que, dentro de la ficción, establece un balanceo entre lo vivido y lo imaginado se apunta algo interesante que tal vez habría necesitado mayor claridad.

En resumen: El luminoso regalo contiene páginas excelentes -porque a Vilas no se le puede negar talento literario-, pero también otras muchas necesitadas de una poda decidida que hubiera aligerado su nociva frondosidad.